Pese a todo… avanzar

Diego Giménez nació con parálisis cerebral. Cuando tenía 11 años, su madre decidió llevarlo a los Estados Unidos para que recibiera un mejor tratamiento, pensando que sería por un corto tiempo. Casi tres décadas después, al fin pudieron volver de visita.

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Esta es la historia del coraje de una madre y la lucha de un niño por una mejor calidad de vida. 

Diego Giménez Martínez nació con parálisis cerebral. Según su madre, Elena Martínez Sosa, fue a causa de un error de procedimiento de los médicos que la asistieron porque no atinaron a realizarle una cesárea. Tardó tanto el trabajo de parto que el bebé, prácticamente, nació sin vida. El médico le dijo a su padre que, si el niño sobrevivía, sería como un vegetal y no abrigaran esperanzas.

Cuatro años después, Elena se embarazó otra vez y dio a luz a una niña, Silvia, esta vez sin ningún inconveniente. Pero antes de que la beba cumpliera dos años, Elena quedó viuda. A pesar de todo, ella lo llevaba a Diego a seguir su tratamiento en el Inpro. Un día, en 1986, una de las trabajadoras sociales del lugar le consultó si no querría llevarle a Diego a los Estados Unidos. “¿¡Pero cómo!?”, le preguntó con mucha sorpresa. La trabajadora le dio el número de otra paraguaya que había regresado recientemente con un caso similar. Cuando Elena fue a visitarla, la señora le dijo que se trataba del Instituto Alfred Dupond, en Delaware, y le instó a que les escribiera. Ella buscó un traductor, adjuntó una foto de Diego a la carta y la envió. En ese tiempo, Elena trabajaba en el aeropuerto Silvio Pettirossi y todos los días iba a preguntar si había alguna carta para ella, pero la respuesta no llegaba. Hasta que un día, un año y medio después, la ansiada carta llegó. Se había traspapelado. Finalmente, alguien la encontró y le contestaron que podía viajar, que aceptaban tratar al niño, pero necesitaban un nuevo reporte médico de Diego. Una vez hecho esto, le enviaron la carta de llamada. 

Entonces comenzó una nueva odisea para Elena: reunir los recursos para adquirir los pasajes. “Golpeé muchas puertas. No sé cómo, pero lo hice”, recuerda. Pero no podía llevar a su hija. Solo le permitían viajar con Diego con una visa humanitaria. “Tuve que partir mi corazón por la mitad y dejar a mi hija en Luque con mi hermana. Pensé que sería por poco tiempo y que en los Estados Unidos todo sería fácil, pero no fue así”, cuenta. 

Llegaron el 30 de abril de 1988. Los amigos de un sobrino los recibieron en el aeropuerto de Filadelfia y se quedaron allí los primeros meses. Al quinto día de haber llegado, Diego ya tuvo tres operaciones en las extremidades. “Yo solita y mi hijo que me pedía que entrara con él al quirófano”, evoca. Entonces, Diego inició realmente su tratamiento, permaneció en el hospital durante dos meses. 

Cuando llegó el tiempo de regresar, aconsejada por sus amigos y en vista del progreso de Diego, optó por quedarse para que el niño siguiera con su tratamiento. Pero tuvo que luchar mucho. “Lavaba platos, limpiaba casas. Si me preguntan qué trabajo no hice, creo que no hay ninguno. Le dejaba acostado a mi hijo en un sofá, con la comida, agua, el teléfono y la televisión. Le monitoreaba cada tanto desde el trabajo”, refiere Elena, quien, cinco años después, en 1993, se casó con un mexicano, con quien tuvo otro hijo: Esteban.

Una vez recuperado, Diego comenzó a estudiar. Es un joven muy inteligente. Y su capacidad para sobreponerse a la adversidad lo hizo avanzar, aunque no pudiera caminar. Graduado en Ciencias Políticas en el 2012, en el Delaware Community College, en Wilmington, se destacó entre sus compañeros por su capacidad de liderazgo, servicios humanos, compañerismo, gobierno estudiantil y honor académico al lograr un promedio de 3,6 en una carrera que le tomó tres años. Asimismo, fue galardonado con cinco premios por sus resultados académicos. Actualmente está en el tercer curso de la carrera de Gobierno y Políticas Públicas, en la Universidad de Wilmington, en Delaware, donde vive. 

¿Por qué elegiste esa carrera?, inquirimos. “Me gusta la política. Principalmente, ayudar a la gente”, cuenta. ¿Sabés algo de nuestra política local?, le preguntamos. “Sí, vi que el Partido Colorado está muy dividido”, contesta. Fanático del fútbol, es hincha del club Cerro Porteño. Habla perfectamente el inglés y español. “También guaraní, aunque entiendo más de lo que hablo”, confiesa. Ávido lector, sus autores favoritos son Alejandro Dumas e Isabel Allende. “Me encanta leer”, afirma. 

Actualmente, Diego está realizando un trabajo de voluntariado. Por ejemplo, en el Centro Latino participó en una docena de programas diferentes, como el de Promotores de Prevención, en el cual ayudó a la comunidad a entregar el mensaje de la prevención de las drogas y el alcohol. También colaboró como profesor de inglés para algunos miembros del staff que recién se iniciaban con el idioma. “Todavía no encuentra un empleo que le cubra su seguro médico, porque su tratamiento es caro, pero siempre trabaja en casa haciendo de intérprete y traductor”, dice su madre.

Diego, actualmente con 40 años, es la muestra clara de que no poder caminar no significa no poder avanzar. Entre sus planes está seguir la carrera de Asistente de Derecho. “Estoy trabajando con un abogado y necesito el certificado”, explica. Diego Giménez es el ejemplo de un luchador. Demostró que, a pesar de las adversidades, sí se puede.

mpalacios@abc.com.py

Fotos: ABC Color/Celso Ríos/Gentileza.

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