En distintas escenas, Carolina Ronquillo recuerda su niñez en Lima, Perú, y su casi inexorable destino de convertirse en médica, como sus padres. Un diagnóstico de cáncer la llevó a internarse en la selva y seguir los consejos de un chamán; hasta que el espíritu de aventura y el amor la trajeron a Paraguay. A través de la pantalla casi se podía oler el ceviche que preparó en escena, recordando a su tía Nancy y el dolor que significan las despedidas a distancia.
Desde un pueblito de España, Flori comenzó a trazar el camino que accidentalmente la traería a Paraguay cuando, por un error administrativo, su semestre de intercambio universitario lo tuvo que realizar en Asunción y no en Chile. Sin embargo, su encanto por este país la motivó a quedarse un poco más de lo previsto y a llegar otras dos veces pedaleando desde Colombia.
En medio de estos relatos, se van cruzando otras historias y reflexiones acerca de la migración, lo que significa establecerse en otro país. Cartas, fotografías y más acompañan las escenas con proyecciones en una estructura giratoria, la que también se aprovecha para jugar con sombras.
Ninguna de las protagonistas cuenta con formación actoral, pero lograron desenvolverse muy bien en escena, llevando a la obra a un clímax con un momento musical que transcurre entre valses peruanos, flamenco y hasta una canción de Shakira. También ambas coinciden en que Paraguay “es un diamante en bruto” y que debería ser mejor apreciado por sus habitantes.
Así como dice su nombre, ojalá que “Aháta Aju” vuelva a venir pronto, para contarnos estas u otras historias. Y que la próxima, podamos hacerlo desde una sala de teatro.