Paolo Sorrentino, entre lo sagrado y lo irreverente

Magdalena TsanisSan Sebastián (España), 22 sep (EFE).- Cuando Paolo Sorrentino era niño, en las reuniones familiares se contaban historias increíbles que han alimentado su cine y en particular su última película, "Fue la mano de Dios", de la que habló este miércoles en una clase magistral en el Festival de Cine de San Sebastián (norte de España).

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"Todas las formas de estupor que he vivido he intentado ponerlas en mis películas, por eso están llenas de apariciones y epifanías ligadas a la forma en que mi familia contaba las historias", aseguró el director y guionista napolitano.

"Fue la mano de Dios" ("È stata la mano di Dio "), ganadora del Gran Premio del Jurado en Venecia y proyectada aquí en la sección Perlas, es un filme autobiográfico en el que habla de su adolescencia en Nápoles y del nacimiento de su vocación cinematográfica, marcadas por la trágica muerte de sus padres a causa de una fuga de gas y por la figura de Maradona.

"Maradona me asombraba, a mi y a todos los napolitanos, era una figura semidivina", recordó de la etapa en que el astro argentino jugó en el equipo de su ciudad.

"Maradona no llega a Nápoles, no hay una foto de su llegada, él aparece de pronto en el estadio, surge de una gruta oscura como la de Belén, como un recién nacido", señaló el ganador de un Óscar por "La gran belleza" ("La grande bellezza"), que recordó haberlo visto en una ocasión en un Fiat Panda, momento que refleja en su película.

Nápoles en general, con su bagaje religioso pero a la vez muy marcada por la cultura popular fue una gran influencia para Sorrentino. Solo en sus películas puede encajar San Gennaro paseando en Rolls Royce o un pequeño monje que concede deseos.

Si acaso Fellini, como se le suele recordar. "Ha sido una influencia fundamental", admitió Sorrentino, "sobre todo en que elegía muy cuidadosamente las historias, pero al final Fellini, con mil declinaciones diversas, siempre contaba lo único que se puede contar, la dificultad del ser humano cuando le falta la tierra bajo los pies".

Al también director de "Il divo" y creador de series como "The young pope" le llovieron durante la hora y media de conversación las preguntas sobre su forma de trabajar y de entender el cine, desde lo más intelectual a lo más profano: ¿Cómo es un día de trabajo para Sorrentino?.

"Me levanto, me tomo un café, un cigarro, a veces un puro y escribo toda la jornada. Si no sale nada me veo 25 partidos de fútbol seguidos o de baloncesto y luego me pongo otra vez".

Es decir, trabajo y trabajo. "Como decía Flannery O'Connor a partir de cierta edad no sucede nada significativo en la vida que merezca la pena reflejar en un libro o película, O'Connor decía que a partir de los 9".

"Es cierto que luego te casas, tienes hijos... pero eso no es importante para escribir, el problema es que no viene y hay que escribir y reescribir porque en este oficio no todo es talento, en algunos casos sí, pero para la mayoría es un poco de talento y mucha dedicación".

A la hora de escribir dijo que no suele pensar mucho en la imagen, sino que se centra en los personajes. "Es porque me aterran las preguntas de los actores", bromeó.

Habló de Antonio Capuano, su primer mentor en el mundo del cine que le enseñó la importancia del conflicto. "Es un director atípico, muy ligado a Nápoles y como todos los napolitanos se cree que la ciudad es el centro del mundo... esa es una de las razones por las que me fui, la visión de la realidad era muy limitada".

Sobre la idea cinematográfica, opinó que cuanto más sencilla, mejor. "La realización de la idea puede requerir un trabajo complejo, pero el punto de partida, la idea, debe ser simple".

Y en cuanto a las puestas en escena, habitualmente majestuosas, aunque menos en su último filme, sostuvo que ya no las prepara tanto. "Al principio tenía tanto miedo que hacía story boards con todo lujo de detalles, pero con el tiempo y sobre todo después de mi experiencia en series que suponen mucho trabajo, ya no preparo nada, voy al rodaje y cojo ideas sobre la marcha".

Sigue buscando, eso sí, esos momentos de fascinación. "El problema es que al crecer te asombras menos".

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