La diseñadora italiana Maria Grazia Chiuri para Dior sigue explorando los límites de la feminidad. En este desfile, marcado por el contexto sanitario de la pandemia que obligó a reducir el aforo drásticamente, Dior acogió a unos 200 invitados en un pabellón instalado en el jardín de las Tullerías. En Francia el uso de mascarillas en espacios públicos es obligatorio y Dior ofrecía las suyas propias a la entrada, en tela blanca y con una pequeña etiqueta de la firma. El lujo también ha sabido adaptarse al coronavirus.
Dentro de la sala, un enorme espacio rectangular y oscuro, destacaron las vidrieras de siete metros de altura concebidas por la artista italiana Lucia Marcucci en el proyecto “Vetrata di poesia visiva”: una referencia a las vidrieras de la catedrales góticas creadas en este caso a base de recortes de prensa e ilustraciones laicas, y combinadas con pinturas de Piero della Francesca, Claude Monet o Giotto. Vestidos largos de corte recto y mangas abultadas, marcadas en la cintura, y kimonos en tejido vaquero o en estampados de cachemira se combinan con románticas camisas de encaje y vestidos de ganchillo a media pierna.
En términos estilísticos, Chiuri busca respetar la herencia recibida: marcar forma cuidando el corte de las prendas, pero sin renunciar a la comodidad, una tarea significativa para la que es la primera mujer en dirigir la marca desde su creación en 1946. Chiuri citó entre sus influencias para esta colección a la escritora Susan Sontag, de quien retomó su afición por las camisas masculinas, y las prendas superpuestas que solía vestir Virginia Woolf. Ambas sirven a la vez de ejemplo estilístico e intelectual. También se apreció un guiño a uno de los principales rostros del feminismo francés, Simone de Beauvoir, y a los turbantes que solía vestir, pues todas las modelos de Dior llevaron turbantes. Aunque entre mascarillas y restricciones de viajes internacionales, el desfile no tuvo el carácter de encuentro de celebridades de otras ocasiones. EFE