"Era salir de la dictadura, entrar en la democracia y entrar en Europa por lo que representaba y representa no solo en términos de valores, sino también en términos de desarrollo económico y social, entre otros", explicó a EFE el diplomático portugués João Vale de Almeida, cuya carrera de 40 años en instituciones europeas se retrata en su libro 'El divorcio de las naciones'.
Más allá de ser "un seguro de vida para la democracia portuguesa", la adhesión a la CEE, precursora de la Unión Europea (UE), fue una oportunidad para que Portugal se desarrollara, porque era muy pobre en 1986: "En mi época, ir a Badajoz era un tormento, por no hablar de viajar por Europa", rememoró el exembajador.
El empresario luso José Manuel Araújo, que tiene una empresa de fotografía y vídeo en la fronteriza Vilar Formoso, trabajó en los años 80 y 90 en la aduana entre esta localidad portuguesa y la española Fuentes de Oñoro (Salamanca), gestionando los permisos de las mercancías de los camiones que cruzaban.
Para él, la integración trajo de positivo la posibilidad de acceder en La Raya a apoyos de la CEE.
Desde 1986 hasta 1992, cuando se firmó el Tratado de Maastricht, que dio paso a la UE y que un año más tarde se plasmó en la libre circulación de mercancías y personas, en la frontera todavía estaban los guardias fiscales que despachaban las importaciones y exportaciones.
Había también varios bancos, por el cambio de moneda, el euro no existía aún y era necesario intercambiar escudos por pesetas y viceversa.
El gran cambio llegó cuando se implantó la apertura total de la frontera en 1993.
"Estábamos acostumbrados a tramitar los documentos para ir a España, debíamos tener autorización, teníamos controles de la policía", rememoró Araújo, quien señaló que con el Mercado Común la mayoría de las 300 personas que trabajaba directa o indirectamente en torno a la frontera de Vilar Formoso acabó desempleada.
El español Juan Luis Bravo, gerente de hipermercado en la zona española de la frontera, dijo que con la adhesión de Portugal y España a la CEE se dejaron atrás años de aislamiento.
"Se acabó el miedo que había de comprar algún producto en el otro país", muchas veces por temor a que fuera requisado al cruzar la frontera, apuntó a EFE Bravo.
A partir del 1993 hubo "un boom", ya que "el comercio creció mucho a ambos lados de la frontera, los españoles íbamos más a comprar a Portugal las cosas que no teníamos en España y sobre todo conocimos ese bonito país que es Portugal tan desconocido para nosotros", apuntó este comerciante.
Los portugueses, por su parte, cruzaban a España a comprar alimentos, productos de higiene y carburante.
Por contra, el Mercado Común trajo "un declive" en La Raya, porque "las fronteras viven de lo que no hay en el otro lado" y ahora se puede conseguir cualquier producto independientemente del país donde se esté, reflexionó Bravo, para quien la frontera hispanolusa no supo adaptarse a los cambios.
Con esta visión coincide el portugués Francisco Andrade, propietario de un supermercado en Vilar Formoso, quien subrayó que en 1986 la gente tenía ganas de integrarse en Europa porque veía que a otros países les iba bien, pero en esta parte de Portugal el proceso hizo "mucho daño".
Antes de la adhesión, la población de Vilar Formoso era de 6.000 habitantes, fruto de la actividad económica que existía en el límite, frente los 2.000 actuales.
Vale de Almeida, que estuvo en la firma del tratado de adhesión en el Monasterio de los Jerónimos en 1986, admitió que la integración siempre es "complicada", lleva tiempo y es necesario que cada país esté a la altura de asumir las responsabilidades que implica participar en la UE.
Durante estos 40 años, ha mejorado la calidad de vida de los portugueses, se han abierto nuevos mercados a las exportaciones y Portugal se ha beneficiado de la escala europea, opinó el exembajador, quien remarcó que "la influencia europea en un país pequeño como Portugal se ve aumentada, amplificada".