Renacer a través del trabajo

La estilista Rosa Cañete (44) compartió con nosotros su historia de vida, una infancia de dolorosa orfandad, pero a la vez coraje para soñar. Ayer, descalza vendedora de escobas, hoy mujer independiente dedicada a la belleza y moda femenina.

La estilista Rosa Cañete, oriunda de la compañía Tapé Guazú, Piribebuy.
La estilista Rosa Cañete, oriunda de la compañía Tapé Guazú, Piribebuy.virgilio vera

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Se llama Rosa, pero su abuela la apodó Romi, es oriunda de la compañía Tapé Guazú, Piribebuy. Al mes de nacida, su mamá falleció y quedó bajo el cuidado de su abuela, madre de una decena de hijos. “Cuando cumplí 6 años apareció un hombre diciendo que era mi padre y quería llevarme. Mi abuela se opuso y por eso no me reconoció”. Una dura vida de trabajo en la casa marcó su infancia. “A los 9 años, los vecinos me contaron que mi mamá murió y que la que me criaba era mi abuela. Después de muchas preguntas de mi parte, finalmente ella me dijo que mi mamá se fue al Cielo porque así quiso Dios”. Uno de los recuerdos más lindos para Romi fue haber tenido acceso a la ropa de su mamá, “me impresionaron sus zapatos tan altos y elegantes”.

El juego infantil era un descanso de los retos y las palizas injustificadas, “mi abuela me maltrataba por cualquier cosa, porque tardaba en volver del almacén o de la escuela. A mis 8 años, solita interpreté que ella me culpaba por la muerte de mi madre”. Cada vez que Romi sufría, le pedía a Dios que la llevase “un día, después de un castigo, huí y me senté junto a un Yvapovo, trepé hasta la punta de la copa para llegar al Cielo, pero no era suficientemente alto. Bajé y lloré muchísimo”.

La semilla de una emprendedora

La comida escaseaba en la casa y la abuela se quejaba. Romi escuchaba. “Se me ocurrió preguntarle a la mamá de mi abuelastro cuáles eran las plantas de batatilla, taropé y cangorosa. Me fui al patio a arrancar, lavé todo y sin decirle a nadie puse en una bolsa de arpillera y llevé a la villa de los militares. Golpeé en una casa, salió una señora y le ofrecí el remedio para su tereré. “¿Y cuánto es?”, me dijo. Le contesté: “No sé, lo que me quieras dar”. La señora entró y volvió con una bolsa llena de galleta, fideos, arroz y vacaí. Me fui llegando a casa y mi abuela me preguntó de dónde saqué, quién me dio, qué me fui a contar, y le respondí que yo escuché que había necesidad en casa. Después de eso, se corrió la voz y siempre me pedían los remedios yuyo”. Sin embargo, los méritos no aminoraron los malos tratos.

“Una vez volví ya siendo oscuro, porque me hicieron esperar para pagarme. Al llegar mi abuela estaba furiosa y me pegó. Ese día lloré tanto y sentí tanta rabia que dije: ‘Dios, muchas veces te pedí que me llevaras y no me llevás, entonces diablo, si existís, sacame vos de acá, porque ya no puedo más’ “. De la venta callejera de yuyos pasaron a la venta de escobas. Más adelante se mudaron al centro de Piribebuy; sin conexión de agua, entre 10 hijos, Romi era quien acarreaba baldes de 20 litros cada mañana antes de ir a la escuela. “Me iba a estudiar… pero no sé cuántas veces repetí primer grado”, cuenta. Con 12 años cumplidos vino a San Lorenzo -enviada por su abuela- para trabajar como niñera. Luego volví a Piribebuy. Tiempo después vine a Asunción. Me acuerdo que ni zapatilla tenía, traía puesta la de mi abuelo (que recorté a mi medida); en eso también había diferencias, porque mis tías tenían zapatos y yo no. En ese momento, no me dolía, hoy cuando me acuerdo, sí”.

En la capital Romi consiguió trabajo de empleada doméstica, ganaba G. 70.000 mensuales, hacía de todo. “Mi sueldo tenía que enviarle siempre entero a mi abuela, pero un día (aconsejada por una de mis tías) no lo hice más. Con ese primer dinero me compré una guillermina usada, con un agujero en la plantilla, jaja; quién iba a decir que hoy tengo miles de zapatos”.

Al finalizar el año de trabajo, Romi volvió a Piribebuy: un montón de escobas esperaban en la casa para ser vendidas.

Una marca imborrable

Un día, en Barrero, pasé frente a un local que estaba casi pegado a la comisaría y la municipalidad. Un hombre me dijo: “Vení, entrá, te voy a comprar tu escoba”, y yo entré. Me tiró detrás de unos enormes bafles, me dijo que me callara o me iba a matar. Y me violó. Salí de ahí caminando y llorando, lo único que pensé era que si mi mamá hubiera estado viva, aquello no me hubiera pasado. No pude hacer ni decir nada, además, tenía que seguir vendiendo. Ese abuso sexual marcó mi vida en muchos aspectos, pero me hice más fuerte”.

Asunción para vivir

A los 15 años volví a Asunción ya para quedarme, nuevamente entré como empleada doméstica. Pero mi mentalidad había cambiado, empecé a tener amigas, iba al gimnasio. Iba escalando en el ámbito del trabajo, aunque ganara poco o a veces no me pagaran. De ser empleada doméstica pasé a una fotocopiadora. Entré con la ayuda de Dios, porque yo apenas leía. Mi jefe siempre se burlaba, un día escribí mal una palabra y se rió de mí. En vez de enojarme, me inscribí en un instituto y, de noche, terminé mi primaria y secundaria”.

De las fotocopias, Romi pasó a vender calzados de una reconocida fábrica. “Vendía por todos lados. Con ese buen pasar pude alquilarme un departamento sola. Fue algo muy bueno, me ayudó a estar tranquila y poder ordenar también mi interior”. De los calzados, pasó a los electrodomésticos. Siempre andaba muy bien vestida, su autoestima se fortalecía. “Decidí nunca más estar de entrecasa”. En esa época también conoció a su marido. En el mundo de los electrodomésticos le fue bien hasta que comenzaron a bajar las comisiones. Atenta como era, supo ver el próximo boom: las cabinas telefónicas. “Me presenté y me tomaron. Cuidé aquel negocio como si fuera mío, baldeaba, podaba las plantas de la vereda, ponía flores y atendía amablemente”.

De la cabina del centro de Asunción la trasladaron al Abasto. “Fue difícil, ya tenía cuando eso a mi hija mayor; el Abasto me quedaba lejísimos”. En ese lugar, Romi se amigó con las vendedoras de ropa y cosméticos. Un buen día, le dijo a su marido que iba a estudiar peluquería; él se opuso, Romi guardó silencio. “Pedí permiso en mi trabajo y me anoté en el curso. Me dediqué con ansias, las profesoras decían que iba a llegar muy lejos. Así andaba, entre el trabajo de la cabina, las clases de peluquería y la venta de ropa a crédito. Cuando terminé el curso, renuncié a la cabina. Por fin, empezaba lo mío”

Ser dueña

Romi es peluquera desde hace 16 años. Aprendió a negociar con las grandes marcas de cosméticos, muchas de las cuales la seleccionaron y enviaron a especializarse en el extranjero. “Mi marido (ex) finalmente se adaptó a mi trajín profesional y cuidaba a nuestros hijos -Araceli (21) y Renato (13), hasta hoy lo sigue haciendo, aunque ya no estamos juntos”. La vida no se detiene, atrás quedó el primer saloncito que alquilaba en lo de su suegra, ahora alquila uno amplio, “estaba un desastre, yo lo transformé por completo así, todo blanco y perfecto”. Paralelamente, segura de su capacidad, se arriesgó a solicitar un préstamo millonario, “cumplí otro de mis sueños: mi casa propia, minimalista, situada en una altura”.

Romi recuerda que sus compañeras de peluquería le preguntaban cómo hacía para tener siempre dinero en el bolsillo. “Yo les contestaba que cualquiera puede tener dinero, ¿sabés cómo? Trabajando”. Hoy día otras mujeres le siguen preguntando cómo logra mantener un negocio tan sólido (resistente a toda pandemia), y ella dice: “trabajando y siendo solidaria, yo he ayudado y formado a muchas chicas. Cuánto más das, más recibís”.

Cristiana, sonríe cuando le preguntamos cómo sabe quién la rescató de aquel ambiente hostil en su niñez. “Fue Dios, porque nunca hice cosas malas. El siempre me escucha. Lo que viví no se borró, no obstante, tengo buena relación con mi familia de Piribebuy. Algún día me gustaría tener una casa allá donde nací, donde estuvo mi mamá, yo siento que ese es mi lugar, mi raíz”. Actualmente Romi ha comenzado a construir -para alquilar- en terrenos que fue pagando por cuotas.

-¿Tu abuela vive todavía?

-Sí, tiene 80 años, está sana, nunca la desamparé económicamente. Lamentablemente no pudo sincerarse conmigo; recién hace 2 meses que la encaré y le dije que ella me culpó por la muerte de mi madre. Y me contestó: “Uno no siempre sabe lo que hace, lo que piensa…”.

-¿Hay algo que quisiste y no lograste?

-La felicidad en pareja, y tampoco tuve el amor de papá y mamá; pero no cambiaría mi historia. Hoy tengo hijos excelentes, y no me falta el amor más grande, el de Dios.

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