Del “solo en Paraguay” al “también en Paraguay”

Conviene detenerse un momento en lo que implica repetir esa frase sin pausa. Cada “solo en Paraguay” encierra una dosis de resignación.

Una reflexión sobre cómo el lenguaje que usamos para explicar nuestros problemas también moldea el país que creemos posible. Dejar atrás el “solo en Paraguay” y animarse a exigir el “también en Paraguay” como estándar implica pasar de la resignación a la responsabilidad colectiva.

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Durante años, los paraguayos hemos recurrido a la muletilla “solo en Paraguay” para explicar situaciones que van desde lo pintoresco hasta lo francamente inaceptable. La usamos como desahogo colectivo, pero también como una cómoda coartada cultural: una forma de insinuar que ciertos problemas —la precariedad de los servicios públicos, la informalidad institucional o la tolerancia social frente a la corrupción— serían rasgos inevitables de nuestra identidad nacional.

Conviene detenerse un momento en lo que implica repetir esa frase sin pausa. Cada “solo en Paraguay” encierra una dosis de resignación. Nos coloca en el lugar de espectadores frente a fallas que deberían incomodarnos y movilizarnos. Es una manera sutil de naturalizar lo que en otros países se discute, se corrige o, sencillamente, no se tolera.

Tal vez por eso resulte oportuno ensayar un cambio de enfoque. ¿Qué ocurriría si, en lugar de refugiarnos en el “solo en Paraguay”, empezáramos a pensar —y a exigir— un país donde podamos decir, con naturalidad y sin ironía: “también en Paraguay”?

Un país donde también en Paraguay los servicios públicos funcionen con previsibilidad; donde también en Paraguay las rutas conecten ciudades y oportunidades en lugar de aislarlas; donde también en Paraguay los hospitales públicos ofrezcan atención digna sin distinción social; donde también en Paraguay se construyan viviendas de interés social con todas las prestaciones básicas, también para las comunidades indígenas; donde también en Paraguay las calles se mantengan limpias porque la ciudadanía y las instituciones así lo demandan; donde también en Paraguay la corrupción tenga consecuencias reales y no sea apenas motivo de comentarios indignados.

La expresión “también en Paraguay” no es un eslogan ingenuo ni una consigna voluntarista. Es, más bien, un recordatorio incómodo: nada de lo que admiramos en otros países es, en esencia, inaccesible aquí. Las sociedades que hoy solemos poner como ejemplo tampoco nacieron con instituciones sólidas ni con virtudes cívicas consolidadas. Las construyeron con el tiempo, mediante reglas claras, reformas sostenidas y una ciudadanía cada vez menos dispuesta a aceptar excusas.

Cambiar una frase no transforma un país. Pero sí puede modificar la actitud con la que lo miramos. “Solo en Paraguay” suele apuntar hacia abajo; “también en Paraguay” mira hacia adelante. Una describe el límite; la otra, la posibilidad. Y aunque pueda parecer un simple matiz lingüístico, la dirección importa: sin la capacidad de imaginar un país mejor, resulta difícil empezar a construirlo.

Quizás haya llegado el momento de dejar de insistir en que somos la excepción y asumir, con mayor ambición y responsabilidad, que podemos formar parte del grupo de países que hacen bien las cosas. El día en que “también en Paraguay” deje de sonar a aspiración y se convierta en constatación, sabremos que habremos dado un paso decisivo hacia un futuro más exigente, más digno y, sobre todo, más propio.

Conviene hacer una aclaración final. Decir “también en Paraguay” no significa copiar sin criterio modelos ajenos ni importar agendas culturales que no dialogan respetuosamente con nuestra historia ni con nuestras convicciones más profundas.

El desarrollo institucional, la eficiencia del Estado y la calidad de los servicios públicos no exigen renunciar a los valores morales que forman parte de la identidad del pueblo paraguayo. Paraguay puede —y debe— aspirar a instituciones que funcionen, reglas claras y mejores resultados, al mismo tiempo que protege la vida, la familia, el rol insustituible de los padres y una educación basada en la realidad y en el respeto por la dignidad de cada persona humana. “También en Paraguay” no es imitación acrítica: es progreso con identidad.

*Profesor distinguido internacional | Cetys Universidad.

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