“¿Por qué no denunció?”, una frase que culpa a víctimas de feminicidio

La violencia machista no es un invento, es una terrible realidad instalada culturalmente en nuestro país y en el mundo.

A fuego vivo, con puñaladas o disparos, feminicidas ya asesinaron 30 mujeres este año, dejando 64 niños huérfanos. Los agresores mataron a sus parejas violentamente, pero la pregunta “¿si le pegaba, por qué no denunció?” traslada la culpa a las víctimas.

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Evidentes como el rostro visible de la luna, los feminicidios solo constituyen la expresión más dramática de un flagelo profundamente arraigado en la cultura paraguaya, que se manifiesta a diario en la vida de las mujeres: el machismo. Aunque resulte fácil emitir juicios mirando desde afuera, cuando se trata de dar consejos a las chicas que permanecen en una relación abusiva, el mecanismo de este tipo de violencia es mucho más complejo de lo que aparenta.

Abuso psicológico y verbal, golpes y, posteriormente, promesas fantasiosas de un radical cambio de conducta, condimentadas con amenazas, cimentan la estructura de un circulo vicioso que en numerosos casos termina con el asesinato de muchas mujeres. Así, nace la frecuente pregunta “si le maltrataba, ¿por qué no lo denunció?”, cada vez que un nuevo caso de feminicidio llega a las noticias y un número se suma a la lista de victimas mortales del machismo.

“Me decía que nadie me iba a hacer caso porque soy pobre y que, si le denunciaba otra vez, iba a venir a quemar mi casa”, relató a los medios de prensa una mujer que denunció a su pareja por tentativa de homicidio, alegando que temía por su vida y la de su bebé; el hombre ya contaba con tres acusaciones de violencia y una orden de alejamiento. A quienes cuestionan el silencio de las víctimas, antes de poner en tela de juicio nuestras costumbres machistas que originan tragedias, basta decirles que un ejemplo vale más que mil palabras.

Miedo e impunidad ante las denuncias son los grilletes que impiden la libertad de muchas víctimas de una relación abusiva. Por este motivo, afirmar que la mujer asesinada tiene cierta responsabilidad por lo que le ocurrió al no “abandonar a tiempo” a su pareja, como si esta tarea fuese pan comido, simplemente normaliza la idea de que los hombres son naturalmente violentos y las víctimas son las que deben tomar medidas preventivas. El único y verdadero culpable es el feminicida que empuña el arma y se roba una vida.

Es cierto que las afectadas deben denunciar abusos y abandonar relaciones violentas antes de que sea tarde, pero para que estas medidas realmente ayuden a disminuir el número de feminicidios, es preciso que las acusaciones abandonen el “oparei” y las autoridades garanticen a las mujeres la protección de su integridad física. Entre amenazas de muerte, madres, hijas y hermanas duermen con un ojo abierto, pero nadie hace nada al respecto.

Para evitar su reproducción, la hierba mala debe ser arrancada de raíz: si los chicos no aprenden, desde temprana edad, que las mujeres no son objetos de su propiedad, sino que son soberanas de sus cuerpos, ni son conscientes de que actuar con violencia los convierte en machos pero, en definitiva, no los vuelve más hombres, seguiremos lamentando muchas muertes más.

Agustina Vallena (19 años)

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