“La pierna de Severina”, trágico relato de fe que llevó a una mujer al calvario

Su único deseo consistía en ser “Hija de María"; sin embargo, un defecto físico truncaba su sueño. “La pierna de Severina", popular cuento de la escritora Josefina Plá, recoge el drama de una joven cuya única pierna la condujo a un laberinto sin salida.

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Júbilo, laboriosidad y una fe contagiante eran las perlas que engalanaban a las “Hijas de María", una cofradía de mujeres que servía en una parroquia. Severina, una muchacha de 26 años, deseaba fervorosamente formar parte de aquel grupo de cristianas.

Sin embargo, una triste realidad la impedía “transitar” en el servicio a la Virgen María: Severina era lisiada y estaba prisionera en su propio hogar, su único talento consistía en los bellos encajes de ñandutí que tejía. Su discapacidad nunca fue impedimento para su fe; es más, todos los sábados de noche acudía a la iglesia a confesarse y los domingos, a misa.

Severina había insistido al párroco en reiteradas ocasiones para que la admitiesen como “Hija de María”, pero su petición era inútil. Tiempo después, el pa'i murió en su ancianidad y vino en su reemplazo el padre Ranulfo, un joven y entusiasta siervo de Dios.

Una mañana, Severina divisó frente a la parroquia a una niña que caminaba con dificultad, pese a que tenía dos piernas. Una vecina le explicó a la mujer que la nena usaba una prótesis. Aquella escena caló hondo en la protagonista.

Días después, Severina acudió al flamante párroco pero no para una confesión. Suplicó que la admitiesen como “Hija de María”. Del mismo modo que el anterior cura, pa'i Ranulfo le dio la negativa con cariño.

Aprovechando la ocasión, Severina le relató lo que vio aquella vez: la niña y su prótesis. El sacerdote le explicó que era como una “pierna de verdad”, pero que costaba carísimo. Asimismo, el religioso le comentó que una prestigiosa dama de Buenos Aires era muy generosa con los necesitados y le sugirió escribir una carta en la que relatase su infortunio.

Resuelta a obtener ayuda, Severina viajó a Asunción y buscó la Embajada de Argentina. Lastimosamente, abriría recién el lunes y Severina sintió que su viernes fue una pérdida de tiempo. Hambrienta y cansada, la joven buscó refugio. Nada…, todas las puertas estaban cerradas al igual que los corazones de quienes se burlaban al verla pasar.

Severina llegó a la iglesia de San Roque, apurada por la tormenta que se avecinaba. Descansó en los pasillos hasta que llegaron los villanos del cuento. Un grupo de cinco hombres ebrios la rodeó. Enceguecidos por la lujuria, los desalmados satisficieron sus bajos placeres carnales con la débil Severina.

Con el corazón quebrado de amargura, buscó auxilio, parecía que la oscuridad de la noche asuncena ahogaba su voz. La joven se arrastró hasta una residencia en donde la dueña la ayudó con un poco de efectivo y ropa nueva. Después de la trágica experiencia, Severina se lamentó en su hogar: “Una renga como yo no sirve luego como Hija de María”.

Por Víctor Martínez (19 años)

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