Un aeropuerto saca del aislamiento a la isla de Santa Elena

JOHANNESBURGO. Se llama sencillamente HLE: en la jerga aeronáutica, este es el nombre del primer y único aeropuerto de la isla de Santa Elena, en el Atlántico, adonde fue desterrado en 1815 el emperador francés Napoleón Bonaparte.

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La construcción del aeródromo, que el diario británico calificó como el "aeropuerto más inútil del mundo", costó casi 500 millones de euros. Su inauguración, que originalmente estaba prevista para junio de 2016, debe poner fin a siglos de aislamiento de la isla.

La pista, de 1.950 metros, es suficientemente larga para permitir el despegue y el aterrizaje de aviones de medio recorrido. Sin embargo, lo que se había pasado por alto cuando se construyó son las peligrosas ráfagas de viento, que convierten en un problema la maniobra de aterrizaje.

Un Boeing 737-800 de British Airways tuvo que realizar tres maniobras para finalmente poder aterrizar en la flamante pista. En un informe oficial publicado más tarde se criticó el hecho de que las difíciles condiciones meteorológicas, conocidas desde hace décadas, no se tomaron en cuenta de ninguna manera cuando se construyó el aeropuerto.

Desde entonces, la pista solo ha estado abierta para aviones pequeños, aparatos con un alcance limitado como el Embraer E190, de fabricación brasileña, de la compañía aérea sudafricana Airlink. La aerolínea inició el 14 de octubre un nuevo intento de realizar vuelos semanales a Santa Elena.

El avión de Airlink, con una capacidad limitada provisionalmente a 79 pasajeros, 20 plazas menos que la máxima capacidad, está en condiciones de aterrizar de forma segura cuando el viento sopla muy fuerte. Así lo han demostrado al menos los vuelos de prueba realizados por Embraer. La maniobra de aproximación se parece un poco a la que tiene que realizar un avión de combate para aterrizar en la cubierta de un portaaviones.

Las autoridades sudafricanas finalmente dieron su visto bueno para los vuelos a Santa Elena, que salen de Johannesburgo con una escala en Windhuk, la capital de Namibia. "Sin duda, 2017 es un año de cambio positivo para Santa Elena", aseguró la gobernadora de la isla, Lisa Phillips, que ya espera con ansiedad la llegada de los primeros turistas.

Los nuevos vuelos, de varias horas de duración, son una alternativa práctica y rápida a los largos viajes agotadores en paquebote. Santa Elena, territorio británico de ultramar, está situada en el Atlántico Sur, a medio camino entre África y América Latina, a unos 2.000 kilómetros de Angola y casi 3.000 kilómetros de Brasil. Desde su colonización en el siglo XVI, los barcos de abastecimiento constituían la única comunicación de la isla con el mundo exterior.

Hasta el día de hoy, durante la llegada los viajeros no debían tener miedo al embate de las olas, ya que el desembarque frente a la costa es igual que en tiempos del desterrado emperador francés, cuyo último domicilio es actualmente una de las principales atracciones turísticas de la isla. Acantilados basálticos negros, formaciones rocosas escarpadas y una abundante vegetación verde: todo ello hace que Santa Elena sea un paraíso para quienes huyen de la ciudad en busca de tranquilidad.

Con 1.000 habitantes, Jamestown, la principal localidad de la isla, alberga casi la cuarta parte de la población de la isla, que fue descubierta por el almirante portugués João de Nova el 21 de mayo de 1502 cuando volvía de un viaje a la India.

Durante muchos años, la isla fue una escala para navegantes que les permitía abastecerse de agua potable y frutas. Aunque en 1988 obtuvo su propia Constitución, la isla sigue siendo subvencionada por el Gobierno británico y el jefe de Estado es la reina Isabel II. Hasta que se inauguró el aeropuerto, el paquebote real "St. Helena" era el único medio de transporte que aseguraba el contacto de la isla con el mundo exterior.

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