Carteles y elecciones: un mosaico político del Paraguay actual

La cartelería que cubrió Asunción las semanas previas a las elecciones presidenciales 2023-2028 es un amplio fresco de las contradicciones y expectativas de los múltiples sectores de la sociedad paraguaya.

Cartelería electoral, una selva de símbolos
Cartelería electoral, una selva de símbolos

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Días atrás, mientras buscaba dónde dirigir mi voto el 30 de abril para sacudirme la sensación de que otra vez era todo lo mismo y eran todos los mismos, me puse a mirar la cartelería en la vía pública como piezas gráficas, objetos visuales, olvidando su función, y me di cuenta de que el uso de los colores hablaba más de nuestra sociedad que de la ya finiquitada contienda.

Esta vez, los rabiosos fondos azul y colorado dieron paso al neutro y pacífico blanco. Tanto el candidato colorado como el liberal –camuflayado en la Concertación Nacional– parecían buscar votos en sectores no afiliados a ningún partido, en el Paraguay posdictadura, en esa numerosa población menor de 35 años que ya no parece tener relación afectiva con ninguno de los dos partidos tradicionales, ni como poder ni como «contrera».

En las internas del partido en el gobierno durante siete décadas –salvo Lugo el breve–, el sector cartista –que ganó– sí usó el colorado, aunque no llegué a verlo en pantalones, en fondo, camisa, pañuelo y cualquier otro prop, haciendo confusa la lectura figura­-fondo. Dicen que «se alardea de lo que no se tiene». Por la extracción social y el pensamiento político de sus dos principales referentes, la cúpula colorada actual se parece más a Patria Querida que a los históricos líderes populistas nacionalistas del último bastión colorado teeté del Cuatrinomio aquel.

Me pregunto si fue coincidencia que Patria Querida conservara su celeste azulado de fondo –¿un seudo royal blue que combina con candidatos rubiojosclaros?–, pero lavado, desleído, como si el partido del sector más pudiente de la población (empresarios agrícola-ganaderos principalmente asuncenos) se percatara de que su lugar ha sido cooptado de alguna manera por los colorados, a los que ven como populistas sin lustre cosmopolita –paraguayotes– con quienes antes podían tener alianzas beneficiosas económicamente sin riesgo de ser confundidos con ellos. Wasmosy es un ejemplo de este empresario colorado de «tradición», pero hay muchos más. El Ministerio de Obras Públicas es su refugio, con las grandes licitaciones. ¿No era más coherente que este sector votara esta vez a Santi/Cartes? Y aquel Partido Colorado que supo mantener su liderazgo y poder en base a sectores rurales y nacionalistas, ¿se estará decantando en el empresariado al que antes necesitaba pero mantenía bajo control, y que hoy parece controlarlo? Como si recién ahora pudiéramos ver la verdadera transformación del boom de Itaipú.

La cartelería de los presidenciables de la Concertación Nacional contenía todos los colores. Menuda tarea habrá tenido el pobre diseñador para equilibrarlos. No sé por qué me molestó tanto el hombro de Efraín que tapaba el de Sole. Obviamente, estaba calculado, pues la imagen de una concertación requiere balancear tironeos de aquí y allá. Pero lo vi como un punctum, à la Roland Barthes: salía de la foto y me punzaba. Me señalaba algo que estaba fuera de la foto y perturbaba la armonía: como si allí se escapase lo que no se logró consensuar. No sé aún si era el hombro tapado de la Sole, que sentía que podía dar un paso adelante, respirar profundo y «agrandarse», o la omnipotencia de Efraín, inocultable las tres veces que intentó llegar a la presidencia. ¿Quiso dejar en claro que esta vuelta renunció al azul pero no a su ambición personal –no dejó de ser azul/Efraín? Hubo que aceptar el trago amargo de pedir ayuda, pero sabiendo que es quien tiene la estructura partidaria sin la cual los otros no podrían acercarse al Ejecutivo. Y esta vuelta no en segundo plano, como con Lugo. Un hombrito lleno de historia(s)… Epa, ¡qué casualidad!: era el hombro izquierdo de Efraín el que tapaba el hombro derecho de Sole. Pero, se hayan aprendido los rudimentos del diseño de R. Arnheim o de D. Dondis, siempre se coloca lo de mayor peso –visual y simbólico– en el lado derecho del espacio visual, el de más rápida lectura y visibilidad, y en los carteles de la dupla, aunque en tamaño menor para señalar que estaba por detrás, ese lado lo ocupaba la candidata a vice.

Aunque ya vimos cómo les fue, días atrás esa marea colorada enblanquecida y la escasez de azul me despistaron. Los colorados usaban su color a modo de acentos, recordando quiénes son. Los liberales parecían aceptar que en 35 años de transición no han logrado ser una opción por sí solos. En aquellos parecía un ajedrez; en estos, una renuncia –a su tradición partidaria, no a su obsesión por llegar al poder–. Con el uso en común del blanco, la imagen se veía limpia, ¿«lavada»…? Pero el blanco respondía también a otra diferencia de estrategias. En los colorados, para hablarle a todo el país, como si hubieran reparado en que el coloradismo es solo una parte de la población paraguaya; tal vez por ello apelaban más a la bandera tricolor, con la cual el azul entró en el repertorio colorado. Justo cuando los liberales parecían esconderlo, en parte para dar lugar a los nuevos aliados, pero también porque hace demasiado que ese azul se queda con las ganas vuelta tras vuelta. Y casi todos, ¡dale con la bandera nacional!, de fondo, en un rincón, abrazando una letra o embutida en la tipografía. Hasta el presidente electo dio su primer discurso con la bandera nacional al cuello. Y todos los referentes, alrededor, ¡de camisa blanca! Salvo Calé, sobreviviente de la vieja guardia que vistió su camisa colorada…

Uno de los presidenciables, habiendo pillado desde dentro el tendal de heridos y contusos que el blanqueamiento del partido colorado produjo, y conocedor, por su larga experiencia política, de la histórica tendencia del Partido Liberal a armar rancho aparte buscando autenticidad y mutando nombres (no color), se percató de que habría muchos liberales con dificultad para procesar tantos colores, y encima perdiendo su nombre y su color/amor propio, y armó un movimiento para seducir al refugo de tanto partido dividido. Y como en su Nueva República cabrían todos, no sorprende que no haya tenido un color insignia y usara de tanto en tanto un magenta que tendía, ora al rojo, ora a un violeta que prometía podría azularse, opacado por la leve desaturación con negro… Ups, el color con que se identificó Payo Cubas, candidato que «opacó» a Euclides, pues parece que terminó captando los votos con que este contaba. Y es que, aunque buscaba mostrarse abierto e inclusivo, Acevedo armó su chapa con la parte más radical del también fracturado Frente Guasu, el sector de izquierda que con más ahínco busca anclar una postura propia diferenciada de todas las demás, incluso de otros sectores dentro de su propio partido. Aunque ese magenta-rojizo-amarronado daba sensación de oscuridad, por estar en la gama del violeta no incomodó a los sectores del Frente Guasu que acompañaron la chapa presidencial de Nueva República, pero sí a todos los demás: al decantar Euclides su dupla con el refugo no concertado de los violetas, generó una estampida.

Puede que la ley de la simultaneidad de la teoría del color, según la cual nuestra percepción de un color varía de acuerdo a la proporción que abarca en el espacio y al color contiguo, explique en parte esa huida. Obviamente, al entrar el violeta puro, los liberales se percataron de que ese color opaco e indefinido en realidad tiraba al rojo y no al azul, y los colorados ­–que pueden estar enojados pero no por ello pierden el orgullo– vieron lo enchastrado que quedó el colorado en esa mescolanza. Estarán todos descontentos de sus partidos, pero no son daltónicos: el violeta Frente Guasu lo distinguen perfectamente. Recordemos, de paso, que la proporción de daltonismo en hombres es abrumadoramente superior que en mujeres, proporción similar a la que acompañó esta propuesta, que transmitía una sensación de masculinidad vetusta ­–hoy mal vista–. También resultaba algo violenta, casi como grito o al menos voz levantada de la autoridad, la repetición triple de la misma palabra de cada cartel: seguridad, seguridad, seguridad; orden, orden, orden. Más que convocarnos, parecía decirnos sííígapy. Y güeno manté, ¿quépa le íbamos a decir?

En las tres opciones a senadores y diputados de partidos que buscaron aumentar su cupo en el Congreso y con ello quebrar la mayoría que realmente maneja el poder y dirime a su antojo los debates parlamentarios encontramos colores puros y plenos: el celeste cerúleo de Patria Querida a la derecha del espectro político; el amarillo –el único que osó usar un color primario en su absoluta luminosidad– de Encuentro Nacional en el centro; el violeta del Frente Guasu, a veces más presente, otras en retirada, en las varias izquierdas.

Patria Querida parecía que iba a perder escaños por encontrarse sin querer queriendo demasiado cerca ideológicamente de la opción hegemónica, aunque aggiornada, del Partido Colorado. Y con sus partidarios, que son cualquier cosa menos colorados, sintiéndose traicionados por su partido y encima, en la pulseada, con la aplanadora colorada ganando sin lugar a dudas. Veía en sus carteles problemas con el pegado de las fotos de los candidatos: a veces parecían recortadas y otras, al intentar fundirlas con el fondo, el (ab)uso de filtros digitales difuminaba demasiado el contorno, como si la persona se estuviera esfumando, como si estuvieran lentamente empezando ya a desaparecer. O hundiéndose al fondo de una pileta. Literalmente, había aquí problemas de fondo.

Encuentro Nacional apostó con ganas, confiado en obtener más escaños. Sonó música en sus gingles, recurso radial un tanto noventoso que podía transmitir la sensación de que no manejaran del todo la lógica del mundo digital. La gráfica descontracturada y lúdica, ¿acorde a la política actual y a una población joven que entra al escenario electoral con su voto?, podría insinuar que los dos partidos tradicionales han llevado la solemnidad discursiva y visual al hartazgo. Se sentía frescura en su cartelería, pero era también un poco demodé, como ropas de la temporada anterior que no tienen aún el encanto de ser vintage. Por suerte, la información textual no fueron proclamas y promesas –que ya sabemos siempre vacuas– sino que simplemente comunicaban el nombre y, más grande aun, la lista y el número del candidato, de manera clara e inequívoca. Es más, llamativamente, ocupaba más espacio que el rostro al cual votar. Algo que, aunque podía recordar los pasacalles de ofertas de supermercados con el precio de la costilla u otra promo, daba cierto alivio. Casi como diciendo «somos gente como los demás, laburantes, no parte de la “élite política” que gobierna hace décadas». Y para evitar más la estridencia –no sea que parezca comparsa de carnaval–, los candidatos vestían mayoritariamente de blanco, a veces una remera común y corriente. Gracias a que no renunciaron a su color –ni, con él, al poder que tiene para comunicar identidad–, el nombre del partido era el texto de menor tamaño.

El Frente Guasu apostó al color de su movimiento, el violeta pregnante, para uniformar un ya inocultable disenso. Y por supuesto, no pudo renunciar a los eslóganes, porque desde la asunción de Lugo este sector ha logrado más insertar discursos que modificar prácticas concretas. Lo que le dio buenos resultados, pues llegó a las elecciones como tercera fuerza en bancadas y votos, tuvo un rol en los debates y fue tenido en cuenta por los dos partidos que controlan el Congreso (incluso para votar a escondidas por la reelección presidencial que la Constitución vigente no permite). Entre dos aguas, entre apostar a cargos ministeriales con la Concertación o fundirse con otro sector que sentían más afín para construir un Frente Guasu pos-Lugo detrás de Euclides, o tal vez apostando a poner los huevos en distintas canastas antes que se rompan todos y se vuelva al bipartidismo histórico (antes que el violeta se descomponga en los colores primarios rojo y azul que lo componen), y con temor a un cisma por la fisura entre los referentes del partido de extracción urbana y los que provienen de áreas rurales y luchas campesinas que la figura de Lugo, verdadero gallo de los huevos de oro, había logrado amalgamar. Si la diversidad dentro del partido llevó a cada candidato a construir su propia imagen bajo el paraguas de «izquierda» –con todas las contradicciones imaginables–, en concordancia, el color violeta aparecía en distintas proporciones según la apuesta de cada uno. Ya vimos que los que se presentaron con Nueva República tenían menos conflictos por la cercanía de sus colores con sus aliados; predominó el blanco con texto en violeta para los que necesitaban amoldarse a la Concertación; y también apareció el violeta pleno de fondo, como en el cartel de un candidato a senador que me resultó sorprendente. Fondo violeta, texto en blanco. Economía de colores que contrastan y se separan bien, para no confundir. El candidato Leo Rubín vestía una humilde remera blanca. Sonriente y bronceado, bien peinado y afeitado, su mano derecha a la altura del pecho nos llamaba hacia él, comunicando, para que no quedaran dudas, lo mismo que el eslogan, Eju chendive: nos llamaba, en guaraní, a «seguirlo», cual mesías –«Vengan a mí», como Jesús…–. En asociación libre me empezaron a resonar los «no temas», «soy la luz, soy el bien», y no pude evitar recordar los sermones de los curas cuando, de adolescente, iba a misa. ¿Un referente de izquierda llamando a la gente a acercarse a él, en vez de acercarse a la gente? ¿Un referente de izquierda parafraseando un discurso católico, cuando tendría que defender el estado laico? Un mesías en un país en el que intentamos, con enormes dificultades, alejarnos del autoritarismo y las figuras autocráticas como las que nos gobernaron la mayor parte de nuestra vida independiente –el Dr. Francia, los López, Bernardino C., Stroessner…–. Volviendo al cartel, puede que sea más simple y este candidato se estuviese insinuando/posicionando como heredero del exobispo Lugo. Por cierto, ya que los profesionales que atienden la salud del expresidente insistían en que no se le molestara con temas políticos, parece que decidimos no molestarlo con el desgaste que el senado le provocaría.

Hablando de figuras autoritarias y personalistas, es difícil incluir en este artículo a Payo Cubas porque su campaña se basó en las redes sociales y casi no tenía carteles. Sin embargo, su uso del color negro y el número de su movimiento, 911, demuestra un excelente manejo de la simbología visual/conceptual por su coherencia con su discurso. En vez de llamar a potenciales seguidores a su carpa, este candidato sí fue a la gente –a pie, en micro o en motocarro– y pateó –literal y metafóricamente– todo el país. En campaña, parecía que Cruzada Nacional era simplemente la persona Payo, en la que todo se centraba. Había un vicepresidente, del que no recordamos ni el nombre, y tampoco retuve los de los candidatos al Parlamento, pero ganaron muchas más bancas de las imaginadas, un fenómeno político ya está siendo analizado por politólogos y sociólogos.

Fuera obra de esos filtros digitales cuyo abuso las redes sociales han naturalizado, o de cirujanos y cirujanas plásticos/as (perdón, pero plástiques me suena muy raro)­, vimos figuras antiguas tan rejuvenecidas (¿por qué sentía que era igual a otras elecciones?), aunque no en sus propuestas, sino en su imagen, que a unos costaba reconocerlos y otros parecían ser sus propios hijos­. Está claro que saben que la memoria histórica no es nuestro fuerte.

Mientras, alegando lo mismo que llevan repitiendo hace tres décadas, y algunos más, los eternos referentes de la cultura firmaron una carta pidiendo el voto por la alternancia. Me hace pensar que buena parte de la gente descontenta de más de 40 años se ha quedado sin mucho que decir. Parece que la repetición está vinculada al trauma. Y es probable que no hayamos podido aún, como sociedad, procesar verdaderamente el trauma de 34 años de dictadura; pero tampoco el trauma de una transición que ya dura tanto como aquélla. ¿Acaso con su slogan «Vamos a estar mejor» los colorados parafraseaban aquello de que «antes (con Stroessner) estábamos mejor»? Pensamiento que persiste e insiste. Puede que transformar este país sea una tarea un poco más compleja de lo que los discursos nos hicieron creer. No hemos podido salir de la visión binaria de buenos y malos, esa estructura que no da lugar a los matices, lugares inciertos, a veces espurios, pero que por ello mismo remiten honestamente a la confusa experiencia del vivir diario y permiten el verdadero reconocimiento, no como pose, de la alteridad. Leyendo las formas en dicha carta, me pregunto qué dicen y cómo habrán votado el domingo pasado los más jóvenes, sobre todo aquellos para quienes la dictadura es algo que aprendieron en el colegio y no una vivencia material. Esos que tienen más tiempo de vida por delante. Muchos de los cuales probablemente aún están inventando quiénes quieren ser.

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