Fue una semana oscura. El lunes apareció, “entre tragos y medianoche”, el decreto 714: el presidente Santiago Peña nombraba a la señora Alicia Pucheta representante del Ejecutivo ante el Consejo de la Magistratura con su estela de polémicas; el martes perdió la anémica Albirroja; el miércoles juró Pucheta en un Senado caótico; el jueves el ministro del Interior anunció que la inseguridad estaba ganando. Necesitamos urgente algo que nos dé alguna alegría.
El miércoles 15 Moncho Azuaga recibió el Premio Nacional de Literatura de manos del presidente Santiago Peña. Un acto cargado de simbolismo, un oasis que halló el intelecto. Y Moncho, poeta llameante de voz clara y callejera, aprovechó la ocasión para recordarles a los políticos, a quienes gobiernan el país, que hay un factor insoslayable para buscar el progreso: la cultura. Sin ella, todo es hueco.
Un ignoto diputado, de cuyo nombre ni siquiera me puedo acordar por su escasa trascendencia parlamentaria, en un desliz retórico soltó aquello de “las locas del Congreso”. Después quiso arreglar la torta, pero ya era tarde. Ya lo dijo, y con ello desvió la atención del tema al que se refería. Pero esa expresión que se le escapó refleja el pensamiento de muchos respecto a las mujeres que no se someten, que no se callan. Son todas locas.
El 30 de octubre, ABC digital publicó un artículo en el que el presidente del Senado, Silvio Ovelar, hacía una llamativa autocrítica en cuanto al relajamiento del discurso racional en el ámbito parlamentario. Más allá de diferencias que uno pudiera tener con el popular Beto, su preocupación me pareció legítima y me sonó sincera. Asistimos a un tiempo de farandulización del Congreso a escala de bochorno.
En su acepción de “retribución fijada para los miembros de las cámaras legislativas”, la dieta le debe ser reforzada al Congreso Nacional, que, según el jefe de Estado, sufre por la inflación. Además, el esfuerzo que hacen sus honorables miembros en lo intelectual, cultural, conceptual, filosófico, psicológico, lingüístico, es colosal. Un desgaste despiadado que felizmente el presidente Peña notó con sentido de humanidad.
Los gobiernos colorados, entendiéndose gobierno como los tres poderes y los organismos institucionales, no se distinguieron últimamente por elegir a las personas más idóneas para cargos de alta responsabilidad, salvo raras excepciones. Un ejemplo estridente es el señor Hernán Rivas. Alguien se encaprichó en que fuera miembro del JEM, aun con la sospecha de que no cumple el requisito fatal para ello: ser abogado. No importa. Debe estar ahí.
El 12 de octubre de 1813 el Paraguay se declaró república. Dejaba la condición de provincia y blindaba su soberanía ante la apetencia extranjera. El Paraguay se erigía así en la primera república, por lo menos nominal, de Hispanoamérica, jugada geopolítica de José Gaspar Rodríguez de Francia frente al deseo hegemónico de Buenos Aires. Asunción ya no aceptaría ninguna autoridad más que la suya propia. Esa gesta parece hoy tristemente olvidada.
Una derivación angustiosa del caso invasores VIP es la comprobación de cuán indefenso está el Estado, porque el Estado es incapaz de defenderlo. Parece un enredo: el Estado no protege al Estado. Quienes atentan contra el Estado son, precisamente, quienes debieran de cuidar de él. Esto es moralmente tan devastador como que ante nuestro grito de “y ahora, quién podrá defendernos”, saltara el Chapulín Colorado convertido en delincuente.
Es deplorable ver cómo se le falta al respeto al Congreso Nacional. Cómo se le roba a la representación del pueblo el señorío que debiera tener, para instalar en su lugar la vileza, la ordinariez y hasta la traición a la patria. Y más aflige saber que la falta de respeto surge desde el mismo Legislativo.
Hay quienes recuerdan a aquel economista joven, delgado, de billetera despoblada, que a finales del siglo pasado entró a trabajar en la Universidad Nacional, donde escalaría hasta director general de administración y finanzas. En el 2013 lo eligieron diputado por Central por el PLRA. Sus faltriqueras ya estaban repletas y su figura menuda se transmutó hasta parecer un modelo de Botero, artista colombiano especialista en trazas XXL Es Dionisio Amarilla, hoy autoproclamado de “raza” aria.