Djokovic es un lobo

Manuel Sánchez Gómez Londres, 11 jul (EFE).- Djokovic es un lobo. Insaciable, indomable, imparable cuando tiene la presa entre ceja y ceja. Es el hombre destinado a batir todos los récords, a ser el mejor de la historia y a someter a sus rivales hasta que su cuerpo no pueda más. Es el tenista que ha igualado los registros de Roger Federer y Rafael Nadal y a los que dejará atrás dentro de no mucho, cuando su voracidad se siga cobrando víctimas.

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No sorprende su carácter indómito, su capacidad de pasar del éxtasis a la indiferencia en cuestión de milésimas. 'Nole' sabe lo que es disfrutar del tenis, como un niño, para minutos después tener que esconderse en un refugio de las bombas con las que la OTAN bombardeaba Serbia a finales de los 90. El pequeño Djokovic comenzó a ser un campeón cuando, junto a su abuelo, rastreaba Belgrado de día en busca de pistas en las que jugar y de noche se metía en un sótano a rezar por que los proyectiles no atravesasen el techo.

"Está en mis genes", rememoraba esta semana en el All England Club. "Y en los de mi familia. Crecí en unos tiempos difíciles para mi país y creo que fallar nunca es una opción. En aquella época teníamos que encontrar los bienes imprescindibles para sobrevivir. Eso ha fortalecido mi carácter".

Por eso, Djokovic lleva luchando contra un ambiente desfavorable desde que simplemente era un chico que entrenaba en el club de tenis del Partizán de Belgrado. La narrativa del tenis ha impuesto que la rivalidad más bonita era la que medía a Rafael Nadal y Roger Federer, relegándole a un segundo plano, pese a mantener registros positivos contra el suizo (27-23) y contra el español (30-28). Él era el tercero en discordia, el que sufría de problemas respiratorios en el comienzo de su carrera, el que tuvo que dejar el gluten a un lado para mejorar físicamente y al que el público prefería ver perder en pos del triunfo de Nadal y Federer.

"¿Cómo es ser el chico malo que persigue a Nadal y Federer?", le preguntaron en Wimbledon. Incrédulo, Djokovic, que ya no sabe qué hacer para ganarse a la masa social, respondió. "No me considero un chico malo. Yo no persigo a nadie. Hago mi camino, mi viaje y mi historia".

Una historia que tiene dos momentos clave para que ahora posea 20 Grand Slams. Ambos forjados en la misma pista en la que hoy posa con la copa dorada.

El primero fue hace tres años, en las semifinales de Wimbledon contra Rafael Nadal. Un partido que valía un título, ya que en la final esperaba Kevin Anderson que venía de jugar más de seis horas. Molido y listo para que lo sentenciaran.

Ese fue el día que Djokovic volvió a verse campeón. Venía de una sequía de más de dos años, desde Roland Garros 2016. Problemas en el codo y personales propiciaron el mayor bajón de su carrera, pero aquella tarde en el All England Club todo cambió. En un encuentro dividido en dos días, por el toque de queda en Londres, y en el que la organización le favoreció, dejando el techo cerrado para la reanudación (regla que fue cambiada para el año siguiente), Djokovic doblegó a un Nadal que desperdició cinco puntos de rotura, clave en un quinto set definido por 10-8. Quizás, la vez que Nadal estuvo más cerca del título desde 2010.

El segundo punto de inflexión fue hace dos años, esta vez contra el otro ídolo mundial, Roger Federer. La mejor final en años de Wimbledon enfrentaba a un rejuvenecido suizo contra Djokovic, que después de la victoria de 2018 había ganado en Nueva York y Melbourne también.

El serbio partía como favorito, lo que le creó una pista central completamente volcada con su rival. Gritos en cada doble falta, indiferencia hacia sus puntos y la icónica imagen de una mujer en el público con el dedo índice en alto cuando Federer dispuso de dos puntos de campeonato. "Uno más", pedía. Uno más que nunca llegó. Djokovic escapó, venció a Federer por 13-12 en el quinto y miró con suficiencia a la grada. Comió pasto y dio el paso definitivo hacia ser el mejor.

Derrotar a Nadal este año en París fue la puntilla.

"No me considero como el menos valorado. He tenido un viaje que probablemente sea diferente al de la mayoría de jugadores. No me quejo ni me arrepiento. Estoy agradecido por haber pasado por ello porque me ha ayudado a ser el hombre y el tenista que soy hoy. Me ha permitido aprender cosas por mí mismo y tener un carácter más fuerte. Aprender a luchar, a nunca darme por vencido en circunstancias adversas".

"Ayudó cuando en mi infancia pasé mucho tiempo en las montañas con mis padres. Vivía con los lobos".

Más de 20 años después de aquellos bombardeos y de haber pasado largas épocas con sus padres, que eran profesores de skí, en las montañas, el lobo es él. Djokovic ya está a la altura de los más grandes y cerca de estar por encima también. Pronto, nadie podrá discutírselo.

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