Rebeldes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), principal guerrilla marxista de ese país, secuestró a la entonces candidata presidencial Ingrid Betancourt mientras ella intentaba ser la primera aspirante a jefe de Estado en llegar a una zona del conflicto.
Viajaba por una carretera al municipio colombiano de San Vicente del Caguán junto a su jefa de campaña, Clara Rojas, y otras tres personas, entre ellas un fotógrafo francés de la revista “Marie Claire” hasta que fueron detenidos en un puesto ilegal de control de la guerrilla marxista.
Durante su campaña, Betancourt había criticado las actividades ilegales de las FARC por sus actos de violencia en Colombia.
El grupo paramilitar, hoy casi extinto –tras un acuerdo de paz firmado en 2016 durante el gobierno de Colombia– recurría a la extorsión para financiar su lucha armada.
Betancourt estuvo en cautiverio durante 6 años. Parte de lo vivido lo relató ayer a ABC Color.
–Pasaron 12 años de su rescate. ¿Está logrando ser lo que ha decidido ser?
–Sí. Creo que esto es como el de todos nosotros, de construcción, de sueños. Hoy (por ayer) cuando me levanté pensé en eso. En los años que han pasado. Fue como tener esa bendición de ir cumpliendo sueños que se habían gestado estando en cautiverio. Siento una gratitud con la vida. Tengo una sensación de plenitud, con los momentos que pasaron, los años que he vivido en libertad, y en ese sentido puedo decir que me aproximo a esa Ingrid que quería ser cuando estaba en la selva (secuestrada).
–El 2 de julio de 2008 usted subía junto a otros secuestrados a un helicóptero de la Cruz Roja. En el aire le cuentan que estaban liberándolos.
–Han pasado muchos años. Pero la emoción sigue intacta. Miro esas imágenes y me conmuevo mucho. Fueron muchos años de incertidumbre, de dolor, angustia, maltratos y humillaciones. Todo lo que implica un secuestro.
Cuando estábamos en ese helicóptero y de pronto vimos que hubo una pelea. No entendíamos bien lo que estaba sucediendo. Hasta que el que era comandante de esa operación logró neutralizar a dos comandantes guerrilleros que habían subido con nosotros y gritó: “¡Están libres! ¡Este es el ejército de Colombia!”.
Ese fue un momento extraordinario. Yo nací el día que mi madre dio a luz, pero renací cuando me liberaron, hace 12 años.
–Cuando la iban a subir a ese helicóptero, ¿qué pensó?
–Estaba convencida de que era una artimaña de las FARC. Pensé que era un helicóptero prestado de un gobierno amigo de las FARC, con el que nos iban a adentrar aún más en la selva y eso dificultaría aún más la posibilidad de un rescate, con el que soñaba. Pensaba que una negociación en mi caso iba a ser muy difícil.
Yo había comprendido que para las FARC el secuestro mío era una carta que no iba a ceder porque le daba voz, una plataforma mediática. Mi liberación es, era, absolutamente impensable. Para mí fue un milagro.
–En su libro relata que hubo momentos en que se despedía del mundo. ¿Hay algún momento en especial que quedó marcado, en el tiempo de su secuestro?
–Creo que un mal contra el que tenemos que vacunarnos todos es sobre el poder de las ideologías. Cualquier ideología, sea de extrema izquierda como las FARC o la extrema derecha, que reduzca al mundo a una eliminación del otro porque no piensa igual, nos lleva a una deshumanización. Y yo viví eso. Viví una experiencia terriblemente dolorosa. Porque cubierto con toda una ideología se justificaban la lucha política, la confrontación de clases, incluso problemas de género.
Poco a poco lo que uno ve en esa manera de pensar es que pierde uno la ética, la moral, el respeto por el ser humano, por la vida.
Contra eso debemos vacunarnos. No importa de donde venga esa ideología. No dejemos que se nos reduzca el pensamiento y la posibilidad de ser críticos ante el mundo, ante el presente, ante la realidad, simplemente porque nos metemos en una ‘camisa de fuerza ideológica’, que hace que no podamos ver y ser justos frente a las cosas como son.
–Probablemente haya leído sobre la versión paraguaya de ese grupo (FARC), y lastimosamente el daño que hicieron es inmenso. Hay gente que pudo volver, otros que no, como Cecilia Cubas (hija de un expresidente de la República). La gente que volvió contaba cómo el miedo a la muerte se le sembraba cada día de sus vidas y le recuerda que su vida vale nada, y es un poco para conectar con tu caso.
–Cuando ponemos las ideas por encima de la vida humana, perdemos el contacto con la realidad. Siempre tenemos que volver a lo básico, que es la humanidad, el amor, la tolerancia, el valor del otro en sus diferencias. Entender que nos enriquecemos cuando el otro no necesariamente piensa igual a nosotros.
A mí lo que me sorprendió mucho de las FARC era esa manipulación. Esa capacidad de desenfocar la realidad. No tenían conciencia del daño que hacían a cada uno de los secuestrados en su poder, cuando no nos llamaban por nuestros nombres.
Debemos reflexionar en el dolor de las palabras, en las formas de expresarnos. Debemos reflexionar que somos seres de palabras.
–¿Cómo fue ese 2 de julio, día de su rescate?
–Me gusta recordar ese momento de la liberación. Veníamos marchando de un lugar a otro. En la semana previa a la liberación el comandante hizo una pausa en un campamento. Fue como de recuperación.
A ese campamento llegaron otros secuestrados que habíamos visto hace años. En la noche previa, llegamos por primera vez a una casa construida con techo de zinc y con habitaciones separadas. Llevábamos años durmiendo en el suelo, en carpas, en plásticos. Llegar a una casa así era un lujo. Recuerdo que había camas. Toda la noche me rasqué porque los colchones estaban llenos de pulgas.
Apenas amanecía me ponía a escuchar una radio en la que daban voz a las familias de secuestrados, para mandar mensajes. Ahí escuché una de mi hija: “Mamá, voy para China, junto a una amiga. Estoy muy deprimida. Tengo que ver otra cosa”. Mientras la escuchaba ironizaba ‘ah no habrá liberación’. Luego escuché a mi mamá que decía: “Voy a Italia, donde habrá una manifestación para tu liberación”.
Obviamente no había antecedentes para pensar que habría una liberación. Solo sabíamos que venía una comisión europea. Y efectivamente, a la media mañana (del 2 de julio), escuchamos un helicóptero. Aterriza. Nos fuerzan a subir. Y de pronto se da esa pelea entre los guerrilleros y el comandante de la operación, que grita que estamos libres.
¡Enloquecimos! Yo gritaba y gritaba. Y pensaba que debía parar, pero no podía parar. Hasta que se me acabó el aire y comencé a mirar a mis compañeros. Todos saltando. El helicóptero tenía dificultad para mantener el equilibrio en el aire.
Me acerqué al piloto. Y le pregunté cuánto faltaba para llegar. Me responde que en 5 minutos; y pensé “esa es una eternidad”. Fue un momento absolutamente irreal. El espacio y tiempo se contrajeron, y lo que se vivió en esos minutos fue el espacio de una vida. Muy fuerte emocionalmente.
–¿Cuántos “años” duraron esos 5 minutos?
–Esos 5 minutos han durado hasta ahora. No hay un día en que no agradezca haber sido liberada. En estos últimos años de libertad fui abuela, y eso es algo extraordinario. Cada vez que nace un nieto y lo sostengo en mis brazos, es como un desafío al destino. Como diciendo ‘lo logramos’, luego de que nos dijeron que nos quedábamos en la selva, que nos moríamos allí. Pero no, acá estoy con mis hijos, mis nietos, mi familia.
–Necesitamos valorar la libertad, cuidarla. ¿Un mensaje para Paraguay que siguió su caso?
–En estos momentos estamos todos muy unidos por el drama de la pandemia. De pronto tomamos conciencia de la muerte y de proteger a los seres queridos.
Entendamos que tenemos una inmensa oportunidad para repensar quiénes somos, como planeta, como humanidad, y rectificar. Es el momento en que nos damos cuenta que los cambios pueden ser masivos e inmediatos, que podemos ser más solidarios, y no solo pensar en nosotros mismos. Es nuestra responsabilidad. Tengo muchos amigos en Paraguay. Somos una familia y es el amor lo que nos anima a ir más allá del miedo.