Una llamada a la espiritualidad

El Sábado Santo la Iglesia acompaña en silencio a Jesús y a medida que avanzan las horas se apresta para la Vigilia Pascual.Archivo, ABC Color

El día de ayer, Viernes Santo, hemos vivido en la Iglesia el doloroso momento de la crucifixión del Señor. Hemos acompañado, en medio del ambiente en el que estamos viviendo durante esta pandemia mundial, la vía dolorosa, el Vía Crucis, contemplando a Jesús con la cruz a cuesta camino al Calvario. Al mismo tiempo, hemos colocado nuestros propios sufrimientos, nuestras dolencias, nuestra angustia, la lucha que estamos llevando, todo esto, a los pies de la cruz de Cristo.

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La cuarentena que estamos viviendo en el país y a nivel mundial, ha alcanzado también a la Iglesia. Por eso, en el tiempo de cuaresma, y en estos días de santos, el pueblo ha quedado a puertas cerradas en sus casas, acompañando desde la distancia y a través de los medios de comunicación, las diversas celebraciones eucarísticas en las iglesias en todo el mundo. Celebrar a puertas cerradas, sin la presencia física del pueblo, aunque en comunión espiritual, ha sido un gran dolor que la Iglesia ha sufrido en este tiempo de cuarentena.

Se nos ha quitado a Cristo, se nos ha quitado al novio, por eso, en el Sábado Santo, sin la presencia del Señor, sin la presencia del novio, el dolor se intensifica. En este tiempo de cuarentena, las palabras pronunciadas por el mismo Jesús en el Evangelio, se encarna en la realidad cotidiana de toda la Iglesia: Días vendrán en que les será arrebatado el novio, entonces ayunarán (Mt 9, 15).

En el Sábado Santo, sentimos la ausencia del Señor, porque Jesús, el novio de la Iglesia, se nos ha arrebatado. Con el sacrificio en la cruz, se nos ha quitado al Señor. En consecuencia, el sufrimiento de la Iglesia es grande. Esta misma situación lo ha vivido el pueblo a lo largo de esta cuarentena: se nos ha arrebatado al Señor; el pueblo sufre, la Iglesia sufre. La falta de acceso a la eucaristía y a la comunión del pueblo por causa de los rigores de la cuarentena ha causado un sufrimiento, un dolor: el novio se nos ha arrebatado, y el pueblo sufre con toda la Iglesia.

También el sufrimiento por la ausencia de Cristo es una demostración de fe y de amor. El Señor no está con nosotros, y el corazón del pueblo, de la Iglesia, colmado de amor, se desgarra por esta ausencia. Es un sufrimiento que eleva el espíritu humano hacia su Señor. Es una invitación a levantar el rostro y contemplar al que ha sido levantado (Jn 8, 28), fijando la mirada de fe al cielo, a lo alto, y no hacia abajo, hacia las miserias, la desolación y la oscuridad que el mundo nos presenta en este tiempo. Es una mirada que se llena de esperanza hacia la nueva vida prometida por el Señor mientras estaba con los suyos: después del sufrimiento y de la muerte, llega la resurrección a una nueva vida.

El Sábado Santo constituye, entonces, en una llamada para vivir esta espiritualidad de la ausencia del Señor, de la falta del Señor a todo el pueblo que lucha a puertas cerradas contra la pandemia mundial en esta cuarentena: se nos ha arrebatado al Señor, por ello, en medio del dolor y del sufrimiento, elevemos nuestros ojos hacia Él, a la espera del fuego nuevo, de la nueva vida que nos ha de llegar cuando todo esto pase.

¡Paz y bien!

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