En tiempos normales, el principal templo capitalino hubiese estado repleto de fieles, porque no todas las veces la Iglesia Católica consagra tres sacerdotes de una sola vez. Ayer, la realidad fue otra. Solo familiares y un reducido número de sacerdotes, distanciados unos de otros, participaron de la misa durante la cual fueron ordenados presbíteros los diáconos Francisco Blanco, Joffre Silva y Hugo Giménez.
El arzobispado organizó la celebración con el menor número de participantes, para evitar la aglomeración de personas, que es una de las medidas tomadas por la autoridades sanitarias para evitar la propagación del covid-19.
Al referirse al acontecimiento, el arzobispo de Asunción, Mons. Edmundo Valenzuela, indicó que tres nuevos sacerdotes para la Iglesia Universal y para la Arquidiócesis son una gracia, un don de Dios para su pueblo, más aún en estos momentos difíciles que la humanidad está atravesando. “Cada uno de ellos, desde hoy, se pone al servicio eclesial, al servicio de sus hermanos, se convierten en otro Cristo, la presencia de Cristo en medio de la comunidad de los creyentes”, indicó.
Los nuevos presbíteros estaban trabajando como diáconos y seguirán en la mismas parroquias: Francisco Blanco en la parroquia San José de Limpio; Joffre Silva en Medalla Milagrosa de Fernando de la Mora y Hugo Giménez en Virgen del Carmen de Villa Elisa.
El arzobispo insistió en que los consagrados vivan intensamente su vocación. “Les pido que sean otro Cristo. Que busquen encontrarse con Dios Padre a través de la oración, escuchen, mediten asiduamente la Palabra, viviendo lo que celebran en cada sacramento sin olvidar que deben santificar a sus hermanos y buscar su propia santificación. Ruego a cada uno que: escuchen, atiendan y acompañen a los hermanos más necesitados, viviendo la caridad al estilo de Jesús. Estén atentos a las realidades y necesidades del prójimo, sean serviciales con todos, sobre todo con los más vulnerables”, indicó.
El momento más emotivo de la ceremonia se vivió luego de la letanía de los santos, cuando el celebrante principal, en este caso Mons. Edmundo Valenzuela, confirió el orden sagrado a los candidatos a través de la imposición de manos.