La imposibilidad de acuerdos entre integrantes de un mismo partido hace difícil plantear siquiera acuerdos políticos a nivel general. Lo peor es que esta situación revela la ausencia de proyectos políticos que por lo menos se puedan debatir.
Este periodo presidencial que transitamos hasta el 2023 se caracteriza por el hecho de que las internas del 2017 continúan hasta ahora, tanto en el Partido Colorado como en el principal partido de oposición, el PLRA.
En el oficialismo conviven desde hace dos años, en permanente conflicto, dos sectores bien identificados: uno, “liderado”, mal que mal, y debido especialmente a su posición de presidente de la República, por Mario Abdo Benítez.
A esta altura de su administración, de la que pasó menos de un año y medio, es difícil decir quiénes le son auténticamente leales. Al menos, no será posible poner la mano en el fuego por unos cuantos que aparecen ahora como integrantes de su primer anillo.
En cuanto al liderazgo del expresidente Cartes, para varios de sus referentes está basado sobre todo en el atractivo de su poder económico. Algunos de los que lo rodean se alejarán sin hesitar, en caso de que vean que les conviene, mientras que otros ocupan lugares de poder solamente a la sombra de HC y a la sombra volverán sin su padrinazgo.
El problema de Cartes es que, con la actual Constitución, no puede ya aspirar a ser presidente y, por su condición de presidente que terminó su mandato, tampoco puede siquiera aspirar a otro cargo en la estructura del Estado. Eso, sin contar los problemas judiciales que amenazan venírsele encima en cualquier momento.
En el añejo Partido Liberal Radical Auténtico las cosas no están mejor, ni por asomo. Hasta podría decirse que cada vez más van perdiendo poder e influencia. La división liberal, pasada la hegemonía del lainismo, luego de 1998, se instaló para quedarse.
El desencuentro está personificado actualmente en las figuras de Efraín Alegre, presidente de la agrupación, y Blas Llano, presidente de la Cámara de Senadores. Sus diferencias, que rozan las cuestiones personales, hacen prácticamente imposible pensar en una reconciliación política.
Alegre, tras su elección como presidente del PLRA y su posterior derrota en las elecciones nacionales, parece ahora muy disminuido en su poder, al punto de que fue abandonado por varios parlamentarios que al principio eran de su equipo.
Llano carga con la sospecha por su “amistad” con el expresidente Cartes y con algunas decisiones políticas que tornan su figura poco viable para aspirar a la primera magistratura.
Ambos dirigentes cargan, además, con el lastre de tener en sus equipos a personajes de mala reputación de los que no se despegan,
Esta situación hace muy difícil en este momento que los liberales puedan presentarse como un proyecto político alternativo.
El llamado “tercer espacio” o “progresismo” sufrió en estos días un duro golpe con la caída del intendente asunceno Mario Ferreiro, dando una imagen de corrupción, desorden y falta de norte.
Aunque el Frente Guasu y su líder Fernando Lugo no estuvieron involucrados directamente, les llegan las esquirlas por tratarse de personas con las que estuvieron en su momento en el mismo barco.
La derecha y centro derecha (PQ, Hagamos, etc.) tienen el sino de la falta de despegue de sus liderazgos y sus posibilidades parecen estar acotadas a pequeños espacios en el Congreso.
Tal vez, el 2020 puede ser el año en el que los dirigentes políticos puedan repensar en su rol en la democracia e ir con sus acciones más allá de lo que dicen en sus discursos.