El título de la “Perla del Paraguay” le hace plena justicia. Es el más atractivo de los destinos turísticos de nuestro país actualmente. Ocupa una estratégica posición como ciudad de frontera en una región del subcontinente que se caracteriza por su movilidad económica y centro de producción de alimentos para el mundo.
Como ningún otro lugar de Paraguay, Encarnación, y el departamento de Itapúa, ofrecen la posibilidad de sumergirse en la historia de los pueblos originarios y la experiencia de las misiones jesuíticas de casi medio milenio atrás; disfrutar de la naturaleza en sus atractivos paisajes, ríos y arroyos; interactuar con culturas de diversas partes del mundo a través de migrantes de lejanos pueblos y sus descendientes y que preservan intactas sus tradiciones.
Esta auspiciosa transformación física, sin embargo, dejó secuelas, imperceptibles a la vista, pero impactantes en lo emocional para cientos de familias encarnacenas que se vieron desplazadas de sus lugares de vivencias hacia los suburbios, incluso hacia distritos vecinos.
Encarnación brilla, a la vista de propios y extraños; ofrece excelentes oportunidades para quienes buscan un sitio donde invertir y hacer negocios. Ese brillo, sin embargo, proyecta un cono de sombras donde se sitúan condiciones de marginalidad económica y social traducidos en una muda violencia que se percibe en el ambiente. A diario son reportados casos de robos, asaltos, raterismo, que no son sino la materialización de ese estado de exclusión y falta de oportunidades que vive un amplio sector de la población.
La Encarnación de la próxima década plantea desafíos que exigen creatividad, compromiso y honestidad de propósito de la comunidad en general y en particular de quienes ocupan los espacios de poder de decisión en este bendito suelo. Urge trabajar en la mejoría de la calidad de vida de grandes sectores de la población, que demandan mejores servicios de salud, educación, viviendas, fuentes de empleos; oportunidades de desarrollo económico y social.