Estos cuarenta días son realmente para que realicemos un poco de mortificación, de más oración y de agrandar las actitudes de solidaridad hacia los demás.
Sentimos que el mal nos rodea por todos los lados y se manifiesta a través de la politiquería inmoral, de la violencia dentro de la familia, de la inconsciencia en el tránsito y de un multifacético egoísmo.
El Señor nos invita a unirnos a Él para derrotar al mal, tarea gigantesca, pues el pecado es como un pulpo que tiene cien brazos, cincuenta estómagos y está siempre con hambre, procurando a quien devorar.
Jesús, impulsado por el Espíritu Santo, se va al desierto para entablar una fenomenal lucha contra el Príncipe de este mundo. Ahí padece las tres tentaciones básicas de todo ser humano: la búsqueda del placer, principalmente de la comida, bebida y sexo; el gusto del poder, donde uno se juzga intachable y lleno de sabiduría, de tal modo que todos deben aplaudirlo y obedecerle. Y finalmente, del tener, pues es fuerte la atracción de poseer muchos bienes, de usarlos y abusarlos como a uno se le antoje.
Tal vez, hoy día podríamos acrecentar la tentación del saber, cuando el manejo de la tecnología y de la información se vuelve elemento de dominación.
Jesús nos enseña cómo derrotar al mal: en una palabra, con la fidelidad y confianza en Dios.
Con más detalles, delante del placer, buscar luz en las Sagradas Escrituras; delante del poder, no tentar a Dios con la desobediencia, y frente al tener, no adorar a la tarjeta bancaria, el pie de soja, la vaca de la estancia o producto de la empresa, pero arrodillarse humildemente delante del único Señor.
Para que alcancemos la victoria, movidos por la fuerza del Espíritu Santo, es necesario un poco más de empeño de nuestra parte.
No derrochemos esta preciosa oportunidad que la vida nos ofrece y hagamos un propósito concreto en esta Cuaresma. Algo que sea verdaderamente realizable, como, por ejemplo, abstenerse de bebida alcohólica un día por semana, o no usar cosméticos un día por semana, de modo que tengamos el dominio sobre las cosas, y no, estas sobre nosotros.
Este gesto de autodisciplina es un medio para derrotar al mal, pero debe estar asociado a la caridad, pues lo que se ahorra con mortificación, debe ser compartido con el semejante más necesitado.
Paz y bien.
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