Nuestros policías

El país entero fue conmovido durante la madrugada del viernes por el quíntuple asesinato perpetrado por el suboficial de Policía Isidro Casco, quien segó la vida de sus propios hijos, de sus suegros y de una de sus cuñadas. Luego se quitó la vida, para finalizar un torbellino de furia incalificable.

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Según testimonios coincidentes de familiares, Casco sufría trastornos mentales que le impulsaron alguna vez a buscar ayuda profesional en el Rigoberto Caballero, centro asistencial de la Policía Nacional.

Vecinos agregan que el suboficial debía ser cambiado frecuentemente de destino por problemas de carácter y su señora, Beatriz Romero, comentó, en ABC TV el viernes a la mañana, que Casco sufría incluso de alucinaciones.

Los relatos señalan que Casco tuvo antecedentes de violencia doméstica con su anterior pareja, cosa que extrañamente la Policía y el Ministerio Público dejaron pasar.

En síntesis, Isidro Casco no podía ser policía y nunca debió haber podido ingresar al cuadro policial, pues pertenecer al cuadro policial, con autorización de portar y usar armas, no debe estar abierto a cualquiera.

Casco padecía de taras personales e inconductas sociales que lo descalificaban totalmente para estar en la Policía. Y que agravaron hasta el extremo inconcebible que vimos el viernes la concepción de “marido cabeza de la mujer” que se inculca en los institutos policiales de enseñanza en sustitución de una moral verdadera.

Mató por alucinar ser cabeza de su mujer y de sus hijos.

Los muchos delincuentes que ahora integran la Policía Nacional quieren hacernos creer que exigir requerimientos morales a la fuerza es una suerte de cursilería antigua, que hay que evitar para que ellos puedan amasar riqueza nueva.

Y no estoy hablando de la “moral cristiana”, esa que permite al prosélito del Centro Familiar de Adoración, José Alberto Alderete, organizar un pacto de impunidad contra la República entre Mario Abdo Benítez y Horacio Cartes para convertir a la Corte Suprema de Justicia, al Ministerio Público, al Consejo de la Magistratura y al Jurado de Enjuiciamiento de Magistrados en instituciones prisioneras del grupo Cartes mediante la complicidad del presidente de la República.

Todos los ladrones, todos los contrabandistas, todos los narcotraficantes y todos los funcionarios públicos que les sirven rezan mucho en el marco de esa “moral cristiana” y son los que han vaciado a la Policía Nacional de moral, para llenarla de rezos y de ideas tales como que el marido debe ser cabeza de la mujer.

Sin moral, moral verdadera, moral pública, la fuerza policial es un simple rejuntado de forajidos con uniforme. Y que la Policía Nacional sea eso, lo disfrutan con comodidad los promotores de narcotraficantes, como los González Daher y demás “familias” de la Asociación Nacional Republicana y otros partidos de nuestro país, pero la sociedad paraguaya no debe aceptarlo.

Hay dos opciones para explicar la presencia de un Isidro Casco en la Policía Nacional: O estaba bien apadrinado, y por eso se dejaron de lado todas las señales que indicaban con claridad el riesgo de tenerlo en la fuerza, o son un mero chiste los filtros morales que la Policía Nacional supuestamente tiene para impedir este riesgo.

evp@abc.com.py

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