La independencia, relato pedestre, nada olearista

Hay varios tonos para el recuento de acontecimientos álgidos. Uno es el filo-fascista, que tanto entusiasma a los autores de textos de secundaria, en lenguaje de Juan E. O’Leary, pleno de actos inmarcesibles y corajes helénicos. Y está también el raconteur que usa lenguaje declarativo, eludiendo adjetivos. Esta es la narración de aquel 1811.

Callejón histórico, década de 1970 (Archivo de ABC Color).
Callejón histórico, década de 1970 (Archivo de ABC Color).

Cargando...

El año comenzó ominoso. La expedición auxiliadora a cañonazos de Manuel Belgrano había cruzado el Paraná sin oposición y se dirigía a Asunción sin escalas. Para demostrar su poder, la Junta de Buenos Aires ordenó aislar totalmente al Paraguay y muchos de sus barcos mercantes estaban retenidos en Santa Fe y en Corrientes. La provincia, consuetudinariamente pobre, sin venta de yerba y tabaco a Buenos Aires, se volvía rápidamente indigente.

Buen militar, buena persona y buen administrador, el gobernador Bernardo de Velasco preparó la defensa. Ordenó la reparación gratuita de todas las armas de la provincia, concentró el stock de pólvora y juntó la desparramada artillería. Eliminó las exenciones del servicio militar y puso a los milicianos irregulares conocidos como los Urbanos a cargo del antipático pero competente coronel Pedro Gracia.

Las Misiones estaban bajo el mando de Asunción. Velasco ordenó el envío de todo el armamento. Partidario de Buenos Aires, el delegado Tomás de Rocamora dio largas al asunto por lo que el propio Velasco fue a recoger el inventario con unos pocos jinetes. El Cnel. Gracia quedó a cargo de la plaza de Asunción en ausencia del gobernador. Y fue una suerte de mini-Gaspar de Francia. Envió a los derrotistas confinados al Fuerte Borbón, castigó a los pocos desertores y rodeó los conventos de soldados para evitar conatos porteñistas.

Una expedición naval, a cargo del coronel José Antonio Zavala y Delgadillo, tuvo la misión de tomar Corrientes y liberar las embarcaciones paraguayas retenidas. Antes, como Curupayty estaba custodiada por correntinos, un grupo de soldados de Itapúa la tomó por asalto, sin resistencia.

Según los planes de Estado Mayor, Belgrano sería frenado en Paraguarí. Velasco puso en comando de las tropas regulares de los disciplinados a dos terratenientes, anteriormente olvidados por no ser gachupines, Manuel Atanasio Cavañas, de las Cordilleras, y Juan Manuel Gamarra, de San Pedro.

Belgrano logró entrar a Paraguarí y desbandar a los españoles que huyeron despavoridos. Uno de ellos, Juan de la Cuesta, llegó a Asunción y anunció la derrota. Inmediatamente, los españoles y los comerciantes corrieron hasta el puerto con sus posesiones y prepararon el embarque súbito al bastión español de Montevideo.

En Paraguarí, el Cnel. Gracia guió a los Urbanos de la zona hasta las posiciones de Cavañas y Gamarra, y juntos hicieron recular a Belgrano. La derrota se transformó en victoria. Los porteños fueron a acampar en la vera del arroyo Tacuarí, cerca del Paraná.

Anarquía en la provincia

Velasco perdió toda autoridad. La situación se tornó anárquica. Cavañas y Gamarra se hicieron cargo del aspecto militar y decidieron expulsar a Belgrano, de una vez por todas. El jefe de los Urbanos de Tobatí, el joven Pedro Juan Cavallero, se distinguió en la lucha. Belgrano capituló, pero se le permitió mantener su armamento y tuvo un trato de vencedor moral a manos de Cavañas y Gamarra, eso los volvió sospechosos.

Velasco quiso retomar autoridad, pero no pudo. Entonces recurrió a la solidaridad de los siempre generosos portugueses y prácticamente ofreció en pago la provincia a la esposa del regente de Río de Janeiro, Carlota Joaquina. Eso molestó a los Urbanos, la única fuerza que salió indemne de los combates y llenó el vacío. Joven pero impetuoso, Cavallero preparó el golpe contra Velasco del 15 de mayo, sin la menor certeza de si la provincia le acompañaría.

Gamarra le ofreció a Velasco armar a los soldados miñones para enfrentar a Cavallero. Velasco no quiso más enfrentamiento y capituló. Había muchos soldados descontentos porque no se les había pagado sus dietas. Pero no todos querían derrocar al gobernador, muchos solo querían pasar por la caja.

En un golpe de mano excepcional, Cavallero asumió la comandancia interina y permitió la formación del triunvirato, con el propio gobernador de miembro. Esa medida pareció desacertada, pero una sociedad conservadora no podía enemistarse con los españoles, segmento más próspero de la población. El otro triunviro fue un cabildante, gachupín, pero no fanático, Valeriano Zevallos. El as se llamaba José Gaspar de Francia.

El doctor Francia

Francia algo sabía de la conspiración de Cavallero porque, doblando en edad a los revolucionarios, se hizo cargo enseguida. Cavallero iba a informar a Buenos Aires del golpe despachando una chalana. Francia lo vetó diciendo nada de subordinarse “a los orgullosos porteños.”

Lo primero que hicieron las tropas victoriosas fue cobrar sus sueldos. Por si faltara alguna suma, Cavallero ordenó la recaudación forzosa de contribuciones involuntarias de parte de los comerciantes, iniciando así una costumbre que Francia llevaría a fruición. La unidad militar de los Urbanos, gracias a Cavallero, asumió el poder, aunque Francia, la administración.

Poco satisfechos con los acontecimientos, los españoles prepararon una reacción. Con base en una mezcla de realidad e intriga, Velasco fue separado del triunvirato el 9 de junio. Una semana después se reunió el Congreso que creó la Junta Superior Gubernativa, compuesta por los dos militares principales, Fulgencio Yegros y Cavallero, dos civiles universitarios, Gaspar de Francia y Fernando de la Mora, y un tonsurado, Francisco Javier Bogarín.

Se envió la nota del 20 de julio a la Junta de Buenos Aires donde de modo diplomático se transmitió la máxima del Inferno de Dante, “abandona toda esperanza…”. Pero los porteños no podían creer que esos simplotes provincianos se negaran a aceptar su autoridad. Entonces, enviaron de nuevo a Belgrano, diplomático, para reconstruir el Virreinato. Ya con Francia a cargo de la diplomacia, se le dio cálida bienvenida al brigadier porteño, pero no habría negociación antes de recibirse respuesta a la nota de julio. Mientras tanto, cuando las recepciones a Belgrano se pasaron de calurosas, el Dr. Francia no lo dejó a sol ni sombra.

En el ínterin, el partido español organizó una torpe insurrección, con un manifiesto poco efectivo. Aprovecharon los peninsulares que “el miembro más útil”, Francia, se había alejado de la Junta por deplorar la interferencia de los militares en la administración diaria. Todo indicaba que la rebelión de los gachupines fue o preparada o ayudada por el propio cura Bogarín porque el 29 de agosto, la Junta pidió su separación inmediata, “por causas legítimas que a su tiempo se dirán”. Y luego nunca se dijeron, pero las coincidencias temporales fueron elocuentes. Bogarín no podía ser vocal de una Junta contra la cual conspiraba.

Francia aceptó volver a la Junta al recibirse la respuesta de Buenos Aires y procedió a negociar uno de los tratados más beneficiosos para la provincia. Buenos Aires admitió a regañadientes la “independencia” del Paraguay para decidir su destino en un Congreso General y prometió derogar los abusivos impuestos al comercio de la yerba y el tabaco paraguayos, principal entre los gravámenes, la alcabala o impuesto a las ventas que se pagaban por adelantado en Asunción, antes de siquiera haber sido vendido el producto.

El acuerdo impositivo se hizo en una cláusula secreta y se entregó la custodia al vocal secretario, De la Mora. Como los problemas se sucedían sin pausa. De la Mora fue comisionado a poner orden en el Fuerte Borbón, un lugar remoto y desértico donde la supervivencia era azarosa. El jefe de guarnición, Miguel Antonio Montiel, bisoño y muy irresponsable, abandonó su puesto para visitar a una dama en Concepción. Sin comandante, los demás milicianos también evacuaron la guarnición, la que después fue saqueada por indios mbayá y ocupada brevemente por portugueses.

Entendiendo que De la Mora sería su principal adversario, Francia decidió neutralizarlo acusándolo de haber extraviado la cláusula secreta del acuerdo con los porteños. A partir de ahí, De la Mora nunca más recuperó su estatura política. No lo expulsaron de la Junta, pero tampoco le pedían su opinión. El documento nunca se perdió, sigue estando en el Archivo Nacional de Asunción, hoy.

No sabían en lo que se metía

Como se puede notar, el proceso de nuestra independencia fue una sucesión de hechos caóticos, inconexos, contradictorios, anárquicos y enmarañados. Tanto el pueblo como el Dr. Francia eran los únicos con clara consciencia de lo que querían. Y de ellos, solo Francia sabía con certeza cómo cumplir su sueño. La manera más ágil para Francia poder coronar sus deseos era satisfacer buena parte de las aspiraciones de ese pueblo llano y lo haría a la manera de los políticos, a cambio de poder.

Las aspiraciones populares nunca tuvieron mucha creatividad: una campiña pacífica que le permita trabajar y llevar una vida ordenada, con autoridades que no sean opresoras ni abusivas en materia impositiva o de servicio militar y la existencia de un sistema de resolución de controversias razonablemente equitativa.

La invasión de Belgrano tuvo un resultado no buscado, la proliferación en la campaña de bandas armadas que asolaban a los pobladores, robándoles su ganado o cosecha y violando a sus mujeres. A ellos se sumaban los forajidos que acompañaban a Artigas y que desertaban para ingresar a la provincia, casi siempre armados. La absoluta falta de control de las fronteras les daba vía libre.

Lo natural era pensarse que esta inquietud sería fácilmente acomodada por el ejército. Pero no siempre fue así. Los maleantes a veces intimidaban a los mismos soldados. Y en otras, los propios soldados eran el azote. Francia sabía que para enfrentar este inconveniente se debía tener los lineamientos de un Estado moderno, con soldados disciplinados y una burocracia efectiva. El prometía ese desenlace, a futuro, por carecer todavía de autoridad ante los jefes militares.

Estos fueron muy efectivos para expulsar a Belgrano y para derrocar a los españoles. Pero de capacidad administrativa carecían y tampoco tenían estudios avanzados de cómo se organiza un Estado. En el Colegio Seminario de San Carlos se estudiaban teología, derecho canónico y atisbos de filosofía y muy poco más.

El pueblo quería algo parecido a un trato germinalmente igualitario para todos, pero los militares, más acostumbrados al caudillismo medieval, eran amigos de los favoritismos para los amigos. A Fulgencio Yegros se le acusaba de ello. Francia hacía campaña política abierta criticándolos por su falta de preparación y de inclinación a la tediosa pero necesaria tarea gubernativa cotidiana.

La otra gran aspiración del natural de la provincia era acabar con el servicio militar y, sobre todo, prohibir el envío de combatientes carne de cañón para los conflictos del Río de la Plata. El Dr. Francia entendió muy bien este aspecto. Entre las invasiones inglesas de 1807 y la aventura en Corrientes de 1845, transcurrieron cuatro décadas de paz interior.

Aferrado al texto del Contrato Social de Jean Jacques Rousseau, el Dr. Francia se fue sacando de sus páginas el modelo de gobierno de la provincia hasta desembocar en la dictadura, que para don Jacobo y los romanos era siempre un recurso temporal, de emergencia, de corta duración. Francia descubrió lo que todo político sabe por intuición, gobernar, si es para siempre, mejor.

Les quedaba a los ciudadanos obligar a sus gobernantes a respetar plazos y no eternizarse. Los paraguayos no aprendieron a ser ciudadanos hasta 1870, por eso, todos sus gobernantes “republicanos” hasta esta fecha, fueron también vitalicios.

Como la esperanza de vida al nacer de los próceres fue recortada sin misericordia por José Gaspar de Francia, nunca podremos saber si Cavallero hubiera dicho como Bolívar, “he arado en el mar.” Francia, por su parte, no lo dijo, pero seguro que lo pensó, “después de mí, el diluvio”. Pero, sin dudas, a esos dos, y a muchos hechos fortuitos, les debemos nuestra nacionalidad actual.

Independencia y crisis

La conmemoración de la independencia paraguaya tuvo entre nosotros un sendero bifurcado. Los mismos próceres se dieron cuenta de su relevancia y por eso la Junta Gubernativa organizó los festejos recordatorios del primer aniversario en 1812 con la sola ausencia de Francia que se había retirado, enojado.

Ya de dictador, y luego de haber fusilado a todos los prohombres, el Dr. Francia prohibió todo acto público con aglomeración de personas, a excepción de la procesión de Corpus Christi. Hubiera sido algo incómodo recordar la hazaña de Cavallero y el rol estelar de Yegros en 1811.

Carlos Antonio López recordaba de mala gana las fiestas de mayo. Pero celebraba otros dos días distintos para el acontecimiento. En noviembre 25, se recordaba la firma del Acta de Independencia y el 25 de diciembre de cada año se tenía una fiesta en recordación de la Jura de la Independencia. A falta de dos días, tuvimos cuatro durante la Pax Lopina.

La era constitucional restituyó a mayo su posición central, sobre todo después de que Blas Garay publicara un libro en España sobre esa fecha. Sin embargo, en 1899 se iniciaba una pandemia de peste bubónica cuyos primeros dos muertos tuvieron lugar el 1° de mayo. Para agosto, la pandemia se extendió y hasta se prohibió un recibimiento público al obispo Juan Sinforiano Bogarín, que volvía de una visita al Papa en Roma.

En el centenario de la independencia, los festejos fueron suspendidos por otro tipo de epidemia, la revolucionaria. El canciller Cecilio Báez justificó el retraso en el hecho de que el verdadero centenario no tendría lugar hasta el 12 de octubre de 1913, a un siglo del primer Gobierno republicano. Pero, para el pueblo, mayo tenía su encanto. Al final de cuentas, los norteamericanos tampoco se independizaron un 4 de julio.

En 1923 pudo haber mucha algarabía, pues hasta las escuelas habían cerrado sus puertas por el estallido revolucionario que no concluyó hasta el 10 de julio de ese último año. Lo mismo ocurrió en 1947 cuando la guerra civil estaba en pleno desarrollo con mucho movimiento de tropas y terror generalizado.

El siguiente 14 de mayo agitado fue en 1959 cuando la CGT y el propio Congreso unicameral y unipartidario le pusieron serios obstáculos al presidente Stroessner. Hubo huelga estudiantil y obrera y la Cámara de Diputados aprobó un llamado a Convención Constituyente para democratizar la Carta Magna dictatorial de Estigarribia. El general pareció admitir lo inevitable antes de lanzar a la Policía Montada a las calles y apresar o exiliar a los colorados recalcitrantes. Para el 30 de mayo, un decreto antidatado enterró la Constituyente y la sustituyó por un oasis de paz que duró hasta el 3 de febrero de 1989.

rcaballeroa@gmail.com

Fotos: Reproducción de cuadros del acervo del Museo Histórico Casa de la Independencia.

Enlance copiado
Content ...
Cargando...Cargando ...