El cuadro más famoso de la Virgen

La Virgen de los Milagros fue la verdadera fundadora de Caacupé y estuvo presente en todos los acontecimientos políticos y sociales de la vida serrana y del país. Ha inspirado leyendas y conmovedoras historias como las del cuadro pintado por uno de los más grandes pintores paraguayos, Pablo Alborno.

La imagen de la Virgen de los Milagros de Caacupé pintada por Pablo Alborno en 1911 se mantiene  en la familia de generación a generación.
La imagen de la Virgen de los Milagros de Caacupé pintada por Pablo Alborno en 1911 se mantiene en la familia de generación a generación.Diego Peralbo

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Pablo Alborno (1874-1958) era uno de los más importantes pintores que tuvo nuestro país en el siglo XX. Se hizo devoto de la Virgen de Caacupé no solo por su arte, sino por dos milagros que obró en su vida.

De niño iba a pasar los veranos a la Villa Serrana, como la mayor parte de las distinguidas familias asuncenas, junto con su gran amigo Juan Anselmo Samudio. El pueblo atraía por la espesura de sus bosques entre los cerros y la frescura de sus manantiales.

Entre sus obras ha legado el cuadro de la Virgen que dataría de 1910 y conserva como un tesoro su nieto Miguel Alborno Cálcena. Este asegura que se trata del primero que dedicó a la Virgen, pues habría hecho otros retratos de ella. “Esta pintura tiene mucha historia. Mi abuelo, don Pablo, estaba de regreso de Italia adonde había ido becado a estudiar. Venían con Samudio en el barco y en alta mar les tomó una tremenda tormenta. Entonces él le prometió a la Virgen que si les salvaba, cuando pisara suelo guaraní le haría un cuadro, y fue lo primero que hizo”, relata.

El docente e historiador Pedro Artemio Ruiz, autor de varios libros sobre Caacupé, afirma que además de aquel primer milagro en el viaje de regreso, la Virgen se le manifestó también fuertemente en otra ocasión.

Estando ya en la Villa Serrana en plena tarea de pagar su promesa del barco fue ayudado por el padre Fleitas, quien en la sacristía le bajaba la imagen poniéndola enfrente de él, a la altura de los ojos, para que pudiera contemplarla y plasmarla mejor.

En uno de los días en que estaba trabajando en ello vino otra fuerte tormenta ocasión en que una viga de la sacristía se desprendió y cayó muy cerca de él y la imagen. “Pensó en otro milagro y fue convenciéndose con más fuerza. Una vez que terminó el cuadro, él mismo remitió a Alemania para reproducciones que pasaron a muchas casa de devotos”, dice Artemio Ruiz.

Es de suponer que no fue el único cuadro que pintara Alborno con la Virgen Azul como protagonista, pues casi al mismo tiempo apareció un cuadro donado para un sorteo. Es difícil suponer que haya pintado una sola Virgen y que se trate de la imagen hecha en pago del milagro, que por lógica debió quedar en la familia.

La rifa proescuela

Publicaciones de diarios de la época que recoge Pedro Artemio Ruiz en su libro Caacupé, pueblo mío (tomos II y III) habla de que uno de los grandes proyectos para Caacupé al despuntar el siglo XX fue el de construir una escuela, para lo cual se creó una comisión presidida por el padre Héctor Tomás Aveiro con activa participación de Pablo Alborno.

En las crónicas sociales de El Diario, en enero de 1910 cuenta que viajaron a Caacupé “los señores Pablo Alborno y Juan Samudio, pintores de gran predicamento”.

Una semana más tarde, la crónica amplía sobre la gira artística que emprendieron en Caacupé y sus alrededores Alborno y Samudio. “Dentro de poco volverán luego de haber hecho una interesante cosecha de datos y croquis que han de servir de base para futuras obras, donde nuestra bella naturaleza ha de verse sorprendida en todo su esplendor, en toda su exuberancia. Deseamos a los jóvenes artistas el éxito más feliz en su nueva peregrinación al santuario de la Virgen milagrosa”, decía El Diario.

El 12 de febrero ambos artistas estaban de regreso por Asunción y el periódico decía que la “cosecha de impresiones (lograda en Caacupé) que están trasladando al lienzo, y que dentro de poco harán la admiración de los amantes de nuestra naturaleza”.

Siguiendo las publicaciones, en noviembre de 1910 se organiza una gran kermés proescuela en Caacupé de la que participaron representantes de distinguidas familias asuncenas y del pueblo, entre ellos, Pablo Alborno. El 30 de noviembre, El Diario informa que “un hermoso cuadro pintado por el conocido artista Pablo Alborno será puesto en rifa en la kermés que se está por inaugurar en el pueblo de la Virgen Azul. El 5 de diciembre se concretó la inauguración en medio de gran entusiasmo, donde los numerosos kioscos instalados eran atendidos por un enjambre de encantadoras niñas”.

La kermés proescuela duró hasta el 19 de diciembre y los boletos de la venta de la rifa del cuadro dieron diez mil pesos fuertes. “Como se ve ha sido un donativo de excepcional importancia el efectuado por el joven artista”.

La comisión proescuela –refiere Pedro Artemio Ruiz– dirigió una carta al señor Alborno, según publicación de El Diario del 22 de diciembre. En ella se “agradece íntimamente por el generoso donativo héchole, consistente en el hermoso y valioso cuadro con el retrato de la Virgen de los Milagros. Este cuadro, a la fecha, lo tenemos puesto en rifa para que su importe aumente los fondos de la comisión”. La rifa tenía 2.000 números de 5 pesos fuertes cada uno y todo el importe sería para la construcción de la escuela del pueblo. El sorteo sería de acuerdo con la jugada de la lotería de Buenos Aires o Montevideo, si no se pudiera hacerlo de acuerdo con la lotería nacional prevista. Pero el sorteo se retrasaba.

¡Por fin se hizo el esperado sorteo!

El año del centenario de la independencia nacional llegó y el sorteo del cuadro proescuela aún no se había realizado porque todavía quedaban muchos números por vender.

Las celebraciones de ese año quedaron truncas por la inestabilidad política y fueron pasadas para mayo del año siguiente.

Finalmente, en 1913, el diario El Liberal menciona que la comisión proescuela “reanudó sus actividades para dotar al pueblo de un edificio a la altura de su progreso; en los días de la función se procedió al sorteo del cuadro donado por el artista Pablo Alborno, resultando premiado el señor Waldino Leguizamón, quien con la generosidad que lo honra volvió a regalar a la comisión”, sigue rescatando Pedro Artemio Ruiz en su libro. Los fondos recolectados alcanzaron 15.000 pesos y en breve se anunciaba la licitación para la construcción.

De generación a generación

Pablo Alborno habría pintado varios otros cuadros de la Virgen, pero el que quedó en la familia de generación en generación es el que pintó en pago de su promesa.

“No solamente es bella esta imagen, sino también muy milagrosa. Todo lo que le pido, me concede”, afirma su nieto Miguel Alborno.

Incluso, el artista había encargado en Alemania unas tarjetas postales con la imagen de la Virgen de Caacupé por él pintada.

El cuadro tiene además una particularidad. No lleva la firma en ángulo inferior como los demás cuadros, sino atrás. “Según contaba mi padre, Miguel Ángel Alborno Weyer, el abuelo decía que si alguna vez se volvía famoso por sus cuadros, él no quería que se vendiera el primer cuadro que hizo a la Virgen en pago de su promesa. Su deseo es que quede para la familia de generación en generación. Por ejemplo, yo tengo siete hijos y todavía no sé a quién dejarle. Seguramente haré un sorteo o, bien, que la Virgen decida con quién quiere quedarse. Creo que ella ha de elegir adonde ir”, asegura.

Miguel también menciona que este cuadro es muy importante para la familia porque fue el regalo de bodas del abuelo para su hijo Miguel Ángel con María Teresa Cálcena. “El abuelo era un bohemio y como tal nunca tenía plata. Entonces cuando mis padres se casaron, allá por 1954, les regaló este cuadro. Fue un regalo de bodas”, menciona.

Del matrimonio nacieron cinco hijos. “La Virgen quedó para mí. Mi papá tenía varios cuadros que le dejó el abuelo, uno para cada hijo y este quedó como solitario y, dado que soy el hijo mayor se quedó conmigo”.

Canjeaba sus obras

Miguel Alborno recuerda vagamente a su abuelo porque era aún muy pequeño cuando falleció. “Pablo era un hombre tan bohemio que tuvo once hijos con cuatro o cinco mujeres diferentes. Pintaba muchísimo y hasta canjeaba sus obras con don Gunther Vogel, dueño de una importante firma de embutidos en San Lorenzo, donde eran vecinos”.

Tenía una capacidad impresionante de pintar lapachos, sus obras más valiosas, cuyos tonos lograba imprimir en el lienzo como ningún otro.

Pintor de próceres

Amalia Ruiz Díaz recoge en su libro Pablo Alborno de la serie Grandes pintores paraguayos que en 1906 partieron a Italia para estudiar tres estudiantes sobresalientes de bellas artes gracias a becas otorgadas por el Gobierno paraguayo: Pablo Alborno, Juan A. Samudio (ambos en pintura) y Carlos Colombo (escultura). Los estudios durarían tres años en la Real Academia de Bellas Artes en Roma.

A su regreso había pintado los próceres de la independencia en 1911. “En el mismo año de 1911, cumple una promesa en la Villa de Caacupé, y allí pinta la imagen sagrada de la Virgen, que fue impresa y distribuida con profusión en toda la República”, transcribe también Amalia Ruiz Díaz (recogiendo la versión de Arturo Alsina, Paraguayos de otros tiempos), en coincidencia con los testimonios de su nieto y el docente caacupeño. Sin lugar a dudas, el cuadro de la Virgen es el testigo que ha trascendido en todo momento.

¡Que no deje de cubrirse con su manto!

La familia del destacado y recordado Prof. Dr. Alejandro Encina Marín conserva como un tesoro otro cuadro de la Virgen de los Milagros de Caacupé y una capa de la Virgencita Azul.

Su hija Alejandra Encina cuenta que la historia comienza con sus tías abuelas Saray y Kelela Encina, así como su abuela Delia Hortensia “Teteta” Marín, mayordomas de la Virgen en Caacupé donde tenían una quinta que frecuentaban. Cada vez que llegaba la festividad la embellecían con sus hermosas cabelleras que donaban a la Virgen y capas que bordaban ellas mismas.

En uno de esos días en que el doctor Encina Marín estuvo preso por la dictadura, su madre llorando cuenta al sacerdote que le llegó la noticia de que a su hijo lo iban a desterrar del país. El párroco le entrega la capa que había llevado anteriormente la Virgen y le dice que le mande a su hijo para que se cubriera con ella en todo momento y lugar. “Mi abuela le escribió una carta a papá y le hizo llegar con el lienzo de la virgen y la capa diciéndole lo que el sacerdote le había encomendado: ‘Que no deje de cubrirse con su manto!’”, comenta Alejandra.

La carta llegó a manos del Dr. Encina Marín en Investigaciones de la Policía junto con la capa y la imagen que lo acompañaron al exilio.

A su regreso lo mantuvo tal cual con las manchas del calabozo y las que le grabó el paso del tiempo. El Dr. Encina Marín nunca faltaba a la misa en cada festividad de Caacupé.

Su esposa María Teresa Pérez Falabella decidió enmarcar la capa y tenerlo como una reliquia en la casa como el mayor testigo de los momentos difíciles y felices de la familia.

pgomez@abc.com.py

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