El Niño hecho a mano

Cada año, con la llegada de la Navidad, artesanos de diferentes localidades del país evocan el nacimiento del Niño Dios. Celso Benítez, de la ciudad de Itá, es uno de ellos. Heredó la tradición de su madre y esta, a su vez, de la suya. Ya son seis generaciones moldeando figuras de Belén para llenar de magia los hogares paraguayos.

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Extraer toneladas de arcilla y transformarlas en finos trabajos de artesanía parece una acción imposible, pero no es así. Muchos artesanos se dedican a este noble menester y los Benítez son unos de ellos. Doña Gregoria, madre de Celso Benítez, cuenta que su abuela se dedicaba a esta noble tarea. “Tenía ocho años cuando comencé a realizar mis primeros trabajos al lado de mi madre, quien falleció a los 95 años”, cuenta doña Gregoria, sentada en el “salón de ventas” que construyó gracias al Fondec.

Allí se exhiben todos los trabajos realizados por la familia, que van desde las conocidas gallinas de la suerte pasando por platos, figuras, cántaros, pesebres, por supuesto, y todo cuanto aflora de la creatividad de sus manos. “Ya tengo 70 años trabajando. Antes ore rojapo la imagen costumbrista; o sea, la burrerita, la chiperita, la lavandera, pero ropinta de otra forma. Tovatí se llamaba el estilo. Cuando terminábamos de pintar, cargaba en mi canasta y me iba al mercado de Itá a vender”, cuenta orgullosa.

Su habilidad le llevó a conocer México, Brasil, Argentina, España, países en los que era bien recibida y valorada. Recuerda que el kambuchi o cántaro era la heladera de antes y, también, había ollas de barro o japepo, en los que se cocinaba y mantenía el sabor de las comidas. También, menciona a los cuencos o ñaopyru para el mbeju. “Ahora, estos elementos se usan como decoración o para San Juan ojejokahagua”, dice.

Si bien la venta merma a lo largo del año, en diciembre, los pedidos sobrepasan. “Un pesebre con siete personajes nos lleva una semana terminar. Las miniaturas, menos (tiempo) claro. Después de concluir, pulimos, llevamos al horno, pulimos y volvemos a pulir. Lo bueno es que nuestros padres nos criaron con este trabajo y nos dieron educación. Sigo haciendo lo mismo con mis hijos. Fijate que fui funcionario público y dejé para dedicarme a esto. Todos los hermanos tenemos diferentes habilidades y vamos aportando en el negocio familiar. También, los nietos ya están haciendo sus primero moldes”, cuenta Celso, uno de sus hijos.

Dice que los pesebres compran familias, empresas, ya sea para regalar o para la casa. “Vendimos más de 3000 piezas. Tuvimos pedidos para el quincho, también. El Niño Dios nos trae abundancia”, expresa en agradecimiento por las buenas ventas.

El pequeño taller con el que cuentan fue un aporte del Fondec, pero el excesivo calor les pone bajo un árbol. “Tenemos todos nuestros elementos, pero con este calor es mejor trabajar afuera”, afirma Celso, entre risas.

La familia Benítez resalta el trabajo artesanal, aunque temen que vaya quedando en el olvido por la falta de valoración. “Tenemos la suerte de que a toda la familia le gusta trabajar en lo nuestro, pero sabemos que la mayoría de los jóvenes prefieren buscarse otros caminos y nuestra cultura corre peligro”, manifiesta doña Gregoria. 

Efectivamente. Si el artesano no puede vivir de lo que sabe hacer, se dedica, obligadamente, a otra actividad. Esta situación pone en riesgo la continuidad de su oficio y la transferencia de saberes, y si no hay transmisión, hay pérdida cultural. Para valorar el trabajo artesanal, hay que preguntarse quién hizo la pieza que estamos comprando y cómo. Lo mejor es, siempre, comprarle directamente al artesano.

“Le ponemos mucha dedicación a nuestro trabajo. Estamos muchas horas de pie cuando se tratan de piezas muy grandes. Mientras sale una, ya entran al horno otras. Ofrecemos calidad”, asegura Celso.

La elaboración artesanal en las ciudades del interior del país, no solamente en Itá, ofrece la garantía de que son productos con precio justo, y en beneficio de los productores y artesanos. 

Celso resalta la habilidad familiar. “No estudiamos. Moldeamos lo que nuestro corazón nos dicta. Nosotros hacemos lo que se nos ocurre y no le limitamos a nuestros hijos o nietos. Hay que ser creativo. Lo más importante es que les tiene que gustar para dedicarse a esto, porque requiere de mucho sacrificio”.

Definitivamente lleva el arte en la sangre, porque su madre es artesana como su abuela. Ese traspaso de conocimientos hace que las piezas de esta familia se destaquen por su cuidada elaboración y diseños, y se mantengan vivos los conocimientos que pasan de generación en generación.

La familia Benítez cierra un año provechoso gracias a su trabajo artesanal. En estas fiestas de fin de año regale lo nuestro, porque un artesano es un autónomo que vive de aquello que crea y vende. Comprando artesanía, el movimiento económico que genera va directamente a personas, con nombre y apellido, sin intermediarios. Apoyando la artesanía también apoya la cultura y las tradiciones. Está regalando un producto único y original. No hay dos artesanos que hagan exactamente lo mismo ni dos de sus obras que sean exactamente iguales. En todo ello se refleja el esfuerzo y la dedicación que hay detrás de cada producto. Apostar a lo nacional es construir sociedad.

Por ndure@abc.com.py • Fotos ABC Color/Heber Carballo/Celso Ríos.

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