Rubén Sapena Brugada, polifacético y tardío escritor paraguayo

Rubén es arquitecto, fue embajador del Paraguay en España en los 90, ejerció múltiples ocupaciones, tales como agente de seguros, vendedor de camiones y tractores, técnico de computadoras, etc., pero tiene una experiencia de casi tres décadas como promotor cultural y en los últimos siete años y medio se desempeñó como director ejecutivo del Departamento de Extensión Cultural de UniNorte, donde organizaba las presentaciones de la ópera y coro, la orquesta sinfónica, el ballet, y todos los actos culturales de esa prestigiosa universidad privada.

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En febrero de este año fue contratado por el Cabildo Centro Cultural de la República para dirigir la nueva Casa Bicentenario de las Artes Visuales Ignacio Núñez Soler, que fue inaugurada el 3 de abril con la presencia del entonces presidente del Congreso Nacional, senador Jorge Oviedo Matto; la directora general del Cabildo, Margarita Morselli; el embajador de China Taiwán, y grandes personalidades de las artes y la cultura.

Hace apenas cinco años, a sus 68 años de edad, Rubén Sapena Brugada se puso a escribir novelas. Sobre sus experiencias como escritor “tardío” le consultamos.

P: Arquitecto, ¿cómo surge esa vocación literaria? Ya lanzó su tercera novela al público. Sin embargo, antes no se lo conocía como escritor.

RSB: Sí, mi primavera literaria me llega recién en el otoño de mi vida, nunca antes me había preocupado por desarrollar esa vocación, ya que estaba muy ocupado cumpliendo lo que yo consideraba mi misión principal: apoyar, ayudar, proteger, sostener, apuntalar el éxito de esa estrella de primera magnitud en la promoción cultural, que era mi esposa Julia Elena Bibolini.

P: Es decir que, ¿a partir de su viudez recién se dedicó a escribir?

RSB: En realidad, un poco antes, cuando ya veía llegar el desenlace fatal. Decidí que debía dedicarme a algo para paliar mi dolor y desenterré mi vieja vocación, hasta entonces nunca desarrollada, de escritor.

P: Habla de una vocación, pero ¿cómo pudo desarrollarla si usted mismo declara, en los prefacios de sus libros, que nunca estudió literatura?

RSB: En efecto, nunca tomé una sola clase de literatura ni había escrito nada antes. En esto soy totalmente empírico y autodidacta. Pero en la Universidad del Norte, durante más de siete años, estuve rodeado de intelectuales y escritores, comenzando por su rector, el poeta, escritor, ensayista y profesor de literatura, el Dr. Juan Manuel Marcos; los escritores Miguel Ángel Fernández, Rubén Bareiro Saguier, Irina Ráfols, Lita Pérez Cáceres y otros. También organicé y asistí a charlas y simposios de literatura, conocí a escritores y críticos extranjeros como José Vicente Peiró, Tracy Lewis, Noé Jitrix, etc.

Un día me puse a recordar los cientos o miles de novelas que leí desde muy joven, siempre en forma desordenada y sin espíritu crítico, y me di cuenta de que tenía un bagaje importante acumulado de lecturas, además de experiencias propias y ajenas que valían la pena ser explotadas. Es que desde niño he estado rodeado de gente importante y trascendente, tanto de nuestro país como de los otros cinco en los que he vivido. Así nació mi primera novela, ¿Éramos tan felices…?, que encontró el apoyo de la Editorial Criterio, de Alejandro Gatti, para su publicación, con prólogo de Osvaldo González Real y presentación de Alcibiades González Delvalle, en el emblemático Cabildo. ¡Un buen comienzo para quien no era escritor! A partir de ahí y a pesar de que en esa oportunidad decía yo que iba a ser mi única incursión en la literatura, en vista de las opiniones favorables de la crítica y la venta relativamente buena, me propuse continuar haciendo esto que actualmente me llena de satisfacción.

P: Su segunda novela, La princesa triste del Mercado Cuatro, tuvo bastante repercusión. ¿Es un relato de hechos reales tal como se comenta?

RSB: No. Es una historia ficticia, como toda novela. No es la historia real de nadie en particular. Digamos que está inspirada en hechos y personajes que he conocido o de los que he tenido noticias. No quise retratar a nadie en particular, pero si alguien se siente aludido, pues, como se dice, “a quien le venga el sayo que se lo ponga”.

P: Uno de los temas constantes en sus novelas es el exilio, terrible castigo sufrido por miles de paraguayos y que ha afectado a la demografía paraguaya. ¿Alguna vez fue exiliado?

RSB: Hay varias clases de exilio. Está el exilio político, el económico, el sociocultural y otros. A mí me tocó el más agradable, que para otros sería un exilio dorado. Cuando yo nací, mi padre empezó su carrera diplomática y nos llevaba a toda la familia para acompañarle en sus misiones permanentes. Así he vivido desde niño y hasta mi juventud en un total de cinco países, y sintiendo por tanto los efectos de esas mudanzas bruscas de escuela, de compañeros, de amigos que uno recién ha conquistado, etc. Exilio dorado, pero exilio al fin, pues implica un doble desarraigo, al ir y al volver.

P: Y esta su última novela, La difunta aparecida, ¿cómo se inscribe entre las demás?

RSB: Este es un tema bastante diferente, pues trata de un conflicto diplomático entre las cancillerías de Brasil y Paraguay, creado por el arresto del cónsul paraguayo en Río de Janeiro como supuesto asesino de su esposa, una top model brasileña, ídola nacional, mediática de su país. Pero como los protagonistas son principalmente paraguayos, también vuelvo a ocuparme de la idiosincrasia y las costumbres de nuestra gente. Es una crítica bastante mordaz, a mi juicio, de la forma superficial en que algunos tratan nuestros intereses internacionales.

P: ¿Está basada en hechos reales?

RSB: Prefiero decir que está simplemente inspirada en un hecho real acontecido en los años 50 del siglo pasado, cuando un cónsul paraguayo en Bélgica, llamado Waldemar Morínigo, asesinó a balazos a su exesposa belga y a la nueva pareja de ella. Fue juzgado y condenado, pero luego de poco tiempo de prisión fue indultado por el rey Balduino, a pedido del Gobierno paraguayo y de una carta firmada por más de 30 mil ciudadanos paraguayos que explicaban, a su majestad el rey, que en el Paraguay, país de costumbres machistas, el honor ultrajado de un hombre solo se lava con sangre. Lo notable es que el rey concedió el indulto y Morínigo regresó al Paraguay ya libre y fue recibido aquí como un héroe. Luego estuvo unos meses en Río de Janeiro, donde yo estudiaba Arquitectura, y allí lo conocí personalmente, aunque, por supuesto, nunca le toqué el tema. Un argumento parecido tiene la película Divorcio a la Italiana de Pietro Germi, de los años 60, con Marcello Mastroianni, cuyo personaje logra que su esposa le sea infiel para poder matarla y beneficiarse con la costumbre siciliana de tolerar el lavado con sangre del honor masculino mancillado.

En esta novela aprovecho mis conocimientos, tanto de la diplomacia como de la vida en Río de Janeiro de los 60, cuando aprendí a amar la cultura y la literatura brasileña. Desde entonces, el portugués es mi segunda lengua, casi como si fuera materna. Tengo muchas anécdotas de las situaciones creadas cuando los propios brasileños me han confundido con sus compatriotas.

Aprovechando la facilidad y la experiencia que tengo para el manejo del portugués, he escrito una versión en ese idioma de mi última novela. No es una simple traducción, tiene algunas diferencias, algunos aditamentos que en el dulce idioma del Brasil me pareció importante agregar. Ahora tendría que conseguir un editor brasileño para su publicación y distribución en el Brasil.

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