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El jorobado regresó a Marasch al galope de su asno y dio cuenta a su señor de lo sucedido. El bajá resolvió que sus soldados apresaran al padre y a la hija. Pero Iván intervino diciendo:
—Padre, déjame emplear otro procedimiento: la amabilidad.
El bajá accedió y el muchacho partió a lomos de su mejor caballo. Halló a Araxel tendido al pie de un enorme algarrobo, y la respuesta que obtuvo de él fue la misma que diera el bufón: no había matrimonio si Iván no aprendía un oficio. El enamorado se retiró cabizbajo, muy triste al pensar que tenía que resignarse a seguir viviendo sin Regalo de los ojos.
Su caballo, libre de riendas, le condujo hasta las cercanías de una aldea, y al levantar la cabeza y ver a sus activos habitantes, Iván pensó:
—¿Por qué no he de aprender un oficio? ¿Es que Regalo de los ojos no vale semejante sacrificio?
Dejó allí su caballo, su arma, su túnica bordada y su turbante, y se dirigió a la aldea, donde adquirió un humilde traje y se ofreció como aprendiz. Mas para emprender el oficio de herrero necesitaba dos largos años; uno, para el de alfarero; y seis meses para el de albañil. Desesperado, Iván pensó que no podía esperar tanto.
De pronto, oyó una voz que le decía:
—Acércate, muchacho; yo te enseñaré un oficio en ocho días.
Junto a Iván se hallaba un cestero sonriente, rodeado de juncos y de paja de diversos colores, que en sus hábiles manos quedaban convertidas en cestos, sombreros y canastillas.
—Enséñame tu oficio y te pagaré bien —le dijo Iván, entregándole como anticipo dos monedas de oro.
El cestero, repuesto de su asombro, comenzó a enseñarle, y como era un buen maestro y el hijo del bajá un excelente alumno, en dos días le enseñó todos los secretos del oficio.
Sobre el libro
Libro: Mis cuentos de hadas Título: El disfraz del rey Editorial: Cuenticolor