Pincelar un legado

Asuncena, radicada en San Ignacio, Misiones, a corta edad evidenció el potencial de su talento dibujando caricaturas. Estudió Artes Visuales en el Instituto Antonio Ruiz de Montoya, Argentina, y teatro en la Academia Lourdes Llanes. Busca intensamente dejar un legado.

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De niña pasaba horas examinando los rasgos de las caricaturas para trazar una réplica de la animación. Su pasión por el dibujo y, posteriormente, por la pintura fue aumentando, tanto como su técnica y precisión. Macarena es hija del reconocido artista plástico Kuki Ruiz, destacado pintor nacional y responsable de dar vida, año tras año, a la celebración del Viernes Santo en Tañarandy. En su hogar, todos comparten el gusto por el arte.

Su infancia transcurrió entre Asunción y San Ignacio, pero cuando por fin llegó el momento de iniciar la universidad, la inclinación de la balanza la llevó a estudiar Artes Visuales en el Instituto Antonio Ruiz de Montoya, en Posadas, Argentina, donde obtuvo el mejor promedio de la carrera.

Su talento no solo floreció admirando a Vincent van Gogh, sino que eso la animó a pintar la imagen que adorna la capilla de Tañarandy, en San Ignacio, así como la fachada exterior e interior de La Arcadia, un acogedor y bello restaurante asentado en la misma ciudad, propiedad de sus padres.

Macarena describe su vida como apacible, y aprecia la tranquilidad que le brinda esa localidad a la que se refiere como su lugar favorito. Con el mismo tiempo, esmero y esfuerzo que se dedica a la actividad pictórica, dirige también el Teatro El Molino, espacio en el que constantemente presenta piezas teatrales y contribuye a la formación de jóvenes.

¿Cómo brota tu interés hacia el arte? ¿Fue por influencia de tus padres? No recuerdo bien cómo, pero recuerdo que este era siempre el tema principal de conversación entre mis padres. Siendo niña no entendía muy bien, pero me daba cuenta de que era algo muy superior, muy importante. Desde los cuatro años convivo con la emoción de los preparativos de la Semana Santa en Tañarandy, y mientras todos los padres tenían trabajos típicos y normales, mi papá era artista plástico; todo eso marcó mucho. Mi primera manifestación artística, de pequeña fue el dibujo. Viendo películas animadas intentaba copiarlas o creaba mis propios personajes; veía una y otra vez las mismas películas tratando de memorizar los rostros, las manos, el vestuario, pero ya muchos años después me percaté de que lo que me llenaba de emoción no eran solo los dibujos, sino todo el conjunto musical con el entorno, las escenas y las características de sus personajes.

¿En qué momento le diste vida a tus cuadros? Empecé a pintar recién al terminar el colegio; hasta ese momento no me había animado a ponerle color a mis dibujos. Había hecho una o dos pinturas de mis personajes favoritos con colores plenos y bordes bien marcados, pero recién cuando cursaba la carrera de Artes Visuales comencé a realizar mis primeros cuadros. Mi primera obra fue una pintura al óleo de una naturaleza muerta: una lámpara, una taza y varios libros.

Además de los cuadros, ¿qué más pintás? Trabajé en la capilla de Tañarandy y en el restaurante La Arcadia, en los que, junto con otras jóvenes de San Ignacio y Tañarandy, desarrollamos un estilo inspirado en elementos decorativos barrocos.

¿Cómo definís tu estilo? El estilo de la capilla de Tañarandy y La Arcadia están inspirados en el estilo barroco que se forjó en San Ignacio, en la época de las reducciones. Y en mis cuadros simplemente plasmo el resultado de lo que aprendí y de lo que puedo expresar a través de imágenes figurativas, sin llegar a ser muy naturalista o hiperrealista. Me gusta trabajar la figura humana, en especial los rostros; hasta el momento ya hice varios retratos. Pinturas, pinceles, bastidores, diluyentes y paletas me rodean a diario, y es lo que utilizo para crear mis cuadros.

¿Tus pinturas buscan dejar una enseñanza? Aunque mucha gente encuentre en mis pinturas un contenido social, se trata simplemente de lo que mis manos y mi memoria pueden retratar del paisaje que me rodea, y de todo lo que me inspira a plasmar.

¿También hacés teatro...? Mi interés partió de las obras que mi papá produjo con gente de Tañarandy en el Teatro El Molino, y en el 2011 me dispuse estudiar en la Academia Lourdes Llanes. Mi decisión de formarme en este ámbito se dio después de que el proyecto de Teatro El Molino estuviese en pie. Para mí, nació como un hobby, pero hoy lo integran más de 30 niños y adolescentes. Actualmente, estudio canto como complemento del teatro, en San Juan Bautista, carrera que debo retomar este año, porque estuve en Buenos Aires unos meses abocada a cursos de pintura y teatro.

¿Tenés en mente algún proyecto que involucre tu trabajo? La mía es una vida bastante tranquila por el momento. Es lo que me gusta de vivir en San Ignacio. Valoro mucho darle su tiempo e importancia a mi familia y mis amigos, y trato de que todo lo que hago me guste. Vendo mis cuadros, pero no quiero atarme a las galerías, lo que hago es de forma más independiente.

Hablás de San Ignacio con mucho cariño, ¿cómo es tu cotidianeidad? Por la mañana voy a mi taller, allí pinto; a la tarde continúo con la pintura y tengo encuentros o reuniones con los niños y jóvenes que forman parte del grupo Teatro El Molino; luego voy a bailar y por las noches comparto con mis amigos o mi familia. Elegí San Ignacio, y no una gran ciudad para vivir, porque disfruto de la apacibilidad. Si bien no puedo recibir mucho estímulo artístico aquí, trato de viajar, estudiar, y dar a la gente la posibilidad de conocer y gustar del teatro. Quiero que los niños, la nueva generación, se interesen o quieran dedicarse a esto también; mientras más seamos quienes valoremos o desarrollemos el arte, mayor es lo que se puede lograr para nuestra ciudad.

Con trazo pulcro y una técnica limpia, sus pinturas descuellan por la fuerza de sus pinceladas, la vivacidad de sus colores y la espontaneidad de las imágenes que retratan su singular inspiración.

Teatro El Molino

Ubicado en pleno microcentro de la ciudad, nació ante la necesidad de fomentar que los jóvenes de San Ignacio se involucren en el arte.

Con célebres obras, Teatro El Molino rápidamente captó el gusto y la aceptación de los pobladores. Bajo la dirección de Macarena y su padre, Koki Ruiz, se fue afianzando la participación juvenil, logrando que la inserción de actores adolescentes sea cada vez mayor.

En el lugar, magníficas puestas en escena toman forma cada día; pero es en la Semana Santa cuando sus talentos sobresalen, recreando impolutamente la última cena, durante el tradicional encuentro religiosa de la Semana Santa en Tañarandy.

Texto nadia.cano@abc.com.py

Fotos Gustavo Báez, gentileza

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