“¿A dónde van los cisnes?” impacta, conmueve y estruja el corazón

Una aventura a partir de una emblemática obra de ballet es lo que da vida a “¿A dónde van los cisnes?”, de Nicolás Moreno Cibils, que se atreve a indagar, con mucha astucia y creatividad, sobre la vida después de la muerte. Es cierto que no podemos saber lo que sucede, pero podemos aprovechar para, en vida, mirarnos y mirar al otro, para así crecer en entendimiento, compasión y amor. La obra tendrá una última función hoy en el Sitio de Memoria y Centro Cultural 1A Ycuá Bolaños, a las 20:00. Entradas a G. 100.000.

Un cuadro casi como una pintura de la obra "¿A dónde van los cisnes?" de Nicolás Moreno Cibils.
Un cuadro casi como una pintura de la obra "¿A dónde van los cisnes?" de Nicolás Moreno Cibils.Cami Mussi Cataldi

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El oficio de crear desde el arte a partir de lo emotivo es complejo, pues uno debe encontrar palabras o música o movimientos o piezas visuales o audiovisuales, para sentimientos que muchas veces son inexplicables, que solo están adentro de uno y que nadie más que uno lo comprende.

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Pero a veces el trascender de esta energía y el compartirlo en comunidad hace que salgan obras como “¿A dónde van los cisnes?”, una apuesta del joven bailarín, coreógrafo y director paraguayo Nicolás Moreno Cibils, quien hizo de tripas corazón para montar una de las (aún siendo julio) mejores puestas del año junto a su compañía UNico’s.

¿Qué es lo que hizo Moreno Cibils que le haya valido el reconocimiento, sobre todo de la gente, que llenó las dos primeras funciones el viernes y ayer? Tomó una pieza muy emblemática para el mundo del ballet como lo es “El lago de los cisnes” y se desafió a mostrarnos qué había más allá de ese final dramático/romántico que propone el original.

Pero no lo hizo en clave de riguroso ballet clásico, sino que se valió de una amalgama arriesgada pero lograda de técnicas como la citada clásica pero también la neoclásica y la contemporánea con un elenco de bailarines que entregó el alma y el cuerpo.

Cuerpos que se fragmentan en sí mismos, que se derriten en el escenario, que se quiebran por el peso de sus emociones, como también se elevan (literalmente), formando figuras impecables y muy interesantes. Cada cuadro proponía figuras bien resueltas que, a juzgar por cómo estaban dibujadas, se notaba que hubo mucho pienso a la hora de visualizarlas porque giraban, se entrelazaban y hacían fluir esa emotividad, siendo el cuerpo de cisnes a veces un mar caudaloso como también calmo y sereno.

Además, para quien es familiar la obra que sirvió de inspiración, fue placentero ver cómo se rindió una suerte de homenaje a pasos característicos de la original, sobre todo de los brazos, como los aleteos, los brazos en paralelo al costado de la cabeza con una leve inclinación de las manos hacia abajo, fusionados con movimientos modernos, como también algunas figuras como las filas en diagonal.

Cabe mencionar que tuvo apoyo en colaboración coreográfica de otro destacado bailarín, Guido Cañete, y la misma principal Cristina Báez fue codirectora y asistente de ensayos.

En el más allá

El escenario es el más allá o la eternidad, a donde llegan Odette y Sígfrido, tras lo que sería el final de “El lago de los cisnes”. Ellos deben atravesar por diferentes estados más allá de lo que vivieron de forma terrenal, para sentir que ese amor que los hizo desafiar a la tragedia valía toda pena.

A través de diferentes cuadros, representados por diferentes grupos de cisnes espectrales brillantes, vamos paseando por eventos de una vida como “encuentros con relaciones pasadas, familiares, amistades y realizaciones”, según explica el programa.

El verdadero reto que Nicolás plantea es comprender qué lección brindó cada etapa, de manera a entender a todos estos momentos como ladrillos que construyen una vida, gotas de agua necesarias para crear un océano de entendimiento, perdón y aceptación para trascender.

Nicolás toma la historia de Odette (el cisne blanco) y Sígfrido (el príncipe) para crear toda una fábula alrededor de la vida después de la muerte, y nos deja pensando en el pasado y el presente pero también nos hace proyectar un futuro. Nos hace reflexionar sobre lo que hacemos sobre la tierra como mortales, sobre lo que podemos aprender de nuestras circunstancias y cómo encaminarnos a ser un buen ser humano en comunión con el otro, con ese otro con el cual hacemos comunidad.

Un talento preciado y nuestro

Unos 28 bailarines dan vida a esta obra, demostrándonos el inagotable talento interpretativo que hay en estas tierras. Los roles principales estuvieron interpretados por Cristina Báez y Julio Morel, dos renombrados artistas quienes vivieron los papeles como si de la última interpretación de sus vidas se tratara.

Es imposible no conmoverse ante semejante actuación, contenida de una forma espléndida por el ensamble que también supo brillar alrededor del halo que emanaba la pareja. Un halo que bañaba a toda la platea con intensidad, amor, sufrimiento, redención.

Todos ellos enfundados en vestuarios tan delicados como rompedores, representando hombres y mujeres a los cisnes, todos por igual ante el deseo de hablarnos de humanidad.

Es notable mencionar, no sé si estuvo librado al azar o fue intencional, que ya no había Odile (cisne negro) como quizás diciendo que el mal quedó atrás.

Gran calidad de puesta en escena

Ningún detalle fue descuidado en una puesta que logró pensar en cada aspecto. Es muy digna de resaltar la música no solo en vivo sino que original. Esto estuvo a cargo del Trío Blue, de los mejores grupos de música instrumental y contemporánea que tiene este país.

Hay que mencionar sus nombres, porque entre Mar Pérez (trompeta y sintetizadores), Ale Leju (viola, violín y sintetizadores), Paula Rodríguez (contrabajo y bajo eléctrico), David Lee (piano) y Nelson Sosa (guitarra eléctrica y sintetizadores) han creado una banda sonora magistral y que pareciera estar sonando desde una grabación de lo impecable.

Hay que conocer muy bien la música de “El lago de los cisnes” para notar el maravilloso trabajo que hicieron Pérez y Leju en composición, arreglos y producción, ya que su creación navega con coherencia entre motivos originales de Tchaikovsky y una partitura electro-orquestal original cautivante.

La escenografía fina, sensible y minimalista actuó como ese lugar que imaginamos lleno de luz a donde llegan las almas. La fragilidad que transmitían telares que se iban descubriendo o moviendo, aportaban ese sentido necesario para envolvernos en sutileza.

Eso sumando a una mezcla de luces cálidas y frías, formando sombras cual tormento o rayos cual impacto certero de sentimientos, y la presencia de agua en el escenario como elemento purificador, que lava y lleva todo mal, hicieron de esta una puesta remarcable, con producción de Deyanira Medina y dirección creativa de Enmanuel Lezcano más un enorme grupo de trabajo.

Todo este gran riesgo del cual Nicolás y su equipo/compañía salen airosos, hace notar cómo son necesarias en el país propuestas así de inteligentes, jugadas y llenas de necesidades más allá de lo estructurado. Así “¿A dónde van los cisnes?” es una obra que parece beber de las ideas de notables maestros del mundo como Jean-Christophe Maillot, Akram Khan, Boris Eiffman, Ilya Jivoy o Aleksander Ekman, quienes han buscado salir de la caja.

Moreno Cibils podría bien ser un representante de todas estas vertientes para nuestro país si no decae en esta carrera que también requiere sacrificio. Pero demostró que puede crear una obra con identidad, porque si bien está inspirada en una puesta mundial, nos habla de cosas que atravesamos como sociedad y se anima a decirnos cómo podemos sacarnos las máscaras, elevarnos y trascender, a través del entendimiento, el perdón y el amor.

La obra tendrá hoy una penúltima función en el Sitio de Memoria y Centro Cultural 1A Ycuá Bolaños, a las 20:00, y luego, el 6 de agosto, se presentará por última vez en el Teatro Municipal “Ignacio A. Pane”.

* Fotografías por Cami Mussi Cataldi, gentileza de la producción.

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