El ansiado retorno de Dillom a Paraguay fue más de lo que todos esperaban

Entre distorsiones sucias, beats crudos y líneas de bajo bien grooveras, el argentino Dillom cabalga con sus letras grabadas a fuego en las memorias de la gente. Palabra por palabra el público canta, se mueve y poguea en la misma sintonía que él, en total desenfreno, porque todo lo que quiere esta gente es liberación. Así fue el show de un artista que no quiere ser ídolo, solo quiere hacer música y compartir con las personas.

Dillom en el aire, en un show donde no faltó el desquite en el pogo pero también la introspección desde la sensibilidad.
Dillom en el aire, en un show donde no faltó el desquite en el pogo pero también la introspección desde la sensibilidad.Facundo Garayo

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El local de la cervecería Sacramento Brewing Co. era un hervidero de gente en la noche del jueves. Las ansias predominaban en el ambiente como antesala a un show muy esperado, sin importar que la noche anterior el artista ya se haya presentado en Asunciónico, porque este encuentro era único. Además, había una sed de doble revancha, recordando que en noviembre pasado el artista no había podido dar su show en el marco del Kilkfest.

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Tras la introducción de “Demian”, Dillom apareció envuelto en esa aura de misterio y oscuridad que compone su obra. Luego arremetió con la pieza que da nombre a su álbum debut: “Post Mortem” y ese universo plagado de referencias a su propia vida se materializó en este concierto. Así se desarrolló un show demoledor de casi exactamente una hora, donde el artista se paseó por un repertorio que apuesta a la no clasificación musical.

El show se basó principalmente en su obra que es ahora columna vertebral de su propuesta, el disco “Post Mortem”, pero no faltaron tampoco el medley que hace entre “Una vela” de Intoxicados y su tema propio “Rili rili”.

En otro momento entregó una demoledora versión de “1312″, tema que grabaron en colaboración con el colectivo feminista ruso Pussy Riot, Parcas y Muerejoven. El repertorio incluyó también otros sencillos pre disco debut como “Dudade” y “Sauce”.

“Les puedo contar mi vida si les gustan las historias de terror” dice en “220″ a modo de balada confesional. Mientras que en “Opa” hace referencias a H.P. Lovecraft y Edgar Allan Poe.

En ese viaje musical a cientos de kilómetros por hora sabe dónde frenar, cómo meter el dedo en la llaga con un reggaeton baladístico como “La primera”, para luego patear el tablero con “Piso 13″, donde la oscuridad sigue presente y todo se pudre (para bien).

Dillom habla de su infancia conflictiva, sus problemas familiares e incluso de cuando lo rajaron de su casa y tuvo que ingeniárselas para ver dónde vivir y fue acogido por un amigo. Habla de la tristeza, de los fracasos y del reconocimiento. En ese sentido supo cómo abrazar su historia, mirar para adentro y sacarle el jugo (así como el juguito que tiene tatuado en la cara) a su esfuerzo.

Música salvavidas

El argentino actuó con una banda infernal integrada por Ignacio Haye (batería), Franco Dolzani (guitarra, bajo y teclados) y El Gringo (guitarra eléctrica). El trío formaba una muralla musical brutal y alucinante, que hacía temblar los vidrios y latir fuerte al corazón. Pero también era el equipo perfecto para Dillom, quien encuentra en estos artistas su lugar seguro.

Entre los músicos él se mueve con suma desfachatez e ironía, asumiendo una pose completamente alejada de una estrella ya sea de rock, de trap o de lo que sea. Él no busca eso, solamente quiere cercanía y honestidad y su manada lo entiende.

Se muestra totalmente sacado en escena pero en el fondo se puede vislumbrar esa vulnerabilidad y, posiblemente, en ese sustento sea donde radica también el puente con la gente. Dillom tiene un estilo que lo hace único, no le copia a nadie y aunque intenten copiarlo no podrían.

Su pisada quizás sea de frontalidad y mucha crudeza, y en ese registro él sabe cómo adaptarse a todos los estilos musicales que atraviesan su obra, así va de un género a otro porque tampoco le importa rendirse a una sola línea. Mezcla los que quiere, como quiere y eso le funciona. Dillom no quiere ser ídolo de ninguna escena, solo quiere hacer música y compartir con la gente.

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“Lucho con demonios que parecen los de Lovecraft” dice también en “220″ y es quizás en ese retratarse sincero donde conecta con toda una generación. A partir de la construcción de una identidad de no ídolo es como la gente puede empatizar con él, porque puede ser cualquiera de nosotros, con los mismos problemas, las mismas tristezas y los mismos miedos.

Lo mejor es que él tiene estas canciones y las comparte cual bote salvavidas. Uno puede saltar, gritar, abrazar a las amistades que acompañaron al show o incluso hacer nuevas amistades para subirse a ese barco y navegar una vida un poco más feliz.

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