La oposición de centroizquierda llega como favorita a las elecciones noruegas

Copenhague, 12 sep (EFE).- La oposición de centroizquierda, liderada por el Partido Laborista, llega a las elecciones legislativas de este lunes en Noruega con una ventaja sólida, que le permitirá recuperar el poder ocho años después de perderlo.

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Los sondeos apuntan desde hace meses a un cambio de gobierno, con una ventaja sólida de hasta diez puntos, y la cuestión principal a determinar es si los laboristas y sus socios centristas y rojiverdes podrán gobernar en coalición o necesitarán el apoyo de otras formaciones pequeñas, lo que podría generar tensiones en un hipotético Ejecutivo.

Las últimas encuestas publicadas esta semana dan como ganador a la centroizquierda, pero no aclaran el panorama postelectoral: algunas dan mayoría absoluta a los tres partidos, y otras apuntan a que serán necesarios los apoyos de otras fuerzas.

Todas dan como ganador al Partido Laborista, la fuerza más votada en el último siglo, aunque con un resultado peor al de 2017; por delante del Partido Conservador de la primera ministra, Erna Solberg, y del Partido Centrista.

Desde la llegada al liderazgo en 2014, los centristas no han hecho más que subir, aunque las expectativas de hace unos meses de poder disputarle incluso a los laboristas la condición de fuerza hegemónica o de excluir a los rojiverdes de un futuro gobierno se han esfumado.

Recordando lo ocurrido en 2017, cuando también parecía que podría desbancar a la derecha del poder, el líder opositor, Jonas Gahr Støre, ha insistido en campaña en que el triunfo no es seguro y ha avisado a sus electores de no votar de forma táctica a partidos pequeños para arrastrar a los laboristas a la izquierda.

"Necesitamos un gobierno con un Partido Laborista fuerte para liderar el trabajo en los exigentes años que vienen. Va a estar muy igualado, las elecciones no están decididas", dijo recientemente.

Su temor es tener que depender de los votos de los excomunistas de Rojo o los de Los Verdes, que parecen consolidados por encima de del 4 % de apoyo, una barrera mínima que también amenaza a los cristianodemócratas y liberales, aliados de Solberg.

PETRÓLEO Y CAMBIO CLIMÁTICO

Solberg sacudió la campaña noruega la semana pasada con una inesperada iniciativa para impulsar un cambio de régimen fiscal en el sector petrolero, el principal del país, de modo que sea menos atractivo invertir en nuevos yacimientos.

La propuesta ha sido bien recibida por la mayoría de partidos, incluso por la propia industria, salvo por el ultraderechista Partido del Progreso (aliado de Solberg), que la considera una amenaza laboral, y Los Verdes, que la ven poco ambiciosa.

La cuestión petrolera es un tema sensible en el mayor exportador de gas y crudo de Europa occidental, que ha estado de nuevo de actualidad por la presencia que en el debate político ha tenido la amenaza del cambio climático.

Mientras los conservadores se comprometen a invertir 4.800 millones de coronas (unos 480 millones de euros) en la "revolución verde", los laboristas quieren que Noruega sea neutral desde el punto de vista de las emisiones de CO2 antes de 2050.

La sanidad, la educación y otros temas clásicos vinculados al estado de bienestar también han tenido importancia en la discusión, en la que los laboristas han defendido una subida fiscal a las rentas más altas y reducir los contratos temporales.

La campaña ha estado rodeada también por algún escándalo menor, como el truco legal usado por el líder democristiano, Kjell Ingolf Ropstad, para beneficiarse de una ayuda parlamentaria a la vivienda, o la agresión sufrida por un miembro de las Juventudes Laboristas (AUF) por un sexagenario defensor del ultra Anders Behring Breivik.

En el décimo aniversario del doble atentado terrorista cometido en julio de 2011 por Breivik en Oslo y la isla de Utøya, con 77 muertos y los laboristas como objetivo principal, la discusión sobre el extremismo ha estado más presente que en anteriores comicios.

De confirmarse lo que apuntan los sondeos, el regreso al poder del Partido Laborista supondría además que toda Escandinavia esté gobernada por partidos socialdemócratas, la situación habitual durante la segunda mitad del siglo XX, pero una rareza en las últimas décadas.

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