Esta aldea, ubicada a orillas del Río Paraguay junto a la frontera con Brasil, está conformada por pequeñas casas de madera, no cuenta con energía eléctrica y se abastece del agua del río que ellos mismos tratan para potabilizar.
A más de 800 kilómetros de Asunción, la comunidad trata de subsistir a través de la pesca y de la venta de su artesanía tradicional, lo que no ha impedido que su población se haya reducido desde 70 hasta 45 familias en los últimos años. En el porche de una de las chozas de madera de palma, un grupo de pobladores conversa con la Agencia Efe para explicar las razones de la fuga de habitantes y su descontento con las políticas del Gobierno central. “No vamos a ir a votar más”, reconoce Lidia Romero, quien se niega a participar en los próximos comicios regionales, después de que no se hayan cumplido las promesas electorales del presidente Mario Abdo Benítez.
El transporte sigue siendo una de las principales reivindicaciones de la comunidad, a la que solo se puede acceder a través de un camino de tierra, que se bloquea en la temporada de lluvias, o en canoa por el río Paraguay. Además, las malas comunicaciones tienen un efecto directo en la sanidad de sus habitantes que se ven obligados a llevar a cabo una travesía de horas o incluso días cuando caen enfermos de gravedad y tienen que ser evacuados a Bahía Negra, Fuerte Olimpo o Asunción.
Rumilda Romero relata cómo temió por su vida cuando sufrió complicaciones en su último parto y tuvo que pedir auxilio por señas a un barco brasileño de mercancías para que la llevara hasta el hospital. “Creí que me iba a morir desangrada”, explica la madre de familia, señalando la cama en la que fue atendida por la única enfermera de la aldea, que no dispone de electricidad para tratar a sus pacientes.
La hipertensión, la diabetes, los problemas de próstata e incluso enfermedades de transmisión sexuales como la sífilis representan las mayores amenazas para la salud para este pueblo Yshir.
La educación es el otro desafío al que se enfrenta la comunidad Karcha Bahlut, que cuenta con una escuela a la que asisten cerca de 40 niños de todas las edades, en una modalidad plurigrado. A pesar de no estar diferenciados por cursos, los padres del poblado confiesan que prefieren esta opción a enviar a sus hijos hasta Asunción, ya que temen que sean raptados por alguna red de explotación infantil que les introduzca en el consumo de la cola de zapatero.
Todos estos factores condicionan la despoblación de esta aldea que lucha por mantener su identidad cultural, a través del liderazgo de la cacique y del acompañamiento espiritual de un chamán que se encuentra hospitalizado por un problema de próstata.
Las familias son beneficiarias del programa público Tekoporá para la reducción de la pobreza; sin embargo, reconocen que los montos no les alcanzan para paliar las consecuencias que los incendios y la deforestación tienen en su forma de vida.
La asistencia de grupos religiosos brasileños que cada seis meses donan ropa y alimentos a la comunidad representa otra de sus fuentes de ingresos y deja la estampa de una comunidad indígena vestida con ropa de Adidas, Lacoste o la película de animación de “Los Minions”.
Aunque originalmente los Yshir eran un grupo nómada, desde hace décadas este grupo se instaló de forma definitiva en Karcha Bahlut, una palabra que designa en su idioma originario al “gran caracol sagrado”, en referencia al árbol, rodeado de conchas de caracol, sobre el que edificaron el poblado.
La etnia Yshir está compuesta por cerca de 3.500 personas, que habitan siete comunidades distribuidas a orillas del río Paraguay, en el Chaco. Según los datos de la ONG Tierraviva, este grupo de indígenas ha perdido en el último siglo el 97% de su territorio, pasando de ocupar más de 3,4 millones de hectáreas a 54.000 como consecuencia del avance de la deforestación y la ganadería extensiva.