Una perspectiva menos publicitada de esta política gubernamental, es que el éxito de este proceso, admirable y aplaudido desde el punto de vista sanitario para evitar la dispersión del virus, se ha logrado a un alto costo para la población migrante. Estas personas que se ven obligadas a retornar al país, estigmatizadas en discursos oficiales y redes sociales ante la amenaza de ser vectores de transmisión, son parte de la población cuyas remesas superan los 500 millones de dólares anuales, según estimaciones del Banco Central del Paraguay. Este aporte al PIB ocupa el siguiente puesto luego del aporte de la producción ganadera del país. Estuve con ellos en un albergue cumpliendo cuarentena por 17 días y ahora articulo una red con varias personas distribuidas en algunos de los 55 albergues, con el fin de ayudar a salvaguardar sus derechos.
Como antropóloga, también recojo sus historias, que son el testimonio de la “otra” realidad de los albergues:
María. 21 años. Costurera. Desde los 17 años viaja intermitentemente al Brasil donde trabaja en una maquila de corte y confección de la gran São Paulo. Comparte una pieza con otras 7 paraguayas, menores de edad. Trabaja de 5am a 11pm y solo tiene una hora libre para almorzar. Fue despedida debido a la crisis del COVID y ahora ella se encuentra en un albergue donde inicialmente había 140 personas. El local del albergue es un tinglado semiabierto utilizado como depósito de mercadería en Ciudad del Este. Con angustia comparte que su hermana menor de edad está entre los 90 que dieron positivo luego del último test. El local tiene dos duchas y cuatro inodoros que utilizan entre todos. El distanciamiento social es prácticamente imposible de mantener, aunque las autoridades insisten lo contrario en los medios de prensa. A raíz de esto, la contaminación comunitaria que se vuelve inevitable, se evidencia en los números del reporte diario de casos positivos de COVID. Pero esta realidad es opacada por discursos totalizantes que insisten que son las prácticas culturales como el “tereré” o el “truco” de los albergados las que fomentan el contagio.
Pedro. 19 años. Estibador. Vive en Ciudad del Este, pero diariamente cruzaba el puente para trabajar del lado brasileño, subiendo y bajando cargas de verduras. A raíz del esfuerzo físico contrajo una hernia, pero su abuela depende de su ínfimo ingreso. El cierre del puente le sorprendió del lado brasileño y hoy Pedro está en un albergue de 63 personas. Por su liderazgo se volvió el referente del grupo. Su generosidad es reconocida por otros: cuando por tercer día consecutivo, el almuerzo llegó a las 3pm, para evitar el llanto de los menores y el desespero de las madres, él se ofreció a comprar un delivery de hamburguesas. En este albergue, los “positivos” nunca fueron derivados a otro albergue porque según les explicaron las autoridades médicas encargadas del local “no tenemos a donde llevarlos.” Ahora están separados por pabellones, entre los cuales Pedro se desplaza diariamente para entregar las comidas. Él denuncia que durante la primera semana en el albergue no recibieron atención médica alguna. “Solamente los militares encargados del recinto entraban diariamente a fumigar, pero nunca nos tomaron ni siquiera la temperatura.” A la segunda semana llegó una enfermera, pero hasta ahora siguen esperando la presencia de personal de MSPBS, quien, ante reclamos de otra institución pública, alegaron estar presentes en el recinto.
Carlos. 32 años. Agricultor. El bajo ingreso que le producía el trabajo en la chacra, lo llevó al Brasil a probar suerte como constructor. Debido al cierre de la frontera, tuvo que dormir tres días en el “albergue transitorio” del Puente de la Amistad: un tinglado abierto con colchones en el suelo y sin acceso a duchas. De ahí fue trasladado a un albergue. Hoy Carlos ya lleva 45 días de encierro. A los 15 días dio positivo al test porque según él: “La licenciada solo venía una vez a la semana a tomarnos el test, y no retiraban a las personas con síntomas a tiempo”. De ahí lo llevaron a un hotel en Asunción, donde guarda cuarentena en una pieza aislado hace ya 30 días. En ese lugar, la cañería dañada no permite agua de manera permanente en los baños. Él explica: “cuando vuelve el agua, sale sucia, roja”. Con sus otros compañeros reclaman la falta de agua permanente para consumo diario “Che yuhéi” dijo al teléfono. Carlos no entiende la frecuencia del testeo y el motivo por el que una semana su test sale positivo, luego negativo, y luego vuelve el positivo. Desesperado ante la falta de información, entre sollozos dice “Prefiero escaparme, que me agarre la policía y me lleven a un calabozo que seguir aquí.”
Luisa. 26 años. Madre de familia. Decidió llevar a su bebé de meses con problemas de salud al Brasil, donde esperanzada buscaba atención médica gratuita. Hoy Luisa está en un albergue de más de 70 personas. Está sumamente ansiosa porque pensó que la cuarentena solo duraría 14 días y ya llevan 25 días de encierro. Al grupo ya le hicieron tres veces el test pero cada vez que sale un positivo en el grupo, siguiendo el protocolo sanitario, deben esperar una semana hasta el siguiente test. La asistencia médica sigue intermitente: “Los médicos tienen miedo de acercarse a nosotros”. Según resolución del MSPBS, los albergados están encargados de la limpieza del recinto, sin embargo, no cuentan con suficientes tapabocas y guantes para desinfectar los baños comunes. Acongojada por la perspectiva de seguir en el encierro dice: “Mi bebé no tolera la comida, solo toma leche y estoy muy preocupada por él”. Ella indica que cada vez que le hacen el test, reciben los resultados recién al quinto día, y no a las 48 horas como se establece en el protocolo sanitario. Dice que ni los médicos ni el personal militar les explican nada, alegando que las decisiones dependen de Asunción. “Estamos solos, desesperados”.
Sin duda, los albergues son un resguardo contra la expansión comunitaria del virus, sin embargo, estas narrativas –y la de muchas otras personas– revelan un sistema sanitario incapaz de atender y salvaguardar las necesidades básicas de sus ciudadanos en cuarentena preventiva. El éxito de haber logrado que a la fecha nuestro país esté mayoritariamente libre de COVID-19, se está consiguiendo sacrificando la salud física, mental y emocional de muchas personas, hoy recluidas en albergues en condiciones que no cumplen con las medidas sanitarias requeridas por la OMS. Lastimosamente esta situación continúa invisible y silenciada.
Esta pandemia nos afecta a todos por igual y ante la perspectiva de más de 25.000 compatriotas que buscan retornar al país, urge que se reconozcan y corrijan los errores del sistema de albergues. Solo así lograremos ayudar a transformar estos sitios en verdaderos hogares temporales, libres de riesgos sanitarios y estigmas, y capaces de contener física y mentalmente con dignidad a los miles de compatriotas que aún deberán someterse a la exigencia sanitaria del MSPBS. Que el éxito que Paraguay está teniendo en la lucha contra esta pandemia no nos haga olvidar que #todossomosparaguayos.
*Doctora en Antropología y docente en la Universidad de Texas, Austin – EE.UU.