De cuando el Paraguay perdía de vista al mar

Ningún hecho de la historia, ningún acontecimiento bélico, político o social hipotecó tanto las posibilidades de progreso del Paraguay, como la pérdida de sus costas de mar. Sucedió hace 304 años cuando el 16 de diciembre de 1616, el monarca Felipe III dividía en dos la antigua provincia. Como consecuencia, Asunción, la “capital originaria y secular de toda la región” de acuerdo a la calificación del historiador argentino Ramón J. Cárcano, quedó condenada desde entonces a la desgraciada condición de presidir el único territorio de ultramar sin costas de mar, en todo el reino de España. Pues desde aquella fecha y con la medida Real, el Paraguay quedó para siempre envuelto en la asfixiante atmósfera mediterránea; a merced de pueblos que había fundado, sostenido y defendido durante mucho tiempo.

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¿Porqué la partición?

Cuando Hernando Arias de Saavedra - Hernandarias asumió su tercer mandato de gobierno en 1607, la dilatada provincia ya no tenía solamente a Asunción, como única presencia. El gobernador recorría entonces sus extensos dominios haciendo uso de los cursos de agua o a caballo, yendo y viniendo, trayendo y llevando gente o lo que hubiera menester: utensilios, pertrechos, armas. Enorme y desgastante esfuerzo que le indujo a solicitar al Rey, la división de su gobernación en el año mencionado. El monarca, reconocido por “su escaso interés por los asuntos de estado”, derivó el pedido al virrey de Lima, Marqués de Montesclaros, esperando de éste, alguna orientación. Pero el Marqués sabía mucho menos que el desaprensivo Felipe y suponiendo a Buenos Aires la capital del territorio, sugirió aceptar la división proponiéndola como centro de la provincia del Río de la Plata. Y la otra, que sería la del Guaira, tuviese como capital a Asunción en el interior del continente.

En la penumbra de las Cortes se suponía talvez que los caudalosos ríos harían posible los contactos de los territorios interiores con los puertos de la costa. Pero en la estrepitosa claridad del trópico, la realidad era muy distinta.

Una “herejía geográfica”

Cuando perdidas sus costas marítimas, todo el Paraguay “...tuvo conciencia de la enormidad de esta herejía geográfica”. Y “…durante mucho tiempo clamó porque ella fuera corregida”, según comenta Luís Alberto de Herrera. Uno de los pocos gobernadores de Buenos Aires que cuestionó la decisión fue Pedro Esteban Dávila, quien 20 años después calificaba el informe del virrey de Montesclaros como “siniestro”. Pero ésta como otras protestas fueron inútiles y el Paraguay sufriría hasta ayer, las secuelas de la ignorancia real de entonces, tanto como el abuso y la injusta incomprensión de sus vecinos del Sur. De ahora, antaño y siempre.

La división no fue el único problema

Y la división no fue todo. Porque a la misma siguió el largo hostigamiento alimentado por la ambición desmedida de los vecinos de la cuenca del Plata. Y de los de más allá. Acicateados por el aislamiento e indefensión de Asunción, entre todos dificultaron la ya debilitada actividad productiva y comercial de la provincia paraguaya con una serie de gravámenes.

Los que implementados entre los siglos XVII y XVIII con la excusa que fuere, se procuraron recursos “... para la defensa de Buenos Aires, para la defensa de Santa Fe” o para “…la fundación de Montevideo”. Todo, a expensas del Paraguay y a partir de ellos, ya no faltaron motivos para mantener sisas, alcabalas, gabelas, derechos de romana, de mojón, puertos precisos, y arbitrios en beneficio de cualquiera … y en perjuicio de los paraguayos.

Los impuestos cobrados a la yerba paraguaya -por ejemplo- financiaron las defensas “... de Chile contra los araucanos”. Y de las costas del Sud “contra los corsarios ingleses que infestaban el Atlántico”. De acuerdo a Efraím Cardozo, el ejemplo estimuló al propio Virrey del Perú para que también pusiera sus garras “…sobre la yerba paraguaya para satisfacer necesidades militares” que en nada concernían al Paraguay. El citado Virrey, Marqués de Villagarcía, “…ordenó en 1728 y 1730 que en la Villa de Potosí, se gravara con doce reales cada arroba de yerba, con destino a la defensa de los puertos de Lima y Chile, amenazados por los piratas del Pacífico y hasta completar los dos millones de reales”. Y aunque las defensas fueran construidas o desaparecieran los peligros que las habían justificado, los impuestos jamás se eliminarían.

A todo esto, el ya citado Herrera invoca: “...La adversidad geográfica creó al Paraguay el problema permanente de su propia existencia: la difícil comunicación directa con el mundo exterior. Romper ese encierro físico fue anhelo secular, pasando en consigna de una generación a otra, desde los días de la Colonia (...) Aunque suene a paradoja, afírmase que el enclaustramiento se hace mayor cuando, después de la Independencia, las sociedades litorales acentúan su localismo y restringen, a capricho, el tránsito naviero. Entonces, cada provincia ribereña impone su férula aduanera, y también política, en las aguas de su frente: el correntino le cobra peaje al paraguayo, al correntino, el entrerriano y, a la puerta de salida, a todos exprime el monopolio y el prohibicionismo de Buenos Aires. Cada cual atrincherado en su interés, en su abuso, en su arbitrariedad”.

La pérfida “alianza”

Podría decirse que la siempre renovada hostilidad de las autoridades de Buenos Aires hacia el Paraguay, impulsó en contrapartida la tenacidad con que los paraguayos evitaran la férula porteña en cuanto se evadieran de la hispana, en 1811. Pero la Independencia paraguaya se mantendría en entredicho hasta las vísperas de la Triple Alianza. Conflicto que el ya conocido Cárcano definiera con la siguiente expresión: “La Guerra del Paraguay es el producto de tres siglos de egoísmos y de una hora de pasión desbordante” aludiendo claramente a que las penurias de Asunción y el Paraguay, se iniciaran con la segunda fundación de Buenos Aires, el 11 de junio de 1580.

La guerra con el nombre que le dieran, fue el acontecimiento más trágico de la historia sudamericana y de cuyas consecuencias, el Paraguay quedó en ruinas; con sus campos agrícolas devastados y al punto de extinción su ganado de cualquier tipo; con Asunción y los pueblos más importantes de la República, destruidos y saqueados. El 58 % de la población paraguaya pereció en el “incendio” pues el hambre, las enfermedades o las numerosas pestes hicieron estragos de los que sobrevivieran a los enfrentamientos armados.

Toda esta tragedia y las que le precedieron …. se debieron simplemente a que 285 años antes de la firma del Tratado Secreto de la Triple Alianza, reinaba un monarca apocado, “aficionado al teatro, a la pintura y especialmente a la caza”, que delegaba los asuntos de gobierno en manos de su valido, el duque de Lerma. El que a su vez, se apoyaba en “otro valido”, Rodrigo Calderón, para que finalmente todos, junto al Virrey del Perú condenaran al Paraguay a los padecimientos sufridos en los “300 años de egoísmos” posteriores.

jorgerubiani@gmail.com

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