En el día de “La Ciudad Comunera”

Desde hace 484 años seguimos con el sueño de encontrar el Mba´e Vera Guasu de los guaraníes y la Sierra de la Plata de los conquistadores. En esta búsqueda -para que la historia se repita- padecemos desencuentros, enojos y desengaños.

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Asunción nació bajo el signo del espejismo. Sus fundadores levantaron una Casa Fuerte para que sirviera de “amparo y reparo de la conquista” en la creencia obstinada de que sería el punto de partida para escalar las montañas de oro y de plata.

La fundación de la que sería la capital del Paraguay ha sido un accidente. Buenos Aires fue la elegida por don Pedro de Mendoza para el proyecto de afianzar los dominios españoles. Pero no había qué comer y los nativos no eran amigables. Con los carios encontraron amistad y alimentos. Un jesuita anónimo, citado por Julio César Chaves, escribió: “La fundación de esta ciudad (Asunción) fue más por vía de cuñadazgo, que de conquista (…) los españoles abundados en comida de la tierra, y con tantas mancebas no aspiraron a más contentándose con un poco de lienzo de algodón teñido de negro para su vestido...”

Los asuncenos padecieron los enfrentamientos sin fin entre facciones rivales. Uno de los más serios fue la “herencia” de Alvar Nuñez Cabeza de Vaca que dividió la Provincia entre “leales” -que eran sus partidarios- y “Comuneros”, que respondían a Domingo Martínez de Irala. Estos se alzarían después contra los Jesuitas en feroces batallas que resonaron por todo el mundo.

Los conquistadores llevaban ya 10 años en estas tierras y todavía se aferraban a la esperanza de adueñarse de la Sierra de la Plata. Todos los intentos fracasaron al no dar con la montaña de oro de sus delirios. Martínez de Irala se puso al frente de un numeroso grupo de indígenas y españoles dispuestos a conquistar la esquiva fortuna, por la que se iban en suspiros y afanes. Y llegó hasta donde nadie había llegado antes. Al fin, después de un largo, agotador, descomunal viaje, Martínez de Irala y sus hombres pisaron las estribaciones andinas. Pero sólo fue para comprobar que el Potosí -El Dorado de los sueños y los quebrantos- ya había sido descubierto y tenía dueños. El regreso fue doblemente penoso. La desilusión explotó enseguida y camino a casa destituyeron a Martínez de Irala del cargo de Gobernador.

Con los viajeros llegó la mala nueva a Asunción, ocupada en despilfarrar su energía en una revuelta, como tantas veces habría de repetirse en su historia. Se le repuso a Martínez de Irala pero los asuncenos no se repusieron de la desdicha de saber que nunca tendrían oro ni plata. La noticia llegó a la metrópolis y el rey decidió olvidarse de su pobre y lejana Provincia. La abandonó a su suerte. No merecía ni un minuto de su tiempo preocuparse por unas tierras donde lo único que brillaba era el sol agobiante.

Dos guerras internacionales; decenas de guerra civil, cientos de miles de exiliados, saqueos sin misericordia de sus bienes. Estas y otras penalidades hicieron de Asunción una ciudad pobre. Siempre fue pobre. Hernandarias escribió: “Los franciscanos son los únicos religiosos que necesita esta provincia, porque son pobres y se contentan con poco...”

Sin embargo, con su pobreza franciscana y sus muchos infortunios, Asunción se hizo querer hasta el delirio. Existe una copiosa documentación que prueba la admiración que inspiraba a nativos y extranjeros.

Algunos de sus poetas le cantaron desde la nostalgia, el dolor, la ausencia. Muchos de los versos coinciden en comparar Asunción con la mujer que se ama.

Manuel Ortiz Guerrero le dice:

ha ñasaindyvo romonguetava

che novia raicha Paraguáy

Cientos de poetas más expresan la nostalgia de quienes, forzados a vivir lejos de Asunción, tienen amarrados el corazón a una ciudad apasionada y apasionante que en un tiempo fue el centro de la Provincia Gigante de las Indias.

alcibiades@abc.com.py

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