¿En qué pensamos cuando nos piden que describamos al Paraguay? Aunque nuestra boca quizá hable acerca de las comidas típicas, el tereré y la guarania, seguro también por nuestra mente pasarán los problemas diarios como corrupción, baches, injusticias, inseguridad, falta de educación, etc. Asimismo, si nos dicen que nuestra nación es la más feliz del planeta, soltaremos una carcajada y recordaremos los graves inconvenientes en los que seguimos sumergidos.
Esto no es una broma: la organización Gallup, en su última encuesta, en la cual participaron más de 100 países, indicó que Paraguay es la nación con mayor índice de felicidad de las personas. Quizá, en una dimensión paralela, estos resultados pueden ser tomados en serio si aclaramos que el optimismo es uno de los factores que más se valora en este sondeo realizado de manera global.
Al preguntar a cualquier paraguayo o paraguaya si se siente en el país más dichoso del mundo, la respuesta probablemente será negativa. En todo caso, los locales daríamos mil y una razones “optimistas” para aclarar los puntos que nuestro país debe mejorar para alcanzar la felicidad de sus habitantes.
Hablándose de la felicidad como una cuestión subjetiva pero importante de atender y diferenciándola del bienestar o de la falta de pobreza, podemos dar algo de crédito a la encuesta de Gallup, aunque no mucho. Por otra parte, el informe de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) sitúa a Paraguay en el puesto 63 de su ranking de felicidad mundial, lo cual suena mucho más razonable.
Este informe de la ONU posiciona a nuestro país incluso por debajo de muchas naciones latinoamericanas, con respecto a la felicidad en general. Estos datos no son tan alegres como los ofrecidos por Gallup, pero sí reflejan un pueblo en el cual los alumnos y los profesores no entienden lo que leen, los ciudadanos no se sienten seguros al salir de noche y los jóvenes sufren cada vez más depresión y ansiedad, mientras crece la tasa de suicidio.
Si de la noche a la mañana algo cambia, provocando que las enfermedades mentales se curen con cintarazos, los feminicidios despierten la conciencia, nuestras billeteras tengan el dinero merecido, la educación se imparta sola y de los baches crezcan flores, seguramente, en cuestión de pocas horas, nuestro país se volverá el más feliz del mundo.
Por Eliseo Báez (17 años)