Imperios de ultramar en América: Dos modelos de colonización. (IV) Dos vías ante el problema de la tierra y el desarrollo industrial

Las diferencias subjetivas entre los colonos del norte y el sur de las Américas pueden explicarse de modo objetivo, escribe el sociólogo e historiador Ronald León Núñez en esta serie que echa por tierra el mito de la «superioridad» de la colonización anglosajona, tan predadora como la ibérica.

Ceremonia del Golden Spike (Clavo de Oro) al terminar la construcción de la primera vía férrea transcontinental de Estados Unidos. Promontory, Utah,10 de mayo de 1869
Ceremonia del Golden Spike (Clavo de Oro) al terminar la construcción de la primera vía férrea transcontinental de Estados Unidos. Promontory, Utah,10 de mayo de 1869

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El desenlace de la Guerra Civil (1861-1865), que supuso la reunificación de la nación y la abolición de la esclavitud negra, liberó tal magnitud de fuerzas productivas que, medio siglo después, EEUU rivalizaba con las potencias europeas por la condición de imperialismo hegemónico.

En términos de PIB, la excolonia británica es la mayor economía del mundo desde 1890. El Reino Unido, protagonista de la primera revolución industrial, había quedado rezagado. Si bien mantenía superioridad militar y diplomática, en 1913 la economía de la anterior metrópoli representaba aproximadamente 43% de la estadounidense (1).

Entre 1865 y 1914, allanado el camino para el trabajo «libre» asalariado, tuvo lugar un proceso de reorganización del Estado nacional y modernización del capitalismo dirigido por la triunfante burguesía norteña, dispuesta no solo a moldear el país a su antojo sino también a expandir su dominio más allá de sus fronteras, comenzando por el resto de las Américas (2).

El nuevo rumbo comenzó a gestarse durante la guerra. Aprovechando la secesión del sur esclavista, el norte liderado por el presidente Lincoln aprobó una serie de legislaciones fundamentales: la ley ferroviaria de 1862 (Pacific Railway Act); las leyes bancarias de 1863-1864 (National Banking Acts); y, principalmente, la ley de asentamientos rurales de 1862 (Homestead Act).

En conjunto, esas medidas apuntaban a expandir, consolidar, integrar y dinamizar un enorme mercado interno, estimulado por el trabajo asalariado, que, a su vez, sirviera de base para el crecimiento industrial.

La Pacific Railway Act autorizó la construcción de la primera línea de ferrocarril transcontinental. Cerca de 21.000 trabajadores, en condiciones muy duras, protagonizaron la hazaña de tender 2.900 kilómetros de vías cortando ríos, cañones, montañas y desiertos (3). La portentosa obra, inaugurada en 1869, conectó el país de costa a costa y redujo un viaje que superaba cuatro meses a una semana. Hasta 1871 existían 73.000 kilómetros de caminos de hierro (4). Entre 1871 y 1900 se incorporaron otros 274.000 kilómetros. El gobierno financió el ferrocarril concediendo millones de acres de tierras públicas a empresarios privados (5).

La red ferroviaria aceleró y consolidó la colonización del oeste, vinculando nuevos territorios con los mercados interno y externo. Dejó atrás las icónicas diligencias, mucho más lentas y arriesgadas. Redujo enormemente los costos de la circulación de mercancías (6) y fuerza de trabajo; dinamizó una serie de ramos empresariales necesarios para su funcionamiento y para el desarrollo e integración de nuevas ciudades; movilizó, además, enormes capitales que impusieron la modernización del sistema financiero.

A ese respecto, las leyes bancarias nacionales de 1863 y 1864, promulgadas inicialmente para facilitar el financiamiento del esfuerzo de guerra, establecieron importantes regulaciones federales sobre los bancos y la administración de la oferta monetaria hasta la creación del sistema de la Reserva Federal (Federal Reserve Act) en 1913 (7).

La colonización efectiva del oeste planteó con fuerza el problema de la tierra. Este es un factor clave en el debate acerca de las diferencias objetivas entre los procesos de desarrollo capitalista en el norte y el sur de las Américas.

Deteniéndonos en este tema, es válida una comparación entre los EEUU y el Brasil decimonónicos en materia de política agraria y sus consecuencias en el desarrollo industrial, dado que ambos países tienen en común un pasado colonial y esclavista, pero cuentan con clases dominantes que se impusieron promoviendo medidas económico-sociales muy distintas.

En el caso de EEUU, puede decirse que la Homestead Act estableció la base para el extraordinario desarrollo de su mercado interno y, con ello, de su capacidad industrial.

A través de ese acto, la burguesía norteña optó por impulsar un régimen de tenencia de la tierra que descansara en medianas y pequeñas propiedades, alentando así la colonización del oeste por fuerza de trabajo libre, nativa o inmigrante. Se trató de un modelo distinto al modelo latifundista y predominantemente agroexportador, apoyado en la esclavitud negra, que imperaba en el sur o en países como Brasil.

En efecto, la Homestead Act disponía una reforma agraria en la que cualquier ciudadano con más de 21 años, jefe de familia, que no hubiera tomado las armas contra el gobierno o colaborado con sus enemigos, podía reclamar 160 acres de tierras públicas, aproximadamente 65 hectáreas (8).

La principal condición era que los beneficiarios se establecieran en esa parcela, y la cultivaran y mejoraran por un tiempo mínimo de cinco años. Superado ese plazo, podían exigir el derecho de propiedad básicamente por el costo del registro administrativo. El ocupante, incluso, podía acelerar ese trámite pagando 1,25 dólares por acre luego de medio año de asentamiento efectivo. Terminada la guerra civil, los soldados de la Unión podían deducir el tiempo de servicio de aquellos plazos (9).

Esta política agraria estadounidense movilizó a decenas de miles de ciudadanos de la costa este, inmigrantes europeos, mujeres y hasta personas anteriormente esclavizadas, que protagonizaron un éxodo hacia el oeste. No todos consiguieron el sueño de la tierra propia y una vida mejor, sin duda. De hecho, 60% de ese contingente fracasó, pero eso no desmiente la amplitud de la concesión de tierras.

Por supuesto, dado su carácter burgués, la colonización promovida por el gobierno se erigió sobre la masacre y la destrucción del modo de vida de los pueblos originarios. La abrumadora mayoría de los colonos fueron blancos. Además, buena parte de las tierras fue acaparada por especuladores, ganaderos, mineros y, como apuntamos, por empresas de ferrocarriles.

Sin embargo, incluso en ese contexto, se estima que hasta 1904 cerca de 80 millones de acres pertenecía efectivamente a pequeños propietarios, que habían establecido 372.000 granjas.

Durante la vigencia de Homestead Act, fueron concedidos más de 1,6 millones de títulos de propiedad. Hasta 1988, cuando se adjudicó la última parcela, aproximadamente 270 millones de acres, equivalentes a 10% de la superficie del país, habían sido prácticamente donados por el Estado. Actualmente, alrededor de 90% de los estadounidenses son descendientes de colonos que recibieron tierras públicas.

La opción por el reparto de la tierra en lotes menores, sumada a las demás medidas que apuntamos, amplió el mercado interno y moldeó una pequeña burguesía rural consumidora de productos industriales. El crecimiento de la demanda inspiró inventos y aceleró la producción y la distribución de mercancías de manera formidable. En 1900, con una población que superaba los 76 millones, EEUU era un mercado de masas.

El despegue de la industria, que siguió concentrada en el norte (10), transformó por completo la sociedad estadounidense. La concentración de capital hizo que un puñado de magnates, los «barones ladrones», acumulara inmensas fortunas. Surgieron nuevas industrias, pronto devenidas en trusts, como la del petróleo, el acero, la energía eléctrica, etcétera. Surgió una amplia clase media que abrazó el American way of life como dogma principal.

La clase obrera, por su parte, producía toda la riqueza en condiciones de sobreexplotación. Enormes contingentes de migrantes rural-urbanos y de inmigrantes engrosaban las filas del joven proletariado. Entre 1870 y 1900, casi 12 millones de inmigrantes entraron en EEUU, 70% de ellos por Nueva York, la «Puerta Dorada» del «sueño americano». Se estima que, en 1890, tres cuartas partes de la fuerza de trabajo estaba ocupada en actividades industriales.

En ese mismo periodo, las ciudades crecieron a un ritmo espectacular. En 1910, la población urbana supera a la rural (11). El valor anual de la producción industrial superó a la agrícola en 1890. Una década después, la duplicaba. Entre 1875 y 1920, la producción de acero estadounidense aumentó de 380.000 toneladas a 60 millones de toneladas anuales, convirtiendo el país en líder mundial del sector.

EEUU recibió el siglo XX siendo la principal potencia industrial. En 1913, el coloso norteamericano era responsable por 36% de toda la producción industrial del mundo, superando largamente a Alemania (16%) y al Reino Unido (14%) (12).

La transición de una excolonia, anclada en una economía basada en el sector primario, a un país imperialista ocurrió por una combinación desigual de muchos factores, pero podemos afirmar sin temor a exagerar que ese proceso hubiera sido imposible sin las dos guerras revolucionarias con las que EEUU rompió con su antigua metrópoli y, casi noventa años después, ilegalizó la esclavitud negra.

Nada similar ocurrió en países como Brasil, donde la independencia y la abolición fueron procesos esencialmente pactados y preventivamente amortiguados por las élites.

En la cuestión de la tierra, a pesar de sus límites, la política agraria estadounidense será superior, en términos capitalistas, al modelo latifundista alentado en el Imperio de Brasil, como analizaremos en la próxima y última entrega de esta serie.

(Continuará…)

Notas

(1) Según datos del economista británico Angus Maddison (1926-2010), especialista en historia macroeconómica, en ese mismo año la economía de los EEUU correspondía a 18% del PIB mundial. El PIB del conjunto de los países latinoamericanos representaba sólo 4% de la economía mundial y cerca de 23% de la estadounidense. Consultar: https://www.rug.nl/ggdc/

(2) Puede decirse que EEUU inicia un modo de injerencia más abierta y agresiva en Latinoamérica a partir de la intervención de Washington en la guerra hispano-estadounidense de 1898, que resultó en la independencia cubana de España.

(3) Se estima que 85% de la mano de obra del Central Pacific Railroad, la línea que unió el este con el oeste, estuvo compuesta de inmigrantes chinos.

(4) Para los nacionalistas adeptos al mito del «Paraguay-potencia» vale recordar, a modo de comparación, que el ferrocarril paraguayo alcanzó 72 kilómetros de vías en 1864. En 1870, el Imperio de Brasil contaba con cerca de 745 kilómetros de vías, y Argentina, con 722.

(5) Consultar: https://www.loc.gov/classroom-materials/united-states-history-primary-source-timeline/rise-of-industrial-america-1876-1900/railroads-in-late-19th-century/

(6) En 1880, el ferrocarril transcontinental transportaba mercancías por valor de 50 millones de dólares anualmente. Para los pasajeros individuales, el costo del viaje de costa a costa se redujo 85%.

(7) Consultar: https://www.federalreservehistory.org/time-period/before-the-fed

(8) Consultar: https://www.archives.gov/milestone-documents/homestead-act

(9) Consultar: https://www.nps.gov/home/learn/historyculture/abouthomesteadactlaw.htm

(10) Especialmente en el Manufacturing Belt, en el nordeste y medio oeste. Debido al declive de la industria, esa región es conocida, desde la década de 1970, como Rust Belt.

(11) En 1950, la población urbana en Brasil representaba 36% del total.

(12) North, D. (1969). Una nueva historia económica. Crecimiento y bienestar en el pasado de los Estados Unidos. Madrid: Tecnos, p. 43.

*Ronald León Núñez es doctor en Historia Económica por la Universidad de São Paulo y graduado en Ciencias Sociales por la Universidad Nacional de Asunción. Para leer más de este autor, recomendamos sus libros Revolución y genocidio (Arandurã, 2011) y La Guerra contra la Triple Alianza en debate (Lorca, 2019), y su blog ronaldleonnunez.org.

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