Un mito entra al escáner: cómo la ciencia estudia la Navidad
La pregunta parece de sobremesa festiva: ¿de verdad existe el espíritu navideño o es solo una construcción cultural repetida año tras año? Para un grupo de neurólogos y psicólogos, la duda era demasiado interesante como para no meterla en un escáner de resonancia magnética funcional (fMRI).
En la última década, varios equipos han intentado responder, con herramientas científicas, a una intuición compartida en buena parte del mundo: en diciembre “se siente diferente”.
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La clave, explican, está en cómo ciertos estímulos —luces, villancicos, comidas típicas, reuniones familiares— reactivan una red de regiones cerebrales ya asociadas con la emoción, la memoria y el significado social.
En otras palabras, la Navidad se inscribe en el cerebro del mismo modo que otras experiencias cargadas de afecto y ritual, como un gol decisivo o una canción de infancia.
El estudio que buscó la “red navideña” en el cerebro
Uno de los trabajos más citados sobre el tema se publicó en 2015 en la edición navideña de la revista médica BMJ.
Investigadores escandinavos reclutaron a dos grupos de adultos: personas que celebraban la Navidad de forma habitual desde la infancia y otras sin tradición navideña marcada.
Dentro del escáner, los voluntarios vieron una serie de imágenes: algunas con escenas típicas de Navidad (árboles decorados, regalos, luces, mesas festivas) y otras neutras, sin referencias decembrinas. Mientras tanto, la fMRI registraba los cambios de flujo sanguíneo en distintas áreas cerebrales.
Los resultados mostraron que, en las personas que se definían como “navideñas”, las escenas festivas activaban de manera diferenciada varias zonas del cerebro en comparación con el grupo sin tradición.
No se trataba de un “botón navideño”, sino de un patrón específico de activación que los autores propusieron como una posible “red del espíritu navideño”.
Este trabajo tiene limitaciones claras —pocos participantes, contexto cultural muy específico, dificultad para aislar la variable “Navidad” de otros factores—, pero abrió un campo de preguntas: ¿por qué algunas personas sienten una ola de ternura, nostalgia o alegría ante una canción de villancicos, mientras otras no experimentan casi nada?
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Qué áreas del cerebro se “iluminan” con la Navidad
El estudio de BMJ y trabajos relacionados con emociones festivas y nostalgia apuntan a un conjunto de regiones que, juntas, explican buena parte de lo que popularmente se llama espíritu navideño:
1. Corteza prefrontal medial y orbitofrontal. Estas áreas, situadas en la parte frontal del cerebro, intervienen en la evaluación del significado personal y social de lo que vemos.
Cuando una imagen de Nochebuena recuerda cenas familiares, estas regiones ayudan a etiquetar la escena como “valiosa”, “segura” o “entrañable”.
2. Sistema de recompensa (núcleo accumbens y estriado). Es la red asociada a la anticipación del placer y la motivación. Participa en la liberación de dopamina cuando esperamos algo deseado: desde una comida especial hasta un reencuentro.
Muchos rituales navideños —intercambiar regalos, preparar platos típicos, recibir un aguinaldo— están fuertemente ligados a este sistema.
3. Hipocampo y corteza parahipocampal. Son estructuras clave para la memoria autobiográfica. Se activan cuando una escena actual evoca episodios pasados: la primera Navidad con una nueva pareja, la Nochebuena sin un ser querido, la infancia en casa de los abuelos.
Esa reactivación de recuerdos es uno de los motores de la nostalgia decembrina.
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4. Amígdala y circuitos emocionales. La amígdala evalúa la relevancia emocional de los estímulos. Puede asociar un villancico con calidez y protección… o con tensión familiar.
Por eso algunas personas sienten tranquilidad y otras ansiedad cuando llega diciembre: la amígdala reactiva la “carga afectiva” de sus Navidades previas.
5. Regiones sensoriomotoras y parietales. El equipo de BMJ observó también activación en áreas motoras y somatosensoriales. Tiene sentido: la Navidad no es solo visual o auditiva; es un conjunto de acciones repetidas (decorar, cocinar, brindar, abrazar) que el cerebro asocia a patrones corporales, olores y movimientos muy concretos.
Nostalgia, dopamina y cultura: qué sostiene el “espíritu navideño”
Desde la neurociencia se distinguen tres grandes pilares que ayudan a entender por qué diciembre se siente diferente para tantas personas:
Nostalgia estructurada. La Navidad es uno de los rituales de calendario mejor definidos en la cultura occidental: llega siempre en la misma época, con símbolos, comidas y músicas relativamente estables.
Esa repetición convierte cada diciembre en un “ancla” para la memoria autobiográfica, lo que refuerza el papel del hipocampo y las redes de recuerdos episódicos.
Recompensa y expectativa. La anticipación —el calendario de Adviento, la planificación de viajes, las compras, los aguinaldos— fortalece el circuito de recompensa.
No solo importa lo que ocurre el 24 o 25 de diciembre, sino las semanas de espera. El cerebro libera dopamina no solo ante el placer presente, sino ante la expectativa de que algo valioso está por suceder.
Marco cultural y social. En países de mayoría cristiana o con fuerte tradición navideña, la Navidad se asocia a valores de comunidad, familia, generosidad y cierre de ciclo. Esa carga simbólica se “aprende” desde la infancia, se interioriza y se vuelve parte del mapa mental con el que interpretamos el mundo.
Sin ese contexto cultural, los mismos estímulos —luces, música, decoraciones— podrían no activar las mismas redes. De hecho, en participantes de culturas donde la Navidad no es central, la respuesta cerebral es mucho más neutra.
No todos sienten lo mismo en diciembre: diferencias individuales
Si el espíritu navideño tiene huella cerebral, también tiene excepciones. Los estudios muestran una variabilidad considerable entre personas, incluso dentro de la misma cultura.
Quienes han vivido conflictos familiares, pérdidas significativas o situaciones de estrés económico asociadas a la Navidad pueden experimentar diciembre como un periodo de amenaza, presión o tristeza. En términos cerebrales, sus redes emocionales pueden asociar estos estímulos a alerta o dolor, no a recompensa.
Además, personas que se declaran ateas o simplemente indiferentes a la Navidad suelen mostrar una activación más tenue ante los mismos estímulos, lo que coincide con su relato subjetivo: viven estas fechas como un feriado más o como una imposición comercial.
La próxima vez que una canción de diciembre te provoque una mezcla de alegría, melancolía y ganas de abrazar a alguien, será el resultado de millones de neuronas reactivando, a la vez, décadas de rituales, recuerdos y vínculos que su cerebro aprendió a llamar Navidad.