La protagonista es Nikya, quien está enamorada del príncipe Solor. Este amor es correspondido, pero Solor debe casarse con Gamzatti, malvada hija del rajá gobernante. Pero también interviene en este pleito el brahman, otro que sucumbe a los encantos de Nikya.
La función a la que asistimos tuvo como principal a Maia Ayala, encarnando a una bayadera Nikya impecable, no solo en lo técnico sino también en lo interpretativo.
Ayala logró esa conjunción de sensualidad y fiereza, como de inocencia y vulnerabilidad, para representar la ilusión del amor como la frustración por la imposibilidad de estar con Solor.
Pero el papel antagónico cobró un vuelo propio gracias a una irreprochable actuación de Pamela Giménez. Ella llevó el papel de Gamzatti a terrenos tan sutiles, pero cargados de temperamento al mismo tiempo, y todo sin caer en excesos.
Solor, que fue interpretado en dicha función por Abel Rivarola, mostró con suma habilidad las tribulaciones que atravesaba el príncipe, desde sus expresiones hasta sus movimientos certeros.
La coreografía de la argentina Lidia Segni hizo que cada personaje reflejase su personalidad en los movimientos, algo que los tres bailarines principales captaron con gran maestría.
Movidos por la música de Ludwig Minkus, ejecutada en vivo por la Orquesta Sinfónica Nacional bajo la acertada batuta de Willian Aguayo, el numeroso elenco se entregó a esta obra, que representó un estreno para el BCMM, cuya dirección artística es de Miguel Bonnín.
Los vestuarios, diseñados por Aníbal Lápiz (Teatro Colón), deslumbraron, uno más que el otro, a medida que los personajes iban apareciendo. En concordancia, la escenografía de Tessy Vasconsellos, terminó de cerrar el círculo de esta puesta, que logró transmitir la luminosidad de esta historia.
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