Libres y sin miedo

El brutal ataque que sufrió una deportista el sábado pasado en el Jardín Botánico y Zoológico de Asunción pone de relieve una vez más la terrible inseguridad reinante, que se agrava exponencialmente para las mujeres. La sobreviviente de este ataque no hizo más que ir a entrenar a un espacio público que depende administrativamente de la Municipalidad de Asunción, y que cuenta con guardias de seguridad y guardaparques a sueldo. Inmediatamente sucedido el hecho se desató una ola de solidaridad y de indignación, encabezada por otras mujeres deportistas, feministas y personas de bien en general. Las redes se llenaron de posteos con los hashtags #Libresysinmiedo #ParquesSeguros #correresvida, que inspira una manifestación prevista para hoy. Con estos lemas, las mujeres expresaron su apoyo a la sobreviviente, y también pusieron en el tapete el miedo que sienten cada vez que quieren hacer algo tan simple y cotidiano como actividad física al aire libre, sea en un parque o en la vía pública.

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El brutal ataque que sufrió una deportista el sábado pasado en el Jardín Botánico y Zoológico de Asunción pone de relieve una vez más la terrible inseguridad reinante, que se agrava exponencialmente para las mujeres. La sobreviviente de este ataque no hizo más que ir a entrenar a un espacio público que depende administrativamente de la Municipalidad de Asunción, y que cuenta con guardias de seguridad y guardaparques a sueldo.

Inmediatamente sucedido el hecho se desató una ola de solidaridad y de indignación, encabezada por otras mujeres deportistas, feministas y personas de bien en general. Las redes se llenaron de posteos con los hashtags #Libresysinmiedo #ParquesSeguros #correresvida. Con estos lemas, las mujeres expresaron su apoyo a la sobreviviente, y también pusieron en el tapete el miedo que sienten cada vez que quieren hacer algo tan simple y cotidiano como actividad física al aire libre, sea en un parque o en la vía pública. Muchas también dieron testimonio de los acosos o actos de violencia de género que sufrieron por el simple hecho de estar en espacios públicos.

Lastimosamente, también se impuso con fuerza otra corriente: la que culpa a la víctima, le cuestiona su presencia en el lugar, y hasta su vestimenta. La propia vocera de la Policía Nacional, Cria. Principal María Elena Andrada, consultada por una emisora radial, dijo sobre este caso que “es una inconsciencia de la gente acudir a esos lugares (parques)”, como si eso habilitara a otro a ejercer la violencia. Esta frase le valió un fuerte repudio ciudadano.

Ahora todos se tiran la pelota acerca de quién debe velar por la seguridad de los que concurren a ese parque en particular. Una pésima intervención –o más bien falta de intervención– de la fiscala original, María Bernarda Álvarez, impidió que se recabara suficiente información en los primeros momentos.

Pero el problema no es la víctima; nunca lo es. El problema son quienes se atribuyen el derecho a violentar, atacar y adueñarse de la vida de las personas, especialmente si son mujeres, coartándoles las libertades por medio del terror, ya que la inseguridad es permanente y se hace patente no solo en parques y calles sino puertas adentro de las viviendas, en forma de violencia familiar. Esto se agravó con la pandemia y el confinamiento, cuando muchas mujeres se vieron obligadas a pasar más tiempo con sus maltratadores. Entre los meses de enero y marzo de 2021, el Ministerio de la Mujer, a través del Servicio de Atención a la Mujer, registró un total de 5.858 llamadas al Sistema Operativo de Seguridad (SOS 137). De ellas, 2.426 fueron específicamente por violencia, un número atroz, si se tiene en cuenta que además existe un altísimo subregistro.

Hace poco más de una semana otro caso de una mujer que salió a correr, esta vez en la vía pública, cobró estado público porque filmó a un hombre que la siguió a lo largo de tres cuadras, mientras ella le pedía que la dejara en paz y se alejara del lugar. El hombre, llamado José Salinas, abrió el paraguas y publicó luego un video explicando que persiguió a la mujer porque quería recomendarle que corriera contra el tráfico o en otro lugar.

Este ejemplo de acoso, sumado al anterior horrendo caso mencionado más arriba, demuestra que no es una responsabilidad de la víctima no ser violentada, y no importa donde esté ejerciendo su derecho a la libre circulación, a qué hora ni con qué ropa. Quien está no solo fuera de lugar, sino cometiendo un delito, es el violento que avasalla libertades, lastima y humilla a las mujeres.

Las mujeres tienen derecho a vivir libres y sin miedo, como reza el eslogan que se hizo viral y bajo el cual se organiza para hoy una manifestación. Esto, sin padecer violencia institucional –que se da por ejemplo cuando la policía le cuestiona su accionar o las revictimiza– y sin tener que dar explicaciones de qué hacían en determinado lugar, cómo iban vestidas, qué habían tomado, con quién hablaban o cómo se comportaban. No tienen que pedirle permiso a nadie para ejercer su libertad. Y las instituciones deben protegerlas y educar para que desaparezca la violencia de género y ellas puedan vivir tranquilas, en un ambiente sano y seguro, que les permita desarrollar todo su potencial.

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