Camino a la tiranía en Ecuador

El movimiento político del presidente de Ecuador, Rafael Correa, quien ya no puede ser reelecto, impulsa un paquete de enmiendas constitucionales, entre ellas la que establece la reelección indefinida de todas las autoridades elegidas por el voto popular, con excepción del Presidente de la República. De esta manera, Correa se propone dejar la estructura funcionando en el intermedio para asegurarse que en las próximas elecciones salga el candidato que él y sus adláteres propongan. Se trata de un ardid político para seguir reteniendo el poder mediante una suerte de “nomenklatura” al estilo soviético.

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Alianza País, el movimiento político encabezado por el presidente Rafael Correa, ocupa 100 de las 135 bancas en la Asamblea Nacional. Cercado por una legión de obreros, el Congreso ecuatoriano se apresta a aprobar un paquete de enmiendas constitucionales, entre ellas la reelección indefinida de todas las autoridades elegidas por el voto popular, con excepción del presidente de la República, y la facultad para que las fuerzas armadas intervengan en la vida civil sin ninguna orden especial.

A estar por lo que argumentan los asambleístas partidarios del Gobierno, supuestamente esta enmienda permitirá “ampliar” las libertades de los ciudadanos removiendo una restricción constitucional al derecho de elegir y ser elegido. Prohibición constitucional considerada por los seguidores de Correa como “discriminatoria”. En realidad, en un principio esa manipulación semántica del concepto democrático de libertad estaba enderezada a permitir que Correa, quien ya lleva más de ocho años en el poder, continuara gobernando indefinidamente como lo está haciendo su homólogo Evo Morales en Bolivia.

Pero como las cosas están yendo de mal en peor para su gobierno, con el precio del petróleo en caída y las protestas de distintos sectores sociales en aumento, en el final el taimado gobernante ecuatoriano ha optado por un ardid político para seguir reteniendo el poder mediante una suerte de “nomenklatura” al estilo soviético, ya establecido por Morales en la nación del Altiplano.

La inmensa popularidad que llegó a alcanzar Correa durante la mayor parte de su administración se acabó. El 55% de los ecuatorianos desaprueba su actitud, y al menos la mitad de ellos ya no cree en su palabra. De hecho, el pueblo ecuatoriano en mayoría está en contra de la reelección indefinida. O, en otras palabras, no quiere que se apruebe sin que se le consulte mediante un referéndum. Sondeos de opinión dan cuenta de que el 80% de los ciudadanos exige que se lleve el tema a consulta popular.

Al no poder mirarse en el espejo de la perpetuidad en el poder, Correa se propone dejar la estructura funcionando en el intermedio para asegurarse que en las próximas elecciones salga el candidato que él y sus adláteres propongan. La historia demuestra que si no se limita el poder, no hay nada que impida que un gobernante se vuelva un tirano, más no sea por aproximación indirecta.

Correa es un ejemplo más del derrumbe del “bolivarianismo” impuesto por la fuerza de los petrodólares que derrochó el fallecido Hugo Chávez y que su sucesor, Nicolás Maduro, ya no puede seguir sosteniendo por falta de capacidad y, sobre todo, por el agotamiento de los recursos que su predecesor y mentor distribuyó a manos llenas.

Los pueblos de América comenzaron a despertar y ya no aceptan a gobernantes liberticidas, que solamente pueden permanecer en el poder o tener la manija desde las sombras mediante torcidos mecanismos, como el que está proyectando el devaluado Mandatario ecuatoriano.

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