El primer ministro en funciones aparece omnipresente en la prensa israelí y en las calles con fotografías gigantes en las que aparece acompañado por sus aliados Donald Trump y Vladimir Putin.
En los últimos días de esta campaña, Netanyahu intentó convencer a los diputados de autorizar la presencia de cámaras en las oficinas de votación con el fin de evitar “fraudes” y garantizar la “transparencia” del voto, pero el Knéset (Parlamento) lo rechazó.
Pero para sus adversarios se trata más bien de un intento de intimidación de los electores que se oponen a su candidatura.
“Estas elecciones no giran en torno a las cámaras, sino en torno a la independencia de la justicia”, recalcó Benny Gantz, ex jefe de Estado mayor y líder del partido de centro-derecha “Azul-Blanco, refiriéndose a las acusaciones que pesan contra Netanyahu.
En octubre, el premier deberá declarar ante la justicia israelí por presuntos delitos de corrupción, fraude, malversación y cohecho (coima) en diferentes casos.
En uno de estos escándalos, la policía sospecha que él y su esposa Sara recibieron unos US$ 283.000 en costosos regalos a cambio de favores financieros y personales.
Si es acusado formalmente, Netanyahu no tendrá la obligación de dimitir, pero sí deberá dejar el cargo si es declarado culpable.
Según los sondeos, el Likud, el partido de Netanyahu (derecha), y Azul-Blanco obtendrían unos 30 escaños cada uno en un Parlamento que se compone de 120.
Tanto Netanyahu como Gantz cuentan con aliados indispensables: partidos religiosos y de derechas en el caso del Likud, y formaciones laicas y de izquierdas en el caso de Azul-Blanco.