“Copa de vino añejo que desborda / la sutil embriaguez de sus colores, / encaje, cromo y luz en el que bordan / los pájaros la gloria de sus flores”. Así arranca el poema “Lapacho” de José Luis Appleyard.
Una estrofa que refleja la inspiración que pueden producir las coloridas frondas de estos árboles que se extienden a lo largo y ancho de Asunción y del país.
Quizás esta sea la mejor época para recibir a la primavera, pues en la vegetación se confunden los distintos matices de verdes, las gamas del lapacho rosado (Handroanthus heptaphyllus) y su variedad albina que constituye el tajy blanco junto con el amarillo oro del tajy sayju (Handroanthus albus).
El pintor Pablo Alborno (1875-1958) fue uno de los artistas que plasmaron profusamente el lapacho amarillo en su serie “Árbol florido”, que presentó con otros cuatro artistas contemporáneos en 1933 en la Casa Paraguaya de Buenos Aires.
“Tuvieron éxito extraordinario de sorpresa y fascinación sus paisajes, cuyo protagonista era el árbol florido local, especialmente el lapacho amarillo, nube de oro digna de un relato mitológico”, escribió doña Josefina Plá. “Siempre había pintado Alborno cuadros con esos árboles; pero desde entonces cultivó de preferencia esos temas, y fue llamado el pintor de los lapachos”, sigue contando la escritora.
Desde las terrazas y balcones de las casas y edificios asuncenos el lapacho se encuentra omnipresente en la ciudad. No faltan en los patios, veredas, calles o paseos, lo que hace olvidar por momentos a la población de las miserias de su ciudad.
“Y ya solo en la tarde clara y bella / embriagado de luces y colores / es el árbol que enciende las estrellas / con la llama morada de sus flores” dice la cuarta estrofa del poema de Appleyard. Digan si no tienta a recitar todo el día.