Recordemos que el 8 de diciembre de 1854 el Papa promulgó: “La bienaventurada Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de pecado original en el primer instante de su concepción, por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo, Salvador del género humano”. Esta bula da una indicación esencial afirmando que lo que pasó con María de Nazaret es por causa de su hijo Jesús, único Salvador del mundo. En otras palabras, el fundamento de toda teología mariana es la maternidad divina, pues el arcángel le dijo que el Espíritu Santo vendría sobre ella y el fruto de su vientre sería Santo e Hijo de Dios.
Sin embargo, además de esta razón fundamental, también debemos tener en cuenta que este es el proyecto de Dios: restaurar la humanidad caída, consecuencia de la soberbia y desobediencia.
De este modo, ya desde su concepción María debía ser la mujer nueva y mostrar en sí misma la nueva creación de Dios, la nueva humanidad restaurada en Cristo, el hombre nuevo. De cierta manera, como la creación fue dañada por un varón y una mujer –Adán y Eva– la nueva creación en el plan del Padre debía ser redimida por un varón y una mujer: Cristo y María.
Los dos cumplieron cabalmente la parte que les tocaba, pues Él terminó con la suprema prueba de amor en la cruz, y Ella afirmó y lo vivió: “Yo soy la servidora del Señor, que se haga en mí según tu Palabra”.
Ahora, en el siglo XXI, nos toca a nosotros colaborar para que la humanidad camine restaurada y no descarriada.
Entre tantos puntos que debemos restaurar y renovar está el escalofriante desafío de la corrupción, que vemos invadir y pudrir casi todos los ambientes del país. Una cosa es segura: “O Paraguay termina con la corrupción o la corrupción termina con el Paraguay”.
Un paso decisivo es que cada uno de nosotros decida “restaurarse” y tome actitudes concretas para ser más honesto, humilde y solidario. No podemos callarnos delante de tantos abusos, y también no debemos vivir con indiferencia hacia los problemas que nos rodean.
No nos dejemos atrapar por los ajetreos y consumismo que suele haber en diciembre, sino que nos dediquemos más a leer la Biblia, ya que estamos empezando el “Año de la Palabra de Dios”.
Paz y bien