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Una noticia como esta corre el riesgo de tener comentarios guías para la enemistad entre ciudadanos de uno y otro lado. Un muro divide, pero más dividen los prejuicios que tenemos enraizados culturalmente y que por medio de la palabra transmitimos hasta formar una certeza social, muy peligrosa para la integración. Los prejuicios que no podemos superar tanto de un lado como del otro son la enfermedad (placentera y cómoda) que poco y nada queremos curar. Cada vez que le damos “me gusta” a un comentario racista, xenófobo o clasista damos muchos pasos atrás. No existen “el argentino” ni “el paraguayo”. Ambos países se mantienen unidos por nexos de migración que nadie puede negar ni borrar. Lo que sí existen son políticos argentinos y paraguayos que toman decisiones escudados en un entramado de representaciones democráticas, y a quienes solo podremos controlar con el ejercicio de la organización popular. Específicamente, la zona de Encarnación-Posadas tiene una historia antigua de conflicto por el tema paseros cuya raíz responde a la supervivencia de miles de familias.
Pero cuando surgen este tipo de noticias siempre se termina involucrando la nacionalidad, y no extraño que personas muy formadas fomenten enemistades con sus escritos tan personales. Vamos deduciendo con los años que entre el que conoce demasiada teoría y el que nada conoce hay mucha similitud en sus sentimientos. Equilibrio para crecer, esa es la clave. Dice una rumba gitana: “Ahí está la pared que separa tu vida y la mía; esa maldita pared yo la voy a romper cualquier día…”; los muros más preocupantes son los mentales. Poner más cautela que emoción –un lujo de aprendizaje– en los comentarios de las redes o las noticias de prensa es parte de la participación consciente y pacificadora. Cuando hablamos de patria, que dónde comienza, termina y por qué, que no sea sinónimo de egoísmo ni revancha sino de identificación con los valores humanos, sin eso ninguna injusta frontera podrá caer.
lperalta@abc.com