Mucho más que las memorias de una polaca

Ana Ostapenko tenía 5 años en 1939 cuando abordó el Sovietsky en Polonia con destino a América, poco antes de que se iniciara la Segunda Guerra Mundial. Aprendió un poco de alemán y español mientras navegaba el océano Atlántico, un viaje que finalizó en las tierras coloradas de Itapúa, Paraguay, donde ahora es su hogar, al igual que de muchos de sus compatriotas.

Ana Ostapenko invitando a la gente a vacunarse contra el covid.
Ana Ostapenko invitando a la gente a vacunarse contra el covid.Gentileza

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La historia de Ana Ostapenko es la de muchos otros europeos que huyeron de la guerra en busca de otro lugar en el mundo para vivir mejor.

Esta mujer habla ucraniano, ruso, español y un poco de quechua. Ochenta y dos años después, sentada en su silla de mimbre en el pórtico de su casa en Hohenau, relata cómo fueron esos últimos días en su tierra natal antes de embarcarse en el viaje que cambiaría su vida, y cómo fue echando raíces en la tierra guaraní.

“Recuerdo bien muchas cosas porque era una niña muy curiosa. Un día, papá, que entonces tenía 35 años, fue al correo –como siempre– y a su vuelta le dijo a mi mamá que había escuchado que se aproximaba una segunda guerra y que sería mucho peor que la primera. Debíamos salir de ahí cuanto antes”, relata.

“Polonia había hecho un acuerdo con Paraguay para trabajar la tierra allí, entonces había muchos inmigrantes. Mi papá tenía un amigo que ya vivía en Nueva Alborada, Itapúa, y contactó con él. Averiguó cuánto iba a costar el pasaje, y necesitaba presentar a las autoridades cierta cantidad de dinero para poder justificar su viaje, para lo cual vendió su terreno. Yo estaba muy emocionada. Le contaba a todos mis amiguitos que iba a ir a América”, cuenta sonriente.

Rumbo a América

El periplo comenzó con rumbo a Varsovia por tierra y de ahí hasta el Sovietzky para hacerse a la mar. Embarcó junto a sus padres y su hermana mayor. El Sovietsky era un enorme barco que hizo con ellos su primer y penúltimo viaje, pues ya no regresó porque fue bombardeado a su vuelta.

“Recuerdo que el Sovietsky era un barco muy grande y hermoso, todavía olía a pintura. Hablábamos ucraniano, por lo que papá compró diccionarios y libros para aprender alemán, por si nos encontrábamos con los alemanes, y español, para comunicarnos al llegar a Paraguay”, comentó.

“El viaje duró un mes. En la nave había primera clase y segunda clase. Yo me paseaba por todo el barco, a tal punto que un día llegué a la sala de máquinas, de donde, preocupados los adultos, me sacaron rápidamente”, recuerda con picardía.

Los hombres estaban de un lado y las mujeres con los niños del otro lado. Arriba era el comedor, donde servían sopas, carnes, verduras. Nos acomodaron a un lado a las mujeres con los niños y los hombres del otro lado.

“A muchas personas les hizo mal de barco. Yo le preguntaba a mi papá: ‘¿Cuándo vamos a ver tierra?’. El sol salía y entraba en el agua, así por un mes, no vimos nada más que agua”, recuerda.

“Un día nos asustamos todos, porque un avión alemán sobrevoló el barco y corrió la voz de que iba a bombardearlo, por lo que el capitán ordenó que vayamos a cubierta todas las mujeres y niños con nuestros equipajes. En aquel momento no supimos por qué realmente, pero el avión finalmente solo se fue sin atacar”, añade.

“Otro recuerdo que tengo es que los niños íbamos hasta la proa para ver los peces, hasta delfines. Era un hermoso espectáculo”, dice con una sonrisa.

“Cuando hicimos la parada en África, recuerdo muy bien el aroma de las frutas que subieron al barco. Recuerdo que me sorprendió ver personas muy humildes, sin ropa, pidiendo comida y monedas. Eso se me grabó muy fuerte en la memoria”, expresa.

“Nuestro barco ya no regresó. La guerra empezó luego de que zarpamos, y a su regreso, mucho antes de llegar, lo bombardearon y lo hundieron”, recuerda.

De nacionalidad polaca, se casó con el boliviano Hermógenes Condoretty, tuvieron cinco hijos, 11 nietos y 6 bisnietos.

Doña Ana enviudó en 2015, y tuvo que adaptarse a la ausencia de su compañero de vida. Recientemente completó las dosis contra el covid-19 y superó una operación de la cadera en plena pandemia. Sigue fuerte, llena de fe, coqueta luce su cabellera de hebras de plata y gafas oscuras, que le cubren los ojos de la luz.

Cuenta su historia de vida con entusiasmo, sonidos onomatopéyicos, algunas bromas e instantes un tanto melancólicos por el pasado. ”El viaje empezó en Varsovia, fuimos por tierra a Polonia, tomamos el barco y las paradas siguientes fueron Francia, África, Uruguay, Argentina y, finalmente, Paraguay. Papá sacó fotografías de algunos lugares. Llegamos a Buenos Aires, Argentina y allí tomamos otro barco que nos llevó hasta Paraguay”.

“Al llegar a Asunción, todos los viajeros nos quedamos la primera noche en un galpón grande. Nos dieron de cenar tallarín. Después vinimos en tren a Encarnación. Era en junio y llovía, allí de nuevo nos quedamos en otro galpón. De Encarnación, con mi familia fuimos a Alborada en una carreta. En ese entonces, Alborada era solo monte. Mi familia tenía que limpiar la zona del monte en donde íbamos a vivir. Así que apenas llegamos, se pusieron a trabajar. Papá hizo un rancho de palmeras. Hicimos camas y en medio un fuego, para ahuyentar los animales e insectos. Como yo era muy chica, me dejaron en el campamento que levantaron, con una fogata. Me dijeron que cuide que no se apague porque había muchos animales silvestres en la zona. Recuerdo que vi pasar venados y chanchos”.

“Algo que recuerdo también es que no veía cuando mis padres dormían. Trabajaron mucho preparando el lugar donde iba a ser nuestra casa y preparar la tierra en donde iban a cultivar. Para agosto ya tenían que plantar maíz y mandioca. Primero tuvimos una casa de madera, después ya hicieron con ladrillos. Todo construido por mamá y papá. Para mí era toda una aventura. Tenía de mascota una vaca y un mono”, ríe. ”Papá y mamá no extrañaban Polonia, porque decían que acá tenían libertad. Además del clima, que les permitía tener más tranquilidad para cultivar”.

Doña Ana nunca volvió a Europa. Con don Hermógenes vivieron unos años en Bolivia y luego regresaron a Paraguay. En Hohenau es reconocida por su activa participación en la iglesia, sus tejidos en dos agujas y los cubrecamas coloridos que confecciona en su máquina de coser. Para sus nietos, la casa de abuela tendrá siempre aroma a avena caliente, borsch y varéniki. El acordeón del abuelo y ella cantando al cielo.

Una activa colectividad en Itapúa

El 14 de noviembre pasado la colectividad polaca en Itapúa celebró un aniversario más de la independencia de Polonia, con su tradicional fiesta de la danza del Krakowiak. Hubo música, danzas y sabrosas comidas típicas, en la ciudad de Fram.

Polonia tiene existencia independiente desde el 5 de noviembre de 1916, cuando los emperadores Guillermo II, de Alemania, y Francisco José I, de Austria, proclamaron el reino independiente de Polonia. En 1918, el 11 de noviembre, recupera definitivamente su soberanía tras siglos de ser gobernada por Estados vecinos.

Posterior a este hecho histórico, comienza la emigración polaca hacia América, cuando sus ciudadanos pueden acceder a documentación de su país. El rumor de una Segunda Guerra Mundial es el principal motivador para buscar otros rumbos.

Alrededor de 1926 comienzan a llegar las primeras familias polacas a Paraguay. Se instalan principalmente en la zona de Carmen del Paraná, y lo que actualmente es el distrito de Fram, que por entonces era una colonia carmeña.

Dentro de esa diáspora están eslavos judíos y ucranianos que vienen con documentación polaca. Una gran cantidad de estos inmigrantes se instaló también en la provincia argentina de Misiones.

Los inmigrantes se caracterizaban por su laboriosidad e iniciativa. Se juntaban para hacer caminos y puentes; como también –a través de las llamadas “mingas” de trabajo– construían sus casas en plena selva o escuelas para la formación de sus hijos.

El 10 de marzo de 1936 fundan la Unión Polaca, con personería jurídica para organizar el transporte de cargas de carros polacos, durante la guerra entre Paraguay y Bolivia, producían alimentos para el Ejército paraguayo.

En 1954 sufrieron una diáspora, por cuestiones políticas. Eran perseguidos por la dictadura stronista por, presuntamente, ser comunistas, lo que obligó a muchas familias a huir y cruzar hacia Argentina.

La venida del papa Juan Pablo II a Paraguay significó un resurgir de la colectividad polaca en el país, y una reorganización a nivel de comunidad. Desde el 2010 se realiza el Festival del Acordeón, que atrae a visitantes de todo el país y de la vecina provincia de Misiones.

Desde hace 12 años, regularmente realizan su festival de danzas Krakowiak, junto con la celebración de la Independencia de Polonia en el mes de noviembre.

Durante la primera oleada de inmigrantes a Paraguay, hasta mediados de 1938, llegaron unas 10.000 familias. Entre los años 1949-1950, tras la Segunda Guerra Mundial, se produce una segunda oleada de inmigrantes de polacos en calidad de refugiados protegidos por la ONU.

En la actualidad, la comunidad polaca está distribuida por casi todo Itapúa, pero su epicentro está en las ciudades de Carmen del Paraná y Fram. Están integrados a la vida comunitaria del departamento, pero mantienen intactas sus tradiciones y costumbres.

jaroa@abc.com.py

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