Zapatero remendón, oficio que persiste

Desde que el poeta, periodista y músico Maneco Galeano escribió los versos de la canción Ceferino Zarza, compañero, en la década del 70, dedicada al zapatero “remendón” don “Chepé” Zarza, este oficio adquirió una significación especial en las ciudades. Una profesión que se resiste a desaparecer y del que en la actualidad quedan apenas un puñado de cultores.

El del zapatero remendón es un oficio que persiste.
El del zapatero remendón es un oficio que persiste.

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Los pequeños talleres de barrio donde se reparan zapatos están desapareciendo lentamente de nuestros pueblos y ciudades. De una gran cantidad que existió hace algún tiempo en Encarnación, por ejemplo, hoy quedan no más de seis talleres en toda la ciudad, lamenta José Gregorio Pereira Giménez (75), quien desde hace más de 50 años se dedica a la fabricación y reparación de calzados. Junto con su esposa, Olga Esther Aquino, con esmero de artesano, llevan adelante su pequeño taller, ubicado en las adyacencias del Club Pettirossi de la capital de Itapúa.

La gran industria de calzados con su invasión de productos baratos provenientes básicamente de China, y en menor medida del Brasil, provocan un fuerte impacto sobre el sector. La gente opta por zapatos prácticamente descartables. Cuando sufren daños o quedan viejos los tiran. No es como antes con los zapatos de cuero que eran enviados a compostura, a cambiar la suela y otras reparaciones. No obstante, siempre existe un importante margen de uso de zapatos y botas de cuero que requieren de los servicios de reparación, explica don Pereira.

Oriundo de Caazapá, como muchos jóvenes paraguayos de su época, don Pereira apenas terminó su servicio militar, en 1969 emigró para la Argentina, en busca de oportunidades. Tras recalar por un año en Posadas (Argentina), donde conoció a quien sería su esposa, Olga, ambos se mudaron a la gran capital sudamericana de entonces. “En 1970, ya casados, nos fuimos a Buenos Aires”, recuerda.

En la capital argentina aprendió el oficio de zapatero, trabajando en grandes y afamadas fábricas de calzados. Recuerda que laburó un tiempo para el fabricante de la marca “Damita”, y para la conocida y famosa “Grimoldi”. En esta empresa, propiedad de un italiano, se desempeñó como armador por varios años. “Yo tenía conocimiento de toda la cadena de producción, y entonces estaba donde me necesitaban, a veces me enviaban a una fábrica que tenían en Urquiza, donde cumplía la tarea de armador”, refiere.

Luego de algunos años como obrero de talleres con su esposa encararon una nueva actividad: “Estuvimos como encargados de un edificio en una zona residencial de la capital federal. En ese tiempo, alquilaba una casona antigua donde monté un taller de compostura, y me ocupaba de la reparación de los zapatos de los muchos habitantes del edificio. Yo recogía sus calzados, los llevaba a mi taller, y para el día siguiente les traía reparados, y cobraba mi dinero extra con ese trabajo”, menciona con alegría.

El duro esfuerzo le permitió ahorrar y comprarse las máquinas que actualmente tiene en su taller. Son máquinas especializadas, de procedencia italiana. No existen otras a nivel local. Tengo todos los elementos necesarios para montar una fábrica de zapatos, pero eso requiere de una inversión importante, y es imposible competir con la invasión de productos de bajo precio que ingresan al mercado, señala.

No obstante, y pese a esas circunstancias, su zapatería siempre está con muchos encargos de reparación y, en ocasiones, confecciona botas y zapatos, pero hace la salvedad de que las fabrica exclusivamente sobre pedido. Siempre hay gente que va a necesitar una reparación de su calzado, creo que el oficio nunca va a morir, sostiene con convicción.

Retorno al terruño

Luego de 20 años ininterrumpido en el vecino país, en 1990 volvieron a Encarnación, donde compraron un pequeño solar en el naciente barrio Itá Paso, en las afueras de la ciudad. La estancia duró algunos años, hasta que por necesidades económicas volvieron a emigrar. Pero la tierra estira, y en el año 2008 volvieron ya con el propósito de quedarse definitivamente.

Don Pereira y su esposa, Olga, tienen dos hijas, Mirian y Patricia. Una de ellas es especialista en confitería y es artesana, y la segunda, licenciada en administración, y trabaja desde hace varios años en la Municipalidad de Encarnación.

En su casa, en el barrio Itá Paso, la familia Pereira dispone de un vergel donde cultivan frutas y hortalizas. Ese es mi lugar de relax. Al volver, y sobre todo los fines de semana, disfrutamos cuidando nuestras plantas, sostiene con un gesto de satisfacción esta pareja que está unida por toda una vida de compartir la misma pasión por lo que hacen, trabajando ambos, codo a codo, en un oficio que pervive y tiene oxígeno para rato.

Un museo familiar

Un nieto del afamado zapatero remendón, Ceferino “Chepé” Zarza (+), el doctor Jorge Arturo Matiauda, tuvo la iniciativa de rescatar las herramientas utilizadas por el artesano y atesorarlos en un pequeño museo personal.

La tradicional silla de zapatero, hecha con tientos de cuero, un martillo, algunas trinchetas, una placa de piedra sobre el que cortaba y reducía el cuero empleado en las reparaciones, un par de botas de cuero, una de las últimas obras de don Chepé, y una antigua foto donde aparece brindando su abuelo, forman parte de ese pequeño tesoro que don Matiauda guarda con cuidado y delicadeza en un rincón de su vivienda, en el microcentro de Encarnación.

Todos estos objetos me fueron dados por mi abuela, la esposa de don Chepé, antes de morir, sabiendo que soy un apasionado por los objetos antiguos. La foto en la que aparecemos con mi abuelo es de mi cumpleaños número 25. Yo estudiaba entonces en Buenos Aires, y había venido para celebrar mi cumpleaños, en esta oportunidad nos tomamos esta foto, brindando, recuerda.

Entre los objetos que más aprecia don Matiauda exhibe unas botas, una de las últimas que confeccionó su abuelo. Estaba en muy mal estado, le llevé a don Pereira (José) un zapatero de la estirpe de mi abuelo y que, como él también aprendió el oficio en Buenos Aires, quien lo dejó como nuevo, refiere.

Otro de los elementos significativos guardados es la trincheta para corte que cotidianamente usaba don Chepé. Mi abuelo era zurdo, por eso el filo de la herramienta tiene una orientación distinta a lo habitual, explica.

Un encuentro para la inmortalidad

Don Chepé fue un excombatiente de la Guerra del Chaco que vivía en la antigua “zona baja” de la ciudad, en el límite con la “zona alta”, sobre la calle Sargento Réverchon, donde continuamente recibía visitas, especialmente de los niños del barrio, a quienes deleitaba con sus historias y vivencias de la guerra.

Una de estas visitas, y que marcaría un capítulo imborrable para don Chepé, fue la del músico Maneco Galeano, quien llegó a Encarnación acompañando del también músico, Jorge Garbett, sobrino de don Chepé.

La visita se convirtió en un verdadero encuentro de almas gemelas, que terminó en una interminable velada de compartir ideas, anécdotas y sueños, regada de abundante caña, al punto que Maneco olvidó que esa noche debía ir a cantar para el cierre de un festival en un conocido club de la ciudad, según cuenta la anécdota.

De esa mágica reunión nació la canción que inmortalizaría a don Chepé: Ceferino Zarza, compañero, que Maneco compuso a pocos días de regresar a Asunción, y el mismo Garbett le puso el broche de oro con la música.

jaroa@abc.com.py

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