Ñandutí, o el arte de nuestro filosofar

De una «relación íntima entre filosofía y ñandutí» nos habla Francisco González Cabañas en este artículo, desde Corrientes, Argentina, en exclusiva para los lectores del Suplemento Cultural.

Tejido de ñandutí, página web de la Secretaría Nacional de Turismo (Senatur).
Tejido de ñandutí, página web de la Secretaría Nacional de Turismo (Senatur).gentileza

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La definición de la filosofía ha sido inquietud de diversos filósofos a lo largo de la historia, dejando como resultado innumerables concepciones en diferentes contextos y épocas. No existe una respuesta única y una definición exacta de lo que es filosofía: cada filósofo la caracteriza de acuerdo a sus presupuestos teóricos; por ello, uno de los principales debates y discusiones tradicionales del ámbito filosófico es su definición. Es pertinente dedicar un espacio a conceptualizar el término «filosofía». Asumiremos la perspectiva de Deleuze y Guattari (1), para quienes: «Crear conceptos siempre nuevos, tal es el objeto de la filosofía. El concepto remite al filósofo como aquel que lo tiene en potencia, o que tiene su poder o su competencia, porque tiene que ser creado». Es decir, la tarea del filósofo es examinar, validar o invalidar los conceptos, pero también crear sus propios conceptos e innovar en la creación de estos, establecer un sistema para analizar su tiempo y su cultura; por medio del concepto se analizan los acontecimientos. La filosofía no es estática; por el contrario, es dinámica, se dedica a problemas cambiantes de acuerdo a la época y contexto, siendo, por medio de la creación de conceptos, una actividad vital cercana al mundo, pues los conceptos no se tienen como un objeto de colección obsoleto, sino que sirven en un aquí y un ahora.

La filosofía como creación de conceptos busca encontrar nuevas maneras de pensar que conducen a nuevas maneras de relacionarse, ver, entender y escuchar el mundo. Con ello se generan encuentros para vivir otras experiencias. La creación de conceptos permite la crítica y al mismo tiempo la creatividad, es decir: «Los filósofos se pueden clasificar en edificadores (creadores) y sísmicos (críticos); en los dos casos los conceptos se convierten en movimiento y vehiculizan la creación y la crítica; la creación deviene de la crítica y la crítica deviene de la creación» (2). La creación de conceptos se convierte en una nueva posibilidad, un acto particular y no una designación que limita la sensibilidad y la experiencia propia, no es un concepto dado, tampoco se impone, sino que es el reflejo de un acontecimiento. «Los conceptos no nos están esperando hechos y acabados, como cuerpos celestes. No hay firmamento para los conceptos. Hay que inventarlos, fabricarlos o más bien crearlos, y nada serían sin la firma de quienes los crean» (3). «El concepto no está hecho sino que es una invención del filósofo que se conecta con la realidad, una experiencia que convierte los conceptos en temporales y no en universales, es así como los conceptos no son dogmáticos, ni una imposición. La filosofía se encuentra con la creación, pues este encuentro permite construir nuevos pensamientos que fabrican el concepto para repensar constantemente los acontecimientos del mundo» (4).

En Paraguay, según cuenta la leyenda y atestigua la historia, no cede en el presente el ñandutí, que no solo es una peculiar técnica de tejido, sino una imbricación, un resultante de la complexión, del sincretismo de la cultura de dos mundos que no en tantas oportunidades generaron o devinieron en estas maravillas a observar y que nos observan.

Aquí empieza la relación íntima entre filosofía y ñandutí. No solo porque ambas prácticas, o ejercicios, se producen como tales, producto del maridaje cultural citado, sino porque toman características específicas ni bien se consustancian con lo que desde estas tierras podemos pensar, para luego tejer con palabras eso que pensamos, es decir, filosofando desde nuestro lugar en el mundo, tal como la tejedora lo hace en referencia a la araña que deja estampado su paso entre árboles sin preocuparse en ser vista o no por el fenómeno humano.

Este es el punto de partida que presentamos no solo para indagar la posibilidad de una filosofía latinoamericana, como ya la vienen trabajando con símbolos tomados de nuestra madre tierra, como el colibrí, tal como en Europa se tomó a la lechuza para vincularla con la filosofía, y por intermedio de métodos, como el analéctico, profesados por enormes como Dussel o Cerutti, sino que la urdimbre con la que se nos presenta la supervivencia del ñandutí nos dice a las claras que debe ser el blasón, el punto de partida de cómo sostener lo democrático por intermedio de ese tejer, en este caso, palabra y logos.

Tal como saben, el arte del tejido que se referencia en el producido por la araña logró sobrevivir tras la «Guerra Grande» que Paraguay padeció. La oclusión de la política, que es la guerra, la supresión del logos, por poco fulmina el tejer, no solo hilos, sino palabras, es decir, política.

Un entendimiento, hermanamiento o comprensión de la hora histórica de los pueblos (en la actualidad, hordas desprovistas de derechos de ciudadanía y de posibilidades de desarrollo) debe comenzar necesariamente por la palabra.

Desde la presente columna proponemos la inseminación como acción en nuestro hablar, comunicar y decir cotidiano.

La inseminación

Hubo un tiempo en que fue necesario lo otro, en respuesta a la historia milenaria del ser. Momentos no tan lejanos de la diseminación. El curso, como decurso y recurso de lo no establecido, emergió como rizoma desde su sentido horizontal, desde su expresividad ajena a toda lógica formal, a todo patrón ortodoxo, en una suerte de danza caprichosa, de manifestación de lo oculto, de lo callado, de lo obturado por las fuerzas ciegas de las estructuras rígidas que pretendieron imponer la religión de la autoridad.

En quechua, ayñanakuy significa «pelear con palabras». Tal vez la disputa de la actualidad sea con nosotros mismos. En el salto a la ipseidad, poder comprender, asimilar e introyectar tendría necesariamente que ver con nutrirnos de aspectos, de pliegues, de bordes que, por razones que solo la sinrazón conoce, hemos dejado de lado al punto de que ya no nos reconocemos en los espejos de agua natural, que venimos envenenando con desperdicios de nuestras repeticiones automatizadas e innecesarias.

Escribir no es un acto individual, como en un a priori se anatematiza. Es un primer momento para que luego, consecuentemente, se produzca la segunda instancia, la del otro como lector. Acá no finaliza la obra, dado que la posibilidad de comprensión, de entendimiento, ofrece una relación, un vínculo, un diálogo entre sujetos que a partir de estas acciones construyen o reconstruyen una comunidad.

Ponerle grilletes, condiciones, determinaciones en nombre de un orden, de una amabilidad o bajo la tutela de esos otros a los que están dirigidas las palabras, suponer que no las entenderían si el conjunto de las mismas no lleva un apartado de conceptos claves, citas referenciadas en normas de estilo y demás requerimientos de la formalidad que ocluye y pisotea, no es más que un atentado a la manifestación de lo humano.

Necesitamos volver a pensar, a sentir, a olvidar, a equivocarnos, a dialogar, a pretender ser la comunidad en esa interacción de deseos, muchas veces contrapuestos, en tensión, en ebullición, administrando las contradicciones que amenazan todos y cada uno de los sentidos que nos demanda el silencio mórbido de la anuencia a cambio de una aprobación, de una certificación que nos diga que sabemos o que somos parte de algo.

Como expresamos párrafos arriba, ñandutí es una voz guaraní que designa un hilado símil al de la araña para confeccionar su tela. De complexión estética y funcional sin precedentes, tejer es enredarse en un arte que, por su accionar que no pretende un resultado o resultante, puede culminar en una parte de un vestido, de un objeto, o en el manifestarse del ser que imita la manifestación viviente que hace de tal enredo su hogar y su forma de subsistencia.

Así como otrora nos enriquecimos con el griego y el latín, como últimamente con el francés y el alemán, no debemos perdernos la posibilidad de ser íntegros e integrar, más allá de un acto emancipador, decolonial o liberador, independientemente de que se constituya en una práctica analéctica o exótica, la voz de las culturas que fueron silenciadas durante siglos por la ignorancia supina de quienes se pretendieron dueños de verdades consagradas por el burdo hecho de estar formalmente presentadas en rigores de medios que terminaron de justificar fines (como genocidios) totalmente injustificables para lo humano en su razón y sentir de tal.

Inseminar nuestro vínculo abortado, interrumpido, reintroducirlo en un contacto más dinámico y menos intermediado entre lo que queremos y lo que pensamos es la propuesta que anida en el significante de estas palabras.

La única pretensión que se esconde en estos grafos es la de recoger, retomar lo que hemos olvidado, lo que dejamos, adscribiendo a la tesitura que nos iría mejor si descartáramos lo que no nos sirviera, acatado para acumular aprobación, un tener y contar con algo más que otro, rompiendo de esta manera, dislocando la comunidad, destruyendo el sinsentido más sentido y cabal, el de comunicarnos para entendernos, sin etiquetas, sin calificaciones ni clasificaciones, sin dueños, sin amos, sin patrones.

De a poco, tendríamos que llevar a otros escenarios los escritos destinados a esas aprobaciones que proponen relaciones desiguales de poder, donde prevalece lo silente del pensamiento, para que el número de la nota resignifique todas y cada una de las palabras, ya para entonces asesinadas por la furia individualista de quienes tendrán el tiempo necesario para comprender todo lo que se están perdiendo y hacen perder cuando cierran y aniquilan la posibilidad de una comunidad que tenga como sensación, razón y emoción a la palabra como talismán de lo imprescindible: pese a las letras, los vocablos, sus formas, tiempos, significaciones y significantes expresos y ocluidos, todos y cada uno de los que somos, hemos sido y seremos parte de esta historia de lo humano, hablamos el mismo idioma.

Kolaval (que para el pueblo tzotzil significa «gracias»).

Notas

(1) Gilles Deleuze y Félix Guattari: ¿Qué es Filosofía? Barcelona, Anagrama, 1993, pp. 8-11.

2) Óscar Pulido Cortés (2009): «Aprender y enseñar filosofía en el mundo contemporáneo: de la mercantilización del pensamiento al despliegue de su ejercicio», en: revista Cuestiones de Filosofía, núm. 11, pp. 87-103, Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia.

3) Deleuze y Guattari, op. cit., p. 11.

4) Liliana Andrea Mariño Díaz (2012): «La educación filosófica como experiencia y posibilidad», en: revista Praxis & Saber, n. 3, vol. 5, pp. 187-207. Disponible en línea: https://www.redalyc.org/pdf/4772/477248389009.pdf

franciscotgc@gmail.com

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