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«Habíamos velado insomnes toda la noche –mis amigos y yo– bajo los lampadarios de cobre en cuyas cúpulas lucía como en nuestro espíritu un corazón eléctrico», comienza (en la traducción del español Ramón Gómez de la Serna, publicada en la revista Prometeo dos meses después) aquel manifiesto escrito por Marinetti que apareció en febrero de 1909 en el diario francés Le Figaro y que fue el pistoletazo de salida del futurismo italiano, corriente entre cuyos nombres más reconocidos se cuenta el del pintor Giacomo Balla, que, al igual que otros de sus exponentes, apóstoles de una modernidad plasmada en odas a la ciudad industrial y reflejos plásticos del dinamismo de la vida del siglo XX, buscó potenciar y expandir en sus imágenes la energía del movimiento.
Balla sería al año siguiente, junto con Boccioni, Carrà, Russolo y Severini, uno de los cinco firmantes de lo que hoy se considera el texto fundacional oficial de la pintura futurista, el Manifesto dei Pittori futuristi (Manifiesto de los pintores futuristas), publicado como una separata por la revista Poesía y lanzado en el Gran Teatro de Turín el viernes 11 de febrero de 1910. Mediante la descomposición y la fragmentación de la forma en movimiento, con la multiplicación dinámica de las figuras siguiendo una secuencia como elemento clave, los pintores futuristas intentaron capturar en sus cuadros la esencia misma de la velocidad.
Hace hoy exactamente 150 años, el 18 de julio de 1871, nacía en Turín el pintor y escultor futurista Giacomo Balla, uno de los fundadores y principales exponentes de un movimiento caracterizado por el arrojo y la radicalidad, del cual se distanciaría su producción artística a partir de la década de 1930. Balla falleció en Roma el 1 de marzo de 1958. Enemigos del pasado, arrastrados por su devoción a lo nuevo, convertido por ellos en absoluto, futuristas como Balla sucumbieron al acrítico entusiasmo ante el ascenso del fascismo. Pese a todo, El Suplemento Cultural saluda en su aniversario al experimentador enamorado del ritmo y de la luz.