Pinturitas

Fotografías, cuadros, colores, escenarios: ¿qué aspectos de la realidad política y social revelan todos estos complejos simbolismos que nos rodean cotidianamente sin que reparemos en ellos?

"En una foto de sus redes, él mismo se ubica exactamente en el lugar de ese niño..."
"En una foto de sus redes, él mismo se ubica exactamente en el lugar de ese niño..."

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La discusión del momento es si Santi tendrá independencia de Cartes o será su títere.

Me sorprende que tanta gente, incluso analistas políticos con conocimiento y trayectoria, tenga dudas. Porque desde que Peña entró a la política de la mano de Cartes, como ministro de Hacienda, es evidente no solo que está de acuerdo con su proyecto de país, sino que aceptó ser su sucesor. Cartes lo colocó como candidato a la presidencia y lo bancó, en todos los sentidos, en dos oportunidades. Hasta lo hizo afiliarse al Partido Colorado. Peña, por su parte, cuando perdió frente a Mario Abdo en 2018, no se retiró sino que siguió apostando al proyecto de Cartes. No veo razón alguna para que ahora excluya del poder a su mentor. Claro que por sentido común y diplomacia tiene que decir que él «tendrá la lapicera». Pero ¿no es absolutamente obvio que la usará para construir el proyecto Cartes? Jelou…

Creo que la cuestión es mucho más amplia que la presidencia de Peña: esos cinco años son solo un paso de un proyecto país concebido, liderado y manejado por Cartes, que lo inició durante su presidencia, 2013-2018. Santi es simplemente su continuador. Hay pequeños indicios visuales de la comunidad de pensamiento y visión política de ambos. Una vez electo pero antes de jurar como presidente, Santi recibía visitas «oficiales» en su casa. Un espacio que notamos a primera vista que guarda no pocas similitudes con la vivienda de Cartes, aunque menor en opulencia, lo que de por sí señala una pertenencia y posición social similar aunque no en tanto par sino como socio menor.

En la primera foto que vi, no podía dejar de mirar la pintura detrás de las personas retratadas. Es una obra de Koki Ruiz donde unos niños de espaldas contemplan una pandorga con los colores de la bandera paraguaya en un cielo humeante. Son los niños-soldados de Acosta Ñu, sacrificados durante la Guerra de la Triple Alianza, cuando el Mariscal López huía de su caída final. Es un símbolo caro al nacionalismo paraguayo, que se vanagloria del heroísmo de los que fueron leales al Mariscal hasta su muerte, incluso niños. Es inquietante la ambigüedad entre el drama y el juego, el vuelo de la pandorga sobre una tierra que fue tumba. Y no podemos evitar asociarlo con el presente: Santi no solo es uno de los jóvenes que entraron a la batalla política de Cartes sino también el que más claramente ha sido leal al líder. ¿No es Santi uno de esos niños que ponen el cuerpo por el «Mariscal»? Además, sintetiza muchos leitmotiv de las primeras alocuciones de Santi como presidente, en las que promete que el Paraguay volverá a ser lo que, según sus interpretaciones históricas, ya fue: una potencia. Obviamente, imagina una transformación y modernización como las iniciadas por Carlos Antonio López y truncadas por la Guerra de la Triple Alianza, en la que hasta los niños entregaron su sangre por salvar el Paraguay. Consecuentemente, vemos en el cuadro un campo desolado, de cenizas y humo, sin un cielo azul, es decir sin horizonte, pero uno de los niños mira al espectador y nos interpela. En una foto de sus redes, él mismo se ubica exactamente en el lugar de ese niño. El rostro de ese soldadito es el de nuestro actual presidente.

Es claro que miramos ya esta obra más allá del mensaje del autor al realizarla, porque lo potente es su actual resignificación por el propietario de la misma, el lugar que ocupa, y el rol que parece darle en tanto la obra de arte de su vida privada frente a la cual se muestra. Es decir, la misma se significa en su situacionalidad. Y, en este sentido, encuentro un parentesco entre el cuadro y la campaña presidencial de Peña (no la interna): todos los colores del fondo del cuadro son neutros, haciendo que la pandorga / bandera tricolor sea lo principal, el mismo efecto que en esa campaña tenía el blanqueamiento en la cartelería y el uso insistente de la bandera paraguaya antes que la partidaria. Pero son los uniformes colorados los que hacen volar la pandorga, los que rodean el símbolo patrio, en un paisaje desolador. No hay nada más que ellos para remontar vuelo.

Ya que la pintura remite a la historia, recordemos que Horacio Cartes llegó al poder en 2013 con un proyecto de transformación del país, pero sin trayectoria partidaria que lo legitimara. Era un outsider ­–de la política y del Partido Colorado– que celebró su victoria primero hablando desde su búnker particular y recién después yendo a dar su discurso a la casa matriz partidaria. Con camisa blanca, jeans y bandera paraguaya, en aquel discurso estuvieron ausentes las enfáticas loas seguidas de atronadoras hurras al partido y sus figuras históricas. Cartes habló serenamente del país y a los paraguayos en general, lo que descolocó a muchos hurreros. Pero los líderes colorados que habían urdido su meteórica carrera política no tenían más alternativa que tolerar su funcionamiento extraño al tradicional del partido, pues, tras perder el poder con la asunción de Lugo, se habían quedado sin las arcas del Estado y Cartes tenía los medios que necesitaban para volver al poder. Confiaron en la impericia política del mecenas y creyeron que lo manejarían. Pero Cartes tenía su propio proyecto de país y parecía querer cambiar prácticas políticas locales consuetudinarias. Unos y otro se creyeron caballos de Troya. Pronto, los mismos que le habían alquilado el aparato partidario y violado los estatutos para afiliarlo a la ANR empezaron a minarle el campo, creyendo que ya no lo necesitaban.

Durante los cinco años que gobernó, estudió el funcionamiento del engranaje político y entendió cómo aceitar una maquinaria electoral formidable. Comenzó colocando a Pedro Alliana, en ese momento un segundón, como presidente del partido, lo sostuvo y lo empoderó. Aunque intentó seguir en el poder colocando a Santi como sucesor y continuador de su proyecto, no se amilanó ante el traspié. Aprendió de sus errores y se propuso tomar el Partido Colorado, porque entendió que no es que hubiera diferencias entre su proyecto y el del partido sino que simplemente eran juegos de lenguaje distintos: a los políticos poco y nada les importaba cuál fuera su proyecto de país, siempre que formaran parte del mismo y recibieran una tajada; y a Cartes poco le importa quiénes cenan en su mesa mientras pueda realizar su proyecto. Y supo juntar el hambre con las ganas de comer: convirtió su vivienda en una seccional a donde fueron llegando figuras de todos los colores y plumajes, como abejas a la miel. Con cada vez más legisladores leales ­–junto a los liberales liberocartistas ya subyugados–, mantuvo en jaque a Marito durante los cinco años de su presidencia, ­mientras, sobre finísimas alfombras persas y entre muebles y cuadros de exquisito gusto y probablemente buen whisky, iba materializando su proyecto. Luego colocó a Nenecho de intendente de Asunción

Y así renovó el Partido Colorado. Los actuales referentes de ese partido transmiten una imagen de eficientes gerentes de empresa, muy distinta a la que estábamos acostumbrados, y han de rondar en promedio los 45 años. Aunque siempre es necesario alguno que haga de pelotón de choque y diga barbaridades, en muchos parece como si el roce con la distinción de la seccional colorada VIP hubiera pulido el gusto y las costumbres. Los asados multitudinarios ya no son a la estaca en un pastizal sino servidos por mozos impecables. No es que Santi haya ganado las elecciones presidenciales sino que Cartes ganó la pulseada y cambió el partido que detenta el poder desde hace más de siete décadas para volverlo funcional a su proyecto de país. Y le ganó la pulseada al que es considerado el mayor estratega del coloradismo desde la caída de Stroessner: el que creyó que lo usaba para volver al poder en 2013, cuando convenció a los colorados de ponerlo como candidato de la ANR; el que reconoce que incautó las urnas en una elección presidencial y que violó los estatutos partidarios para afiliarlo a la ANR; el que, creyendo que al retomar el poder en 2013 ya no lo necesitaba, truncó su deseado continuismo colocando a Marito en la presidencia. Ese ya único espécimen del viejo Partido Colorado al que Cartes parece conservar en formol y que ahora, en el nuevo paisaje blanqueado, chochea con su nuevo estatus de monumento viviente y babea con la hija del líder Cartes, por quien pide aplausos.

Galaverna le entregó a Cartes su corona (¿tal vez el delfín Nano teme quedar desheredado? En las cortes monárquicas, la diplomacia se resolvía con casamientos…), y Cartes simplemente tiene a la ANR rendida a sus pies. Salvo algún que otro trasnochado. Y, de seguro, muchos agazapados. Su hogar por fin puede dejar de ser seccional ahora que es presidente del partido. La foto, simplemente impecable, de Roberto Zarza que reproducimos en esta página lo resume todo. Es casi una pintura de género.

Cartes al centro, ordenando todos los elementos simbólicos sustanciales de su proyecto país, con un cartel en primer plano que rubrica su actual sitial. Flanqueado por dos hileras de banderas que expresan la sinonimia partido / país: el Paraguay son los colorados. El tereré, la cultura popular, «lo nuestro», el termo acentuando distraídamente que no importa el laicismo que la Constitución manda, que el Paraguay / partido / gobierno es católico. En el mismo eje central, al fondo, el retrato del fundador del partido, el general Bernardino Caballero. Pasado y presente. Este ya no es el Cartes empresario sino el Cartes estadista, que fue transformando el Partido Colorado para ubicarse él ahora en la sucesión C. A. López (de quien Santi cree ser o dice ser la reencarnación), mariscal Francisco Solano López, héroe máximo, Caballero… Y falta el innombrable, no porque no lo quieran sino porque aún no apareció un nuevo O’Leary que lo reivindique para poder traer sus restos mortales al Panteón de los Héroes.

Atrás se entrevé una puerta cerrada, como obturada por las banderas del Partido Colorado. No hay salida. El futuro es el coloradismo en el poder. De modo similar, en el cuadro de los niños soldados el fondo es plano, porque las capas de colores neutros una sobre otra cancelan la perspectiva, haciendo que no se vea un horizonte / futuro ni el espacio sino más bien un muro, en el que la pandorga / Paraguay casi parece colgada de un clavito nomás, cual objeto decorativo. Como algo que se declama retóricamente, antes que la materialidad concreta que la estructura formal del cuadro denota.

Los jóvenes, la nueva generación de colorados, que vienen a regenerar el Paraguay, logran que la tricolor alce vuelo aprovechando los vientos que la elevan. Casi irónicamente, el primer día de gobierno Santi habló de volver a ser grande. Como país. Pero también porque Cartes renovó el Partido Colorado con gente joven, que irá haciéndose grande –crecerán y serán (los) grandes próceres–. Y uno, el que nos mira, es ahora el elegido. Uno, entre los pares, es el elegido por el Cristo pantocrátor de la foto en el despacho de la ANR, que ahora ya es poder nuevamente.

En las fotos que vimos todos estos años de las reuniones en las que Cartes iba tejiendo su telaraña desde su residencia hay muchos cuadros «importantes y de buen gusto». Pero el lugar preferencial, sobre la chimenea, lo ocupaba una foto de su asunción a la presidencia, recordatorio de quién era el anfitrión y de cuál era la brújula, el horizonte al que se encaminaban. Como las finas arañas de cristal que iluminan su living, Cartes tejió una nueva trama, ahora ya a sabiendas de la fragilidad de las piezas que iba ubicando. Puso su aparentemente inagotable fortuna como capital inicial. Entendió que, al menos en Paraguay, negocios y política están indisolublemente remachados. Y no se puede negar que de dinero y negocios sí que sabe. Por cierto, ya trajo bajo su ala, por un dúplex y alguna otra, para él, chuchería, hasta legisladores del cuco Cruzada Nacional, que obtuvieron bancas en el Congreso. En lo que canta un gallo. Slogans de tarjetas de crédito quedan como un poroto al lado de lo que la billetera logra. Pero la verdad es que esta «transformación» concebida y realizada por Cartes ya no depende solo de sus bienes para mantener lealtad: ahora también tiene al Estado para repartir cargos públicos en todo el territorio nacional. Y aumentar los ingresos de manera sideral. Cartes hizo la inversión inicial y otros fueron trayendo aportes; ahora puede ir «devolviendo» los intereses de las ganancias con cargos públicos a los socios que se arrimaron al suntuoso living. Es decir, Cartes está ahora atando la vaca. (¿O no recordamos ya cómo mantuvo Stroessner su poder más de tres décadas repartiendo cotos a militares, empresarios y demás?)

Como no logró imponer la reelección, reculó, meditó y armó un nuevo plan. La presidencia de Santi Peña es simplemente la continuación del gobierno de Cartes. Es solo un paso, porque con este recambio generacional tiene muchos cartuchos para ejercer el poder sin necesidad de ser él mismo presidente: Peña cinco años, Alliana otros cinco, y muchos que califican están en fila y haciendo los deberes para el 2033, y quién sabe hasta cuándo... Es decir, ya ni necesita cambiar la Constitución para obtener indefinidas «reelecciones» (y pocas cosas deben erotizar más que ser el poder detrás del poder). Del personalismo ni hace falta hablar: HC persona y HC movimiento son, hasta gráficamente, la misma cosa.

Mi pálpito es que tenemos cartismo para rato. Una nueva «aplanadora colorada» con piezas flamantes, perfectamente aceitadas, y tanque lleno, aggiornada y hasta causando fascinación a políticos y charlatanes de países vecinos. Una vez más, los paraguayos somos espectadores pasivos que miramos cómo se fue armando un proyecto hegemónico autoritario que no solo no necesita dirigirse a los ciudadanos comunes, sino ni siquiera escuchar las voces de sus representantes en el Congreso. No me sorprendería que pronto empiece a circular una estampita del embajador norteamericano para prenderle velas, porque la única esperanza de cambio parece ser la tan rumoreada extradición.

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