El Estado aplasta a la gente laboriosa y emprendedora

Decía con acierto el fundador de la economía moderna, Adam Smith, quien combinó sus ideas con la historia, la filosofía, la psicología y la ética que “No hay arte que un gobierno aprenda más rápido de otro que el de sacar dinero de los bolsillos de la gente”.

Recursos producidos por gente laboriosa del país terminan en  despilfarro.
Recursos producidos por gente laboriosa del país terminan en despilfarro.EFE

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La frase es muy conocida pero poco comprendida en cuanto a sus perversos y dañinos efectos. Una razón de esta incomprensión de perjuicios ocasionados desde el poder está en que se sigue considerando que el dinero o la riqueza se crea sin esfuerzo, ahorro e inversión. Muchos creen que se puede distribuir sin antes tomar en cuenta la producción y que al final de cuentas lo que importa es que el Estado sea el gran benefactor.

La realidad es que no es así. El progreso requiere de un orden político económico en el que se garanticen los derechos a la vida, la libertad y la propiedad privada. El desprecio por tales derechos no ha hecho más que frustrar por siglos, especialmente a los más pobres y desamparados, de un mejor pasar. Si se atropella la propiedad, la inversión huye, y si lo hace, pues caen inexorablemente el empleo, los salarios de los trabajadores y las ganancias empresariales.

“Todavía falta por comprender las bases del progreso” como reiteradamente con razón decía Porfirio Cristaldo Ayala. Con solo mirar y percibir a diario lo que pasa con las veredas, las plazas, parques y ni qué decir a lo que atañe a la seguridad, la educación y la salud (por cierto, cito estos servicios porque así lo establece nuestra Constitución Nacional) se llega a la conclusión de que algo no está bien o mejor dicho no está nada bien.

Los recursos producidos por la gente laboriosa y emprendedora del país y que terminan en el estado están y nadie lo puede negar. Mucho dinero ingresa a las arcas públicas que termina en despilfarro. Todo esto es muy dañino.

Lo que hay

Veamos primeramente de lo que se dispone desde el Gobierno. El Presupuesto de Gastos que días atrás presentó el Ministerio de Hacienda de modo oficial ante el Congreso para el ejercicio del año 2022 asciende a unos G. 96 billones (US$ 13 mil millones) siendo superior en un 5% a los gastos del presente año. Con una nota a agregar, pues la propuesta incluye una adenda que considera cerrar el déficit fiscal en 3% del Producto Interno Bruto (PIB).

Según el ministro de Hacienda, Óscar Llamosas, el plan del gobierno también contempla un nuevo endeudamiento a ser solicitado al Congreso, que ascendería a US$ 600 millones. De esta cantidad, US$ 350 serán por medio de emisión de bonos y otros US$ 250 millones a través de préstamos a organismos multilaterales. Si se compara con el PIB, el presupuesto empieza a tocar el 30% de la riqueza en bienes y servicios y la deuda en 34%.

Y si a esto le agregamos el déficit del 3% que está por encima del 1,5% establecido en la Ley de Responsabilidad Fiscal, concluyo en que estamos en problemas. Así como se lee, en problemas. Algunos dicen que no es para tanto. Que comparado con lo que sucede con otros países no estamos tan mal. Esta afirmación tiene una respuesta y está en la remanida frase “mal de muchos consuelo de tontos”. ¡Cuántas oportunidades perdidas por esa pasiva y cómoda visión!

Mal de muchos

Los que así se expresan no solo son tontos y desde luego se hacen sino también son inútiles, ineficientes y corruptos. Y eso es el Estado mediante su gobierno. Es una maquinaria delincuencial. Y sostengo lo dicho porque si se cuenta con el dinero y se lo despilfarra para que todos los años se siga tirando el dinero de la gente en una caja sin fondo y sin contraprestación estamos ante un hecho punible.

Esto se ha pasado de castaño a obscuro y tan obscuro que pese a su declarada ineficiencia en dotar de servicios a la gente se sigue elevando el gasto público y la deuda como si fuera algo normal y soportable.

La realidad es que no es normal ni es soportable. Normal porque su acepción lingüística significa que se ajusta a cierta norma o principios, y soportable porque igualmente su significado denota lo que se puede sustentar o sobrellevar. Por tanto, el mismo presupuesto que debería ser un documento de ejecución serio es anormal e insoportable, y siendo así termina en despilfarro, sinónimo de derroche, entendido como un gasto excesivo e innecesario.

El presupuesto

Si nos detenemos en su acepción técnica, podríamos decir que el llamado presupuesto es una formulación anticipada de los gastos e ingresos de una actividad económica, y en cuanto al Estado se refiere, tiene la connotación de un plan de trabajo anual de sus organismos y entidades.

El presupuesto de gastos tiene directa relación con la existencia del Estado, de sus funciones y desde ahí a la concepción de ideas que se tiene sobre el ser humano en la sociedad.

Ahora bien, y reconociendo el esfuerzo de muchos buenos técnicos en la materia pero que el tema aquí abordado es más que un mero tecnicismo, el presupuesto no puede ni debe ser visto ni analizado ni puesto en práctica como la mera determinación técnica de los gastos autorizados y su financiamiento. Si se parte de esta idea, pues entonces el resultado será la preeminencia del sector estatal sobre el privado, del gobierno –cualquiera sea– sobre los individuos, las familias y las empresas.

Y no se trató aquí de menoscabar la importancia de la organización social, en cuanto que necesitamos una sociedad organizada para preservar nuestra vida, libertad y propiedad. Es porque le doy suma importancia a los derechos antes citados es que resulta urgente que teniendo al Estado como parte de la sociedad, pues entonces debe desarrollar sus actividades en base al principio de la legalidad por el cual la actividad administrativa está sujeta a la supremacía de la Constitución.

Al respecto nuestra ley fundamental dice en su artículo 176 acerca de la política económica del Estado que la misma tendrá como fines la promoción del desarrollo económico, social y cultural; expresión laxa en términos lingüísticos pero que deja entrever que el desarrollo viene a ser finalmente su propósito.

¿Qué desarrollo?

El artículo 176 de nuestra ley fundamental es muy claro en cuanto a que el objetivo de la política económica se centra en el desarrollo. Lo dice la CN. Puedo estar en desacuerdo sobre si dicha disposición puede ser expresada de otra manera, pero lo que no puedo es objetar su propósito. En efecto, el desarrollo como se ha venido expresando en la historia de las ideas y en su vigencia práctica ciertamente ha venido evolucionando, motivo por el cual no tiene una definición única.

Sin embargo, en lo que sí y definitivamente podemos concluir es que lo expresado en nuestra CN significa un proceso por el cual una comunidad determinada (Paraguay) progresa y crece hacia mejores estadios de condiciones de vida, ya sea en términos económicos, sociales, educativos y políticamente. Si progreso igualmente significa que mis ingresos provenientes de mi trabajo, talento, disciplina, ahorro e inversión (no interesa si es poco o mucho lo que gano), pues entonces mi esfuerzo diario no tiene resguardo por los que a diario declaman de boca para afuera.

A lo que voy para terminar este ensayo es que estamos por un mal camino. Tenemos que preocuparnos y ocuparnos de que las libertades políticas y civiles alcanzadas no podrán ser sostenibles en el tiempo sin libertad económica. Todavía más, es la libertad económica la que hace posible los derechos civiles.

Y libertad económica es la autonomía del individuo sobre la acción que ejerce el Estado cuando este se desborda en sus funciones. La libertad económica implica que las personas colaboran, ahorran, invierten, elevan sus capacidades y talentos, sin dañar a otros, en el marco de la Constitución de la libertad. Pero no, aquí algo no está bien y tampoco es bueno que se siga así porque los daños provocados son graves y luego se volverán irreversibles. Y a esto es lo que llamo: El Estado está aplastando a la gente laboriosa y emprendedora, la misma que se levanta temprano para llevar el pan a sus hogares.

Garantía

El progreso requiere de un orden político económico en el que se garanticen los derechos a la vida, la libertad y la propiedad privada.

Percibir

Con solo percibir a diario lo que pasa con veredas, plazas, parques, seguridad, educación y salud, se concluye que algo no está bien o nada bien.

(*) Catedrático de materias jurídicas y económicas en UniNorte. Autor de los libros “Gobierno, justicia y libre mercado”; “Cartas sobre el liberalismo”; “La acreditación universitaria en Paraguay, sus defectos y virtudes” y otros como el recientemente publicado “Ensayos sobre la Libertad y la República”.

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