Un público de todas las edades entre familias, parejas y grupos de amigos se dieron cita de forma masiva al Teatro Municipal para asistir a otro de los conciertos del ciclo oficial de la OSCA. Incluso, desde varios minutos antes de la apertura de puertas había una larga fila rodeando al recinto, por lo que se hace evidente la sed del disfrute del arte.
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Para cumplir con la gente que llenó cada rincón del Municipal, la OSCA se lució entregando un concierto impecable, como alimentaba de la energía de todas esas personas. En dicho contexto, la velada sinfónica comenzó con la exuberante Sinfonía Nº 41, del austríaco Wolfgang Amadeus Mozart.
Llamada “Júpiter” esta fue la última de sus sinfonías y, a la vez de grandiosa, es técnica y emocionalmente compleja. Por medio de cuatro movimientos atraviesa diferentes formas musicales y exige una amplia plasticidad en el carácter de la orquesta, todo ello cumplido con pulcritud, terminando triunfante bajo la batuta precisa de Luis Szaran.
Un viaje de emociones
Mientras la majestuosidad de Mozart seguía resonando en la gente, el telón se fue cerrando para preparar el gran piano de cola que serviría de vehículo para la emotividad al servicio de Alexander Panizza, quien con este concierto hizo su debut en Paraguay.
El pianista nacido en Canadá pero radicado en Argentina llegó con grandes antecedentes y también altas expectativas por parte de la gente que fue a escucharlo. Desde músicos hasta amantes de la música, desde público en general hasta curiosos. El telón se corrió y los aplausos no se hicieron esperar para recibirlo.
Ni bien Panizza estuvo “al mando” del brillante piano Steinway & Sons del Teatro Municipal, el virtuoso y luminoso Concierto para piano Nº 2, del ruso Sergéi Rachmaninoff, se materializó en una fiesta para los oídos, los sentidos, el alma y el corazón.
Es que el carácter envolvente de la interpretación de Panizza hace que uno se sumerja en un estado de agradable hipnosis musical. La conjunción del estado de gracia en que se encontraba la OSCA, con el talento de Panizza y lo maravilloso del concierto de Rachmaninoff, dio como resultado un cierre digno del aplauso interminable que recibieron.
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Algo que hace aún más increíble todo lo que se desarrolla desde este concierto es la historia previa del compositor. Cuando estrenó su primera sinfonía en 1897 Rachmaninoff fue destrozado por la crítica musical. Pero en vida ese rechazo le afectó severamente sumiéndolo en una fuerte depresión, pero salió adelante gracias al Dr. Nikolái Dahl, a quien dedicó el Concierto para piano Nº 2.
Es fuerte la sensación de saber que compuso esta obra tan lúcida tras luchar contra una severa depresión. El concierto transmite esas sensaciones de altibajos emocionales, el miedo de quizás no poder superar la enfermedad y finalmente la liberación de una gran carga, toda una victoria.
Todas estas emociones que resuenan fueron tomadas por Panizza con sabiduría, además de una virtuosidad impecable, sin esfuerzo y plagada de sentimientos. Algo que en tiempos donde todo es inmediato y pasajero, se agradece más que nunca, para celebrar a esa música que nos salva.
El público agradeció con incesantes aplausos de pie y el pianista volvió para un sentido bis. Además, este concierto se desarrolló en el marco del festejo del 60º aniversario de las relaciones diplomáticas entre Canadá y Paraguay.